miércoles, 8 de diciembre de 2021

Nadie me Cree (Ciencia ficción)


                                             

                                                                      Nadie me cree


–¡Usted no existe! Hemos verificado todos los datos que nos ha brindado y no existe su esposa, su hijo, su trabajo, su auto, en fin, nada.

 Con estas palabras, el abogado, hacía añicos mi inocencia. No sé si se despidió  o simplemente se levantó y se marchó. Estaba estupefacto, clavado en aquella silla plástica. El guardia me sacó de mi estado de shock: “Por favor. Por aquí.”  Me condujo hasta mi triste celda. Me tiré de espalda en aquella dura litera, como cuando llegaba exhausto del trabajo y me dejaba caer en el blando sofá del salón de mi casa.

El compañero de celda, sentado en un banco,  me miraba con ojos de compasión. Se levantó,  me alcanzó unas hojas, un lápiz y me dijo “Escribe tu historia. A lo mejor, algún día, alguien te cree”. Lo miré con decepción, tomé los materiales y comencé  a escribir.                                                                         

Aquel día me levanté muy temprano, pues mi destino estaba a varios cientos de kilómetros de mi hogar. Podía ir en autobús o tren hasta la ciudad más cercana y luego rentar un auto, pero prefería ir en mi viejo auto. De esa manera podía observar con más detenimiento todo lo que me rodeaba y las posibilidades de nuevos negocios.  Tenía que recorrer  todo el estado de Arizona y llegar cerca del desierto de Altar. Estábamos en pleno verano. El pavimento de la autopista brillaba como si estuviera hirviendo pero mi Lincoln estaba acostumbrado a trayectos parecidos a cualquier hora del día y en cualquier estación del año. A las diez de la mañana me detuve en un restaurante de carretera. Necesitaba merendar algo. Estuve media hora entre devorando un sándwich, leer algunas hojas del Washington Post y aseándome parcialmente en el baño. Me subí de nuevo al auto, encendí el radio y busqué una emisora con música pop.  Miré el reloj del salpicadero. Marcaba las once y treinta minutos. Abandoné la autopista para tomar una carretera secundaria. La vía estaba en buen estado y poco transitada, lo que permitía aumentar la velocidad a cien kilómetros por hora. Después de media hora de camino, llegué a una intersección sin pavimentar. No recordaba haberla visto en el mapa que siempre llevo en la guantera. Extendí la carta sobre el volante y volví a revisar todo el trayecto. En el mapa, la carretera seguía recta, sin embargo, tenía frente a mí, una gran instalación con miles de paneles solares e incluso no veía la vía que llevaba a mi destino. De todas formas pensé  que debía arriesgarme. Quizás me había equivocado pero podía perder tiempo. Giré a la izquierda y me desplacé a poca velocidad observando lo árido del terreno y observando por el espejo retrovisor, la polvareda levantada por las ruedas del auto. De repente el automóvil comenzó a dar tirones. Me alarmé ante una posible rotura en un lugar tan inhóspito. Observé el medidor del depósito de combustible,  ¡SORPRESA! No tenía combustible. Aparqué bien al borde de la calzada, para dejar espacio a los coches que circularan por allí, justo al tiempo de detenerse el motor. La emprendí a patadas con mi viejo auto hasta volver lentamente a la normalidad de ánimo. Apoyado con las dos manos en el techo, la cabeza inclinada y mi vista clavada en la tierra, me di cuenta de la estupidez cometida al no revisar el combustible. Me separé del coche,  dirigí mi vista hacia los dos lados del camino con la esperanza de divisar algún vehículo. Nada. Me dispuse a expulsar un poco de orine cuando divisé a escaso tres metros delante de mí, un animal muy raro. Me miraba con ojos muy grandes, fijos, sin  realizar ningún movimiento mientras yo observaba cada detalle  tratando de adivinar de qué especie se trataba. Tenía orejas similares a un conejo, pero cortas. Un hocico pequeño y una cara redonda. Tendría unos diez centímetros de alto por veinticinco de largo. Su cola era fina con más de medio metro de largo. Sin embargo, no tenía un solo pelo que cubriera aquella piel de color claro, pero indefinido. Comenzó a emitir un sonido difícil de identificar provocando en mí cierta inquietud. Entonces, lo miré fijamente a sus ojos inmensos y negros con un miedo rozando el terror. No sabía lo que me reservaba el destino. Aquel animalito, ante mi vista,  comenzó a ponerse pequeño pero extrañamente, mis prendas de vestir se ajustaban demasiado al cuerpo. Según disminuía su tamaño sentía como se desgarraba mi ropa. Tuve la necesidad de soltar el cinturón y quitarme los zapatos. Necesitaba quitarme el reloj marcando las doce. Miré el auto, lo vi pequeño, entonces pude comprender todo. Estaba creciendo rápidamente. Me sentí volando, estaba flotando y alejándome del suelo a una velocidad extraordinaria. Todo ocurría en fracciones de segundos.  Tenía bajo mis pies todo el territorio de los Estados Unidos, casi todo México y  Canadá. Como si fuera un astronauta, observaba nuestro hermoso planeta Tierra como se iba alejando. Lo mismo sucedía con la luna, en fin, todos los planetas del Sistema Solar, se alejaban como los cohetes espaciales. Sentía mareo, deseos de vomitar, me faltaba la respiración, sin embargo, podía percatarme de todo lo que estaba sucediendo. Luces azules, violetas, amarillas y marrón en el espacio aparecían luego se esfumaban ante mis ojos. Millones de puntos brillantes  se juntaban formando caprichosas figuras, mientras se alejaba nuestra galaxia, se  amontaban a mí alrededor otras formaciones celestes desconocidas por la ciencia. Pensaba si todo aquello no sería una recreación de los átomos, los electrones, las moléculas, etc. Porque, según me habían dibujado  en las clases de química, en el instituto, todo era similar a lo que se presentaba ante mis ojos. Pero eso era imposible. ¿O quizás, sí? Podía ver perfectamente las células, las moléculas como si se tratara de una enorme pantalla conectada a un potente microscopio. Las galaxias se estaban acercando, comprimiéndose junto a mí, formando una extraña composición de objetos donde predominaba el color rosa. No veía nada. Todo a  alrededor era una telaraña formada por esos cuerpos irregulares, hilos de colores y membranas fantásticas. Luego, oscuridad. Ruidos sordos de procedencia desconocidas, quizás, de torrentes de aire y agua. Pensé en la posibilidad de haber quedado ciego. No podía moverme ver nada y tampoco moverme.

No sé cuánto tiempo estuve así hasta ver una tenue claridad sobre mi cabeza.  Le di las gracias a Dios por no estar ciego. Estaba empapado por un líquido indescriptible impregnado de olores confusos. A pesar de estar desnudo,  no sentía frío, más bien una temperatura agradable. La claridad aumentó. Tenía la sensación de estar dentro de un tubo transparente y gelatinoso. Un foco de luz llegó a mis ojos, aunque tenue. Molestaba por haber estado, durante cierto tiempo, en la penumbra. Al fin fui “expulsado” de aquel "conducto"
Comencé a respirar normal. Me encontraba rodeado de hilos finos, sobre un suelo muy raro formado por mosaicos poligonales. Me preguntaba si en un lugar situado en mi país o en otro lugar. Inmediatamente, aquellos hilos quedaron por debajo de mi cintura dando la impresión de encontrarme en una pradera con largas hierbas de suaves colores. Ocurría algo indescriptible.  en  hierbas de suaves color. Ocurría algo indescriptible. Aquella “vegetación” redu- cía su altura y dejabas espacios libre. Me sobresalté cuando el suelo comenzó a moverse bruscamente con tanta fuerza hasta lanzarme por el aire para caer sobre un suelo blando y blanco. No era nieve. Tampoco podía ser tierra. Estaba sobre algo tejido con hilos enorme y rodeado de objetos descomunales sin poderlos definir. Frente a mí, una pared blanca, que se iba bajando muy de prisa. Entonces, con gran asombro, comprendí que todo estaba ocurriendo en sentido inverso. ¡Estaba creciendo! Los objetos  a mi alrededor tenían ahora el tamaño normal. Observé las paredes, los muebles, las lámparas, las ventanas, un hermoso reloj de pared marcando las doce. No había dudas, me encontraba en una gran habitación. Un grito aterrador me hizo salir de mi “observación”.     Dirigí  la  mirada hacia el lugar de donde provenía. En medio de la habitación había una joven tumbada en una amplia cama, con la sábana a la altura de unos  ojos bien abiertos, como si hubiera visto un  monstruo y gritando con todas sus fuerzas. En un principio estaba tan confundido que no comprendía el motivo del  estado de pánico mostrado por la joven, pero inmediatamente me cubrí con las manos mis partes íntimas del cuerpo, coincidiendo casi al mismo tiempo con la entrada de un  señor con una escopeta en sus manos  muy dispuesto a usarla. No sé describirlo, observaba el arma con  esperanza y angustia al mismo tiempo, rezando para no sentir un proyectil a perforándome. Luego dijo: “Erick, llama a la policía.”.  Se dirigió despacio, sin dejar de apuntarme, hasta el armario. Con una mano abrió el ropero, tomó una bata de dormir de la chica y me la lanzó. Me puse la prenda   e intenté de explicarle lo inexplicable, pero me gritaba: “Cállese o lo mato”. La chica no había dejado de llorar e histérica salió de la habitación corriendo. El hombre de la escopeta de vez en cuando soltaba, como un disparo: HIJO DE PUTA produciendo heridas en mi dignidad. No sé cuánto tiempo estuve en posición erguida, como una estatua, en un extremo de la habitación hasta que  llegó la policía.  Me colocaron las esposas. Me retiraron bruscamente de la habitación.  Escuché cuando el hombre del fusil decía: “Haré todo lo posible para que te pudras en la cárcel, hijo de puta”.

Esta es mi historia. La escribo para si algún día la ciencia descubre algo parecido, aunque sea, digan: “el hombre tenía razón”. Puede ser, con el paso de los siglos, se descubra que todo lo conocido hasta hoy forma parte de otros seres vivos y ellos a su vez de otros, formando las mencionadas “dimensiones”. Pero ¡Qué carajo! si nadie para ese entonces, sabrá de mi existencia. Le entregué  las hojas escritas a mi compañero. Le dije: “Tómala, guárdala y si te parece lo publicas como un cuento de ciencia ficción. Total, nadie me cree ni me creerá jamás. ¡Buena noche!”

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