sábado, 29 de diciembre de 2018

Era Malo




                                                  Era Malo



Muchos años juntos. Ella no podía vivir sin él. Si no estaba junto a él, lo buscaba porque la atracción que sentía era algo anormal. Se sentía seducida a todas horas y ella sentía satisfacción. Le gustaba hasta las últimas consecuencias.

 Los años pasaron y comenzó a percatarse que la dominaba y le hacía daño. El cuerpo comenzó a sentir ese maltrato, pero no tenía valor para romper con él. Sentía miedo, terror. Algo tenía que hacer ¿Qué podía hacer? Estaba atada de mano y pie a él.

Dos años más, la perjudicaba más y estaba totalmente dependiente de él. Esa situación la llevó a llenarse de valor e idear un plan para eliminarlo.

 Estaba allí, a su lado, ajeno a lo que ella pensaba. Él sentiría sus labios por última vez. Disimuló sentir placer y cuando tuvo bastante, con gran soberbia lo lanzó al piso, lo roció con gasolina y le prendió fuego. Comenzó a arder antes la sonrisa macabra pero llena de satisfacción de ella.

 Una vez convertido en cenizas, se acostó de nuevo. Había terminado con una gran pesadilla y ahora podía respirar profundo, llenar sus pulmones de aire puro.

Era el último cigarro. No volvería a fumar jamás.

pcfa

jueves, 27 de diciembre de 2018

El Agujero de Samuel





                                         El Agujero de Samuel

  Aquel día la vio y quedó impresionado por su belleza y figura. Luego siguió pasando frente a su casa y siempre estaba asomada a la ventana.

  Al principio ella no lo miraba, pero un día lo miró y le sonrió. Sintió un flechazo en su corazón. Cupido, al final, había tenido muy buena puntería.

  El padre de la joven era considerado un ser repugnante y temible a la vez. Decían las malas lenguas que había enterrado a mas de uno y quizás por eso, le temían. Él era la ley en toda aquella zona y no había policía que se acercara por allí.

  Don Francisco sorprendió a su hija sonriéndole al joven cuando este se dirigía al trabajo y con paso largo, le puso una de sus manos grandes y le hizo voltearse. De los ojos de Don Francisco salían chispa que se clavaron en los ojos de aquel muchacho tembloroso y débil. Con voz alta y gruesa, le gritó a escaso centímetros de su rostro: “Si te veo pasar de nuevo por aquí, te mato.”

  Samuel no podía renunciar a poder ver a la preciosa muchacha. Era imposible poder observarla desde el lugar donde vivía. Una lengua rocosa salía de la costa y se adentraba en el mar impidiendo ver la casa de la joven.

  El amor es mas fuerte que las bestias, el terror, el infierno y siempre peleará como Dios contra los demonios. Armado de cincel y martillo, comenzó la obra. Tenía que hacer un gran agujero en las rocas.

  Pasaron los días, los meses, los años, hasta que un día, el último pedazo de roca cayó al mar. Saltó de alegría y corrió para su casa. Se sentó cómodamente en el portal y tomó sus binoculares. Allí estaba, frente a su casa. ¡Tan bella como siempre! Un escalofrío recorrió su espalda cuando observó la llegada de un auto. Un hombre salió del mismo y se dirigió hacia ella. Se dieron un beso eterno, de esos que hacen olvidar el tiempo. Don Francisco salió al encuentro de ellos y estrechó la mano del señor. Ella se introdujo en el auto y se fue.

  Samuel bajó lentamente los binoculares y sus ojos se humedecieron.

  Al día siguiente unos pescadores divisaron a un hombre ahorcado en el agujero. ¡Era Samuel!

pcfa  




La Cruz




                                          La Cruz





Arrodillada ante la cruz y en sus manos un ramo de flores. Sendas lágrimas se van deslizando lentamente, sin prisa, recorriendo sus mejillas y cayendo en las flores. La mirada fija en sus pensamientos, en aquella triste Navidad que se los llevó el viento.

Besó las flores y las dejó allí, junto a una minúscula placa de mármol. Se incorporó, despacio, como si no quisiera ponerse de pie o quizás por el peso de su tristeza. Dio media vuelta y comenzó a andar, sin rumbo, sin prisa, como mismo llega la muerte.

  Todo ocurrió aquel domingo de un verano. Como todos los domingos, paseaba con su hijo y su madre. Observaban los escaparates de las tiendas, se sentaban a tomar café o helados y compartían como cualquier familia. Momentos que no le daba importancia porque era normal para ella, son esos momentos que lloramos cuando se nos escapan. ¡Si hubiera sabido! Si se hubiera dado cuenta que debemos vivir los momentos felices, esos que creemos son normales, acariciarlos con nuestro corazón porque nadie sabe cual será el último.

  Su hijo quería un helado de chocolate y ella lo dejó con su madre para ir a buscarlo. A quince metros estaba la heladería. Una distancia corta, pero marcaba la separación entre la vida y la muerte. La muerte cambia de traje constantemente. La puedes ver vestida de gala o de cualquier cosa.  Se disponía a regresar cuando observó llena de espanto como la muerte vestida de autobús, arrastraba a sus seres queridos y a muchos más. A algunos los dejó para venir a buscarlo más tarde. A sus tesoros, se los llevó para siempre.

   A partir de aquel verano supo el valor de los momentos felices.

pcfa