lunes, 22 de agosto de 2016

Mi Experiencia Religiosa









                                                            Mi Experiencia Religiosa

    Mi familia era y es católica. Claro, ese catolicismo que se limita a ir a la iglesia entregar el diezmo y dejarle caer alguna moneda en el cuenco de algún mendigo pero no a practicar la religión con el ejemplo, como la Madre Teresa, San Francisco de Asís, San Charbel, San Francisco Javier y miles y miles de religiosos que se han sacrificado en ayudar a los más desvalidos en cualquier parte del Mundo. Por tal motivo, una ampliación de una imagen de Jesucristo presidía la sala de mi casa. Así al menos, nos parecía estar más cerca de Él aunque el cristal estuviera lleno de polvo. También lo recordábamos el Día de Reyes porque sabíamos que ellos habían llevado presentes al niño Jesús y ahora nos traía regalos, a unos menos a otros más y a algunos nunca. Mi padre decía que por problema con los camellos o por desconocer sus direcciones. También recordábamos a Jesús en Nochebuena, sí por lo de la cena porque en casa de mi abuelo había colgado de la pared un inmenso retrato de la Santa Cena.
   Como todo católico fui bautizado y realicé el acto de la Comunión. Pero antes me habían enviado a una escuela de monjas a cursar del tercer grado en adelante.
Siempre fui un niño tímido. No pedía nada a excepción de una vez que descubrí a un niño de piel muy negra y casi lloro para que mi abuelo me lo comprara como si se tratara de un juguete. También siempre tuve la sensación de culpa. Cada vez que ocurría algo, a mi alrededor, me sentía culpable sin comerla ni beberla.
   Un día en el colegio se le perdió el maletín escolar a una niña. Por mucho que la Directora habló con los niños y le explicaba que ese tipo de acto era condenado por el Señor. Pero la pequeña maleta no aparecía.
Por fin a la Monja Superior se le ocurrió una idea genial! Tomó tantas pequeñas varillas de maderas como estudiantes habíamos. Eran del grueso de los palillos de dientes y los cortó al mismo tamaño, unos 5 centímetros, y los repartió quedándose ella con uno. Les había mostrado a todos que eran exactamente iguales, incluso el de ella. Después se dirigió a nosotros, diciendo: “Ahora por la Gracia de Dios aquel que hurtó el maletín, su varilla le crecerá. Esperaremos diez minutos para dar tiempo a que el ladrón se manifieste y pida perdón”
El miedo me angustiaba y según pasaban los segundos me cuestionaba que si Dios se equivocaba, si creía que era yo por lo nervioso que me encontraba y no pude más. Con mis manos debajo de la mesa le quité una pequeña fracción al palillo para compensar el tamaño si Dios se equivocaba.
La Directora fue llamando por orden de asiento y comparaba la varilla del alumno con la que ella tenía y lógicamente, eran iguales. Cuando comparó la que yo tenía, increíblemente la mía, a la cual le faltaba un pedazo, era más grande que el de ella. Eso bastó para que a pesar de mi llanto y mi reivindicación de inocencia, me castigaran y sirviera para que no siguiera en ese Colegio.
Tardé mucho en comprender y entender el engaño y la mentira pero supe de la debilidad de la inocencia.