martes, 22 de noviembre de 2016

La Ceiba





LA CEIBA



Julio miró hacia el final del sembrado y divisó a un joven que le hacía seña con los brazos.

-Quién será? - se preguntó

    • Eh, tío ! No me conoces?
    • Caramba, si es mi sobrino Pablo.
    • Estás corto de vista? - dijo el joven mientras se acercaba a él.
    • Es que has cambiado mucho, Pablito !

Después de preguntar por la familia y conversar sobre la finca, el ingeniero Pablo Pérez le explicó a su tio que su visita obedecía a una agenda de trabajo. Le contó sobre el plan existente para construir una carretera que atravesaría la finca y el beneficio económico que recibiría de parte de la compañía, cuestión esta que hizo fruncir el entrecejo a Julio Pérez.

José se levantó de la piedra donde había estado conversando con su sobrino y le invitó a seguirlo. Le habló de la producción de frutas y vegetales, de los animales que tenía y de los vecinos que apenas su sobrino recordaba. Se adentraron en la arboleda y se detuvo frente a una enorme ceiba. Se arrodilló y comenzó a rezar ante el rostro perplejo del Ingeniero. Se incorporó y señalando la ceiba a su sobrino, le dijo:

  • Ves esta ceiba? No se te ocurra derribar a ella y a ninguna otra. Ven aquí ! -le invitó a sentarse en una de las raíces sobresalientes del árbol.
  • Antes de que tu padre se casara con tu madre, Marta y yo habíamos tenido una niña. Estábamos locos con ella, Era tan linda! Pero además, Pablito, era inteligente y alegre .
  • No sabía que habías tenido una niña, aunque si sabía lo del accidente de tía Marta.
  • Cuando la guerra, los insurrectos se habían reunido aquí en la finca con el propósito de planificar el ataque contra el pueblo. El ejército tuvo conocimiento de eso y enviaron dos aviones a bombardear la zona. Nuestra casa quedó destruida por completo. Marta y Anita estaban dentro. - una lágrima corrió por la mejilla de José y continuó – Me volví loco y tomé la cuerda con la cual tenía atada una vaca y me dirigí hacia aquel cedro que está allí con la intención de ahorcarme. Sí, quitarme la vida! Al pasar frente a esta ceiba, salió de su tronco algo extraño, como una nube oscura, sin forma, sin cuerpo, se dilataba y se contraía continuamente. De esa “cosa” salió una voz que me dijo: “Qué vas a hacer, Julio?” No tenía miedo pero aunque lo tuviera, no podía moverme, las piernas no respondían. Por momento me parecía que aquello tomaba forma de una mujer pero pensé que era ilusión. Siguió hablando de tal manera que aquello que me dijo quedó grabado en mi cerebro para toda la vida. - se incorporó dio unos pasos y volvió a sentarse en la raíz- me dijo:
    “ Crees que quitándote la vida resuelve tu problema? Ibas a destruir tu cuerpo pero...Y tu alma? No, tu alma quedaría peor, quedaría vagando sin tu cuerpo que se lo arrebataría. El alma es una cosa y el cuerpo otra. Puedes ser fuerte, inteligente y mil cualidades buenas pero si tu alma está enferma, no vale para nada tu existencia. Olvídate de los sufrimientos corporales y protege tus sentimientos del alma. Olvídate de las bondades terrenales y disfruta de la bondad de las almas. Las almas de tu esposa e hija están aquí, conmigo. Están felices y lo estarán mientras yo viva. Las tomé en mi seno porque eran almas buenas y no tendrán que estar errantes por toda su vida espiritual. Recuerda Julio, purifica, educa y protege tu alma para que juntos, tu cuerpo y alma puedan vivir en paz aquí en el mundo terrenal y allá, en el mundo espiritual”

Hubo un silencio profundo. Ninguno de los dos hombres hablaban. Después de unos segundos, el campesino, continuó:

-Aquello se desvaneció y la ceiba comenzó a desprender sus semillas envueltas en fibras parecidas al algodón, hasta llenar el suelo como si hubiera nevado. Tiré la cuerda al suelo y sentí una paz interior tremenda. Sobrino, las ceiba son sagradas. No se te ocurra causarle daño!

El ingeniero abrazó a su tío y le prometió que nunca derribaría una ceiba.

La carretera no se construyó y Julio Pérez sigue rezando todos los días junto a las raíces de la hermosa ceiba.