domingo, 24 de marzo de 2019

El Hombre del Morral


                              



                                             El Hombre del Morral

Nadie sabe quien era aquel vagabundo que andaba con su casa a cuesta. Unos decían que había sido profesor, otros que comerciante, algunos decían que había estado preso por muchos años, pero en realidad nadie sabía quien era.

Todos los días venía a la iglesia, se persignaba y arrodillaba frente a Jesús. Se levantaba se persignaba y seguía caminando hasta salir del pueblo. Eran las veces que los vecinos del pueblo lo veían. Nadie pudo observar su rostro cubierto de larga y descuidada barba. Nadie pudo ver el color, ni la tristeza de sus ojos ocultos tras los cristales negros de sus sucias gafas.

 Al poco tiempo, un trovador del pueblo, al estilo de Serrat, Cortés, Sabina o Arjona, cantaba esta canción, El Hombre del Morral



Venía aquel hombre con su morral a cuesta, levantando polvo

 y dando puntapiés a las piedrecillas sueltas.

 Cargaba sobre su cabeza el sol del mediodía

 y su vista clavada en los agobios de la vida.

Revoleteaban sobre su cabeza, pensamientos

 hallados apenas sin hurgar,

 queriéndolos espantar con los cayos de sus manos,

con las muecas espontáneas de la resignación.

Hubiera sido rico, pero siempre fue pobre.

 Hubiera sido malo, pero siempre fue bueno.

 La vida le puso un frasco con veneno y otro con agua salobre.

 Se le acabó el agua venía por el veneno.

Venía aquel hombre con su morral a cuesta

 donde llevaba sus penas y su resignación.

 Venía a la iglesia a pedir perdón al Cristo Redentor

 y decirle bajito que él era bueno,

 aunque lo trataran como lo peor.

 Le pedía la paz del alma al Redentor.

 Apareció su cuerpo junto a Jesús

 en su última visita del mes de abril.

 Dicen que su cuerpo se retorció

y sus ojos se cerraron. ¡Mas nunca los pudo abrir!

Todos recuerdan aquel hombre con su morral.

Aquel que la vida lo hizo sufrir.




Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui