El Potro
(Cuento de un abuelo a su nieta)
Joaquín Iznaga se dedicaba a criar caballos que
luego vendía a los vaqueros de varias provincias.
Una de sus yeguas reproductoras había parido antes
de tiempo y eso, con la ayuda de un veterinario. El Potro, quizás por el tiempo
o por el método usado por el veterinario
o por cosas que suceden, era el Potro más feo y mal formado de toda la comarca.Al parecer por su aspecto o quien sabe porqué su madre lo rechazaba y no lo dejaba mamar e incluso lo empujaba y lo pateaba. Si triste era la conducta de su madre. También era el comportamiento de los demás caballos que también lo rechazaban. Esa situación hizo que el señor Iznaga decidiera expulsarlo de sus corrales.
El pequeño
Potro se vio de pronto sólo ante la llegada de un invierno que comenzó nevando constantemente. Por
mucho que buscaba no encontraba un poco de hierba para mitigar el hambre que le
acompañaba en su vagar por aquellas tierras vestidas de blanco. Llego el
momento en que el pequeño animal no pudo más
y se dejó caer junto a un viejo tronco de un árbol caído. La humedad y
la falta de alimento ocasionço que le invadiera la fiebre. Debido a su estado febril y el frío no dejaba de
temblar ni un momento.
José Martínez
buscaba una oveja que se le había perdido cuando vio algo que se movía a pocos
pasos de donde se encontraba. En un principio pensó podía ser su oveja pero se
dio cuenta que era muy grande para que fuera ella. Se acercó y vio que se trataba de un pequeño potro
enfermo. Con mucho trabajo logró que se
levantara y con la corteza del viejo tronco y la cuerda que llevaba para la
oveja confeccionó un pequeño trineo en el que pudo, haciendo un gran esfuerzo, llevar el animal
hasta su casa que no quedaba muy lejos. Lo acomodó en la nave donde guardaba
las ovejas y lo cubrió con una frazada y pedazos de lona y plásticos. Le fue
dando agua templada y estuvo toda la noche junto a él. Por la mañana fue a buscar un poco de pienso
y grande fue su sorpresa al verlo incorporado. Le abrazó el cuello y le decía cosas bonitas.
El tiempo pasó
y gracias a los cuidados de José, el potro creció y se convirtió en un
hermoso caballo que causaba la admiración de todos los vecinos.
Un día José
cabalgaba con Valiente, nombre
que le había puesto al caballo, cuando repentinamente se desató una tormenta con mucho viento, agua y
relámpagos. Apuró el paso del animal
para llegar pronto a casa cuando un rayo cayó, muy cerca, sobre un árbol. Valiente temia a los truenos y aquella
descarga eléctrica le hizo pararse en dos patas y derribar a José al mismo
tiempo que el árbol alcanzado por el rayo caía sobre él. Por suerte las ramas
ayudaron para que no sufriera daños graves pero lo había inmovilizado. El agua
caída había comenzado a subir el nivel del agua del río cercano y amenazaba con
llegar hasta José y ahogarlo.
Tenía toda la
esperanza perdida y solo le restaba rezar por su vida cuando sintió que el
tronco se movía hasta dejar libre su cuerpo y luego con una sonrisa observó
como Valiente lo cogía por el cuello de su camisa, con los dientes, y lo
arrastraba hasta dejarlo en una pequeña elevación donde el agua no llegaría. Se
incorporó lentamente y sosteniéndose de la crin, lo abrazó y lo besó.
Dicen la gente que nunca habían visto un
caballo y un jinete que se quisieran tanto y así estuvieron muchos años
felices.