La
casa de mi tía
Todos los días comían harina de maíz y todos
los días iba a comerme la raspa tostada de la harina que mi tía me guardaba.
Mis cuatro primas pasaban el tiempo ordeñando
la chiva, atendiendo las flores o barriendo el piso con una escoba de racimo de
palmiche, escuchando novelas por el radio y pensando en la Cenicienta y el
Príncipe, quién en la mayoría de los casos por aquellos lugares, llegaba
montado en un caballo y las raptaban de sus “castillos”.
Desde pequeño era adicto al café y mi tía me
obsequiaba “sambumbia”, como decía ella.
Las “chismosas”, recipientes con kerosén y
mecha, echaban humo negro que te ponía los huecos de la nariz como los tubos de
escape por dentro, de los vehículos. Esa era la iluminación nocturna y cuando
se reunían por la noche varios vecinos a jugar lotería (de cartones como el
bingo), parecían que llevaban tapones de carbón en los orificios de la nariz. A
veces los muebles del comedor, bancos de tres metros a ambos lado de la mesa
del mismo largo, dos bancos menos largos junto a las paredes y dos taburetes,
no alcanzaban para recibir las nalgas de los visitantes. Algunos para
intercambiar noticias y chismes, otros para hacer cuentos y algunos jóvenes
para tratar de enamorar alguna de las chicas. Argelio estaba enamorado de una
de ellas y visitaba la casa dos veces. Por la noche con pretexto de la lotería
y por el día con cualquier otro pretexto. Pero el joven era muy tímido y no era
capaz de decirle nada a la joven que no fuera sobre las herraduras de su
caballo o la marcha de la contienda azucarera. Por tal motivo a las chicas se
les ocurrió hacer algo. Una joven pasó
por el comedor con un tallo de un racimo de plátano y otra preguntó:
“¿Qué haces con eso?” Y la chica le contestó: “Es para un buey que está
atorado” (En alusión a Argelio que no hablaba) El joven se levantó de su
taburete y dijo ¿Dónde está el buey) ¡Voy contigo!
Al parecer eran felices o quizás, como tantas
personas, vestían una fuerte coraza capaz de ocultar sus penas y sufrimientos.
Pedro
Celestino Fernandez Arregui