sábado, 16 de julio de 2016

Encuentro con un pirata









                                                                Encuentro con un Pirata

Abril, 1824

Arribé a La Evangelista, nombre que le diera Cristóbal Colón a esta isla situada al sur de Cuba, con la intención de escribir un reportaje sobre la piratería en esta parte del archipiélago cubano, segundo refugio de los piratas en el Caribe, después de Las Tortugas. Mi primer paso fue buscar el hotel Santa Fe, enclavado en el poblado del mismo nombre. Este pueblo en realidad es un conjunto de casas agrupadas en la rivera de un río navegable por pequeñas embarcaciones. Estas viviendas están construidas de barro y madera con techo de hojas de palmera y otras con tejas. Sus senderos y calles polvorientas, me han cambiado el color de mis zapatos negros. Extasiado por el aire campestre y el clima estupendo, llego al hotel.
Me duché con el agua obtenida de estos manantiales famosos entre sus habitantes por sus poderes curativos. Salí de la habitación y al pasar por la recepción, pregunté: ¿Me puede decir de algún bar en el poblado donde pueda escuchar historias sobre el último pirata? “El Pirata” Me contestó el recepcionista. El hotel estaba ubicado en la ribera oeste del río Santa Fe y para llegar al pueblo solamente había que cruzar un puente de madera. Justo en la otra margen del río y muy cerca del puente, estaba el bar de referencia y el cual se diferenciaba muy poco de las casas vecinas. Quizás, el detalle era ser más ancha y su letrero identificativo. Busqué una mesa vacía y tuve que sentarme en la que estaba desocupada, justo en el centro del amplio salón. Como es de suponer, era blanco de las miradas de todos los clientes. Pedí  una cerveza pero el barman me dijo que solamente tenían aguardiente de caña.
Todavía no me habían servido el trago cuando se me acercó un moreno fornido y sin saludarme, señalándome con el mentón hacia un rincón, me dijo: “Aquel señor desea que lo acompañe en su mesa”. Y se marchó.
Me dirigí, un poco receloso, hacia donde estaba un hombre quemado por el sol y el salitre. Una gorra de marinero le cubría su pelo castaño largo, tenía tatuado en el dorso de su mano derecha una cruz formada por dos espadas encima de una copa y una pequeña cicatriz en la mejilla derecha, cerca de la nariz.
- Siéntese. Así que anda buscando habladurías sobre los piratas.
- Sí. Tengo noticias de que en esta Isla fue donde  eliminaron los últimos piratas que operaban en el Caribe.
- Está equivocado͞ ̶ Me dijo con el ceño fruncido y continuó  ̶  ¿Quieres conversar sobre esto? Mañana a las doce de la noche en el puente. Vuelva a su mesa.
En lugar de eso, fui al dependiente, le pagué la copa que se quedó servida en la mesa y me marché del local.
Por mucho que quise saber de aquel hombre nadie supo decirme quién era. Por supuesto, conocían perfectamente al personaje, pero nadie quería hablar. De todas formas con más miedo que un niño en un cuarto de terror, acudí a la cita puntualmente y allí estaba el hombre, recostado de espalda a la baranda del puente. Apenas me saludó y me dijo secamente: “Sígueme”.
Esa noche, el cielo se empeñó en esconderse detrás de un manto de nubes negras y el desconocido andando delante de mí como un tren, me hacía tropezar con piedras, arbustos, sapos y no sé cuántas cosas, durante quince minutos. Se detuvo y me dijo: “Siéntese ahí “.
-¿Por qué me ha traído hasta este lugar? Le pregunté
-Estamos en un cementerio-
Si hubiera sido de día, el hombre hubiera descubierto en mi rostro de cera el miedo absoluto de un ser indefenso.
-¿Por qué aquí?
- A la gente le gusta escuchar, a escondidas, lo que otros hablan, pero le tienen miedo a los muertos. Tú quieres saber algo sobre el último pirata del Caribe. Te voy a complacer y no quiero que mis palabras lleguen a oídos indiscretos. Pepe era un joven mallorquín que de niño se crio entre el miedo a los piratas y la pasión por las aventuras. Por cuestiones familiares vino a Cuba. Yo era pescador en Batabanó. Un día, cuando estaba descargando la captura del día, tuve una pelea con unos comerciantes que me querían estafar. Él, sin conocerme, salió en mi defensa. Luego fuimos a un bar a tomar unas copas, surgió la amistad y la idea.
-¿La idea de convertirse en piratas?
-Sí. Él tenía toda la información de la evangelista referente a la guarnición, habitantes, escondrijos y mil cosas más. Incluso tenía una novia de aquí.
- ¿Con que embarcación contaban para cometer los asaltos a las embarcaciones?
 - Con mi pequeño bote.
-¿Y con ese bote se iniciaron en la piratería? ¿Cómo lo lograban?
-Primero hicimos contacto con las autoridades del pueblo y le propusimos parte de los botines a cambio de no interceder en nuestra labor. El primer atraco fue fácil. Nos acercamos a un barco inglés de noche y le pedimos ayuda. Nos dejaron subir a bordo, mientras Pepe y yo, conversábamos con el capitán y algunos marineros, los otros seis abordaron sigilosamente la nave. Posteriormente encerramos a todos en un cuarto y nos llevamos un rico tesoro. No hubo ni siquiera pelea. Con lo obtenido nos compramos una goleta y un pequeño cañón. La Barca, nombre de nuestra embarcación, fue a partir de entonces nuestro barco insignia.
-¿Siguieron actuando de ese modo con la Barca y tu bote?
-Igual. La goleta era una embarcación pequeña. Cuando no se detenían, para  “socorrernos” le disparábamos unos metros delante de la proa del barco y enseguida se detenían. Así estuvimos algunos años hasta que los ingleses, los más perjudicados, le pidieron permiso a la Reina para perseguirnos y liquidarnos. Al principio lográbamos escapar con nuestros pequeños barcos que al ser de poco calado, podíamos remontarnos río arriba y cuando ellos nos perseguían, se quedaban varados, y entonces los atacábamos.
-¿Podían desembarcar y buscarlos en tierra?
-No. Ellos sabían que España no permitiría eso y segundo, la población nos protegía
-¿Había motivos para que la población los protegiera y que no fuera el miedo a ser asesinados?
-No. La población nos veía como justicieros. Ayudamos a los pobres con alimentos, vestidos, reparábamos sus viviendas o se las construíamos. Jamás nos vieron como piratas o al menos como aquellos que se hicieron famosos por sus crueldades y ambiciones.
-¿Y cómo fue que murió Pepe?
-Pepe está muerto como pirata pero vive como ciudadano.
-¿Quieres decir que no murió a manos de los ingleses?
-Efectivamente. Vive con su esposa, Juana Vinajeras, con quien ha tenido cuatro hijos.
-¿Puedo verlo?
-No. Desde la última batalla, donde salvó la vida gracias a algunos compañeros y el cuidado de Juana, no quiere ver a nadie. No por miedo, no conoce lo que es eso, sino, por su estado.
-¿Cómo fue esa última batalla?
-Nos pusieron un buque de señuelo y cuando fuimos a atacarlo salieron los barcos ingleses. Eran muchos y aunque nosotros en ese momento contábamos con 5 pequeños barcos y unos cuarenta hombres, no podíamos entablar combates. Usamos la estrategia de siempre, remontar el río. Pero esta vez nos equivocamos. Venían con barcos iguales a los nuestros, calaban poco. Nos persiguieron por el río y fueron hundiendo nuestra flota. Las municiones del cañón de La Barca, se habían agotado y solamente podíamos defendernos con los mosquetes. Con tan mala suerte que el de Pepe le reventó cuando intentaba disparar. Le arrancó el brazo izquierdo y lo dejo casi ciego. Dos de los nuestros lo sacaron a tiempo, pues la Barca se hundía y él se desangraba. Fue llevado a su casa donde Juana lo esperaba como siempre, nerviosa hasta su regreso. Rápidamente se puso en función de cortar la hemorragia con pastas de hierbas y aliviar sus ojos con las benditas aguas de la Región. Albión había logrado su objetivo de acabar con el último pirata.
-Ahora está prácticamente ciego y con un solo brazo, pero, tiene el amor de su mujer e hijos y el cariño de todo un pueblo.
-¿Puedo publicarlo?
-Si quieres matarlo, hazlo. Si quieres que se siga recordado como el valeroso combatiente defensor de los oprimidos, no lo hagas.
Nos incorporamos en silencio y me acompañó hasta el pueblo. Nos dimos la mano y le pregunté:
-¿Usted, quién es?
-Andrés González.
Se perdió en la oscuridad, como se perdió para el periódico, un reportaje sensacional sobre el último pirata del Caribe.
Más tarde supe que el gobierno local le había regalado tierras a Pepe, Andrés (su lugarteniente) y  a otros sobrevivientes, en compensación por todo el bien que habían realizado a favor del pueblo de la Isla.
A partir de ese momento la Corona se interesó más por esa pequeña Isla y construyó fortalezas, envió más soldados, creó Nueva Gerona y fundó la Colonia Reina Amalia en 1830, evitando así las intenciones de los ingleses de apoderarse de ese territorio