La Ciénaga
En
Isla de Pinos existe la Ciénaga de Lanier, un humedal lleno de historias y de
cocodrilos. A este lugar llegó una vez un joven en busca de la verdad.
–
¿Usted es Casimiro?
–
Sí, soy yo. ¿Desea algo? –preguntó un
señor de mediana edad, delgado, cabello muy negro y una amplia sonrisa. Calzaba
botas de goma y de su cintura colgaba un machete.
–
Quería hablar con usted. – el anfitrión
dejó ver en su rostro un gesto de contrariedad y lo invitó a pasar al interior
de su choza.
–
¿Ésta es su vivienda? – preguntó
observando las paredes y techo de hojas de palma. Piso de tierra, una hamaca de
una pared a otra, una mesa rústica de madera y algunos pantalones cortos y
camisas descoloridas, colgando de un alambre paralelo a su hamaca. Una hornilla
de hierro fundido sobre un soporte de madera. Un tronco de palma era la única
silla.
–
¡Sí, éste es mi palacio. Diga lo que tiene
que decir! Tengo que ir al monte a buscar algo de comer.
–
¿Dónde puedo encontrar a Pablo López?
Aquel hombre miró
fijamente a los negros ojos del visitante. Luego pasó su mirada por su elegante
ropa. Al cinto, un estuche de piel guardaba las gafas que hacían combinación
con la piel de sus botas tejanas.
–No sé de quién me hablas.
–
Hace muchos años tu padre y tú, lo
ayudaron cuando llegó aquí. Ustedes sabían que era un prófugo de la Justicia.
No sabían si era un criminal o un político, pero lo ayudaron. ¿Dónde está?
El hombre puso a hervir agua en la hornilla, previamente encendida
mientras el joven lo seguía con la mirada. Salió al patio y regresó con un
jarro pequeño de aluminio y se detuvo frente al rústico “fogón”.
–
Suponiendo que yo supiera donde se
encuentra, tendría que preguntarle cual es el motivo de su búsqueda.
De una lata, cogió dos cucharas de café en polvo y lo vertió dentro de
un embudo de tela sostenido por un soporte de madera. Luego le echó el agua
hirviendo y el líquido negro caía en una lata de leche condensada vacía. De
ahí, sirvió el café en otra lata similar y se la ofreció al visitante junto con
un cartucho de azúcar y una cuchara. Luego se sirvió él y se sentó en la hamaca,
frente al joven.
–Recuerdo a ese señor.
Llegó muy cansado. Mi padre le dio comida y salieron rumbo a la ciénaga. Luego
mi padre regresó solo. No sé mas nada.
–Tengo mucho dinero y
desean que me digas la verdad para ir para tu bolsillo.
–Ese día, los seguí y
fueron hasta un montículo que hay como a quinientos metros dentro del pantano.
Allí mi padre tenía una cabaña como ésta para cuando iba a cazar. Al cabo de
varios minutos, salió solo. Yo estaba escondido y no me pudo ver. Regresé y
recuerdo que mi padre me dijo: “De esto a nadie”
–
¿Me puedes llevar al lugar?
–Sí, puedo llevarle, pero
tendría que ser mañana. Pronto se hará de noche y la ciénaga de noche es
peligrosa.
–
¡Bien! Mañana temprano estaré aquí Toma
aquí tiene cien pesos como adelanto.
El hombre bajó del
todoterreno y comenzó a caminar hacia la vivienda del campesino, situada a más
de dos mil metros del camino.
–¡Buenos días!
El campesino estaba
limpiando una piel de cocodrilo para ponerla a secar. Sin levantar la vista,
contestó al forastero y siguió su labor.
–Puede entrar y tomar
café. Lo colé hace poco.
–No se preocupe me gusta
ver el campo.
El hombre comenzó a recorrer
todo los alrededores de la choza. El terreno blando y poca vegetación. Algunas
aves cruzaban el cielo rumbo al humedal. En una zanja, varios huesos de
reptiles daban mal olor y algunas auras volaban en círculo sobre su cabeza a
bastante altura.
–¡ Vamos! El camino es
largo. Si lo desea puede dejar el dinero porque lo puede perder. No tengas
miedo que nadie va a venir.
Aunque era muy temprano,
el sol calentaba demasiado y el andar rápido le hacía sudar copiosamente.
Después de varios minutos caminando, llegaron al borde del agua.
–Tienes que seguir detrás
de mí. A los dos lados, es profundo. Si te desvías quedarás atrapado entre
ramas, bejucos y “diente perro”. ¿Conoces el “diente perro”?
–Sí son esas piedras
grandes de muchas puntas afiladas.
Llegaron al montículo y
se detuvieron. Un enorme cocodrilo bloqueaba la entrada a la choza.
–No tengas miedo. Esa es
Mamá Yaca. Lo más probable es que tenga el nido por aquí.
Desenfundó el machete y
el cuchillo y comenzó a frotarlo. El sonido le recordaba al visitante, la
música tradicional del Territorio, el Sucu Sucu. Ante su asombro, lentamente se
fue desplazando el animal hasta sumergirse en las oscuras aguas. Entraron a la
cabaña y pudieron percatarse que hacía mucho tiempo, nadie la visitaba.
El visitante, rodillas en
tierra, removía el suelo con una rama en busca de alguna pista. Se levantó
decepcionado y salió de la maltrecha choza. ¡El campesino, no estaba! Comenzó a
llamarlo, primero en voz baja y después casi a gritos. ¿Cómo iba a regresar?
Se dio cuenta que aquel
hombre lo había traicionado. No le importaba el dinero. Ahora, le importaba la
vida. Se sentó en el suelo, recostado a la pared de la casucha, recordaba
cuando su padre se enfrentó al hombre que abusaba de una anciana. En la pelea,
el hombre resultó mortalmente herido y él, enviado a cumplir condena al
Presidio de esta Isla. Logró escapar y se quiso refugiar en la Ciénaga.
Casimiro tenía todas las
pieles listas para vender. Con el dinero de aquel forastero y la venta de las
pieles podía montar un buen negocio. Pondría gente a cazar cocodrilos y
sacarles la piel para vender a gran escala a las fábricas de confecciones de pieles.
Estaba atando las cajas cuando escuchó una voz tras él.
–¿No se te olvida algo?
Se volteó y su rostro se
puso blanco al ver al hombre que había dejado en la ciénaga a merced de los
cocodrilos. Trató de desenfundar el machete cuando vio un revólver en la mano
del hombre. Desistió y dejó en su lugar el afilado machete.
–¿Por qué deseabas mi
muerte?
–No, no es eso. Pensé que
te habías ido porque tenías miedo. –contestó Casimiro con voz temblorosa.
–¡No! Quisiste que
muriera. ¿Por qué? ¡No me digas! Te contaré la historia real, no la contada por
tu padre. Un día mi padre pasaba por frente a la casa de ustedes cuando escuchó
gritos proveniente de su interior. Sin pensarlo, entró por la ventana y vio
como tu padre le entraba a golpes a tu madre. Se enfrascaron en una dura pelea
donde tu padre salió perdiendo. Con un fuerte puñetazo había caído al suelo y
entonces quiso socorrer a tu madre sin saber que había muerto. Por todo el
escándalo formado, llegó la policía y tu padre, ya en pie, acusó al mío de las
lesiones y muerte de tu madre. Fue condenado a cadena perpetua, pero pensando
que un día se podía descubrir la verdad vino contigo a esconderse en la
ciénaga. Cuando mi padre se fugó del presidio trató de esconderse aquí. Tu
padre lo encontró dormido debajo de una palma cana y cubierto con sus hojas.
Sacó su machete y lo asesinó a sangre fría. Los cocos y patos pudieron hacerme
llegar esa macabra historia, pero fue tu padre quien se lo confesó, en sus
últimos minutos de vida al Doctor que lo atendía. A ti te contaría otra
historia en la que mi progenitor era el malo. No me interesa.
Ramiro quedó mudo ante la
revelación del joven y bajó la cabeza. El forastero le dio la espalda y salió
caminando un poco aliviado a pesar de tener su ropa raída y sucia y sus pies
descalzos.
Pedro Celestino Fernández
Arregui