sábado, 6 de julio de 2019

La Ciénaga


                                          
                                                
                                              La Ciénaga

En Isla de Pinos existe la Ciénaga de Lanier, un humedal lleno de historias y de cocodrilos. A este lugar llegó una vez un joven en busca de la verdad.
        ¿Usted es Casimiro?
        Sí, soy yo. ¿Desea algo? –preguntó un señor de mediana edad, delgado, cabello muy negro y una amplia sonrisa. Calzaba botas de goma y de su cintura colgaba un machete.
        Quería hablar con usted. – el anfitrión dejó ver en su rostro un gesto de contrariedad y lo invitó a pasar al interior de su choza.
        ¿Ésta es su vivienda? – preguntó observando las paredes y techo de hojas de palma. Piso de tierra, una hamaca de una pared a otra, una mesa rústica de madera y algunos pantalones cortos y camisas descoloridas, colgando de un alambre paralelo a su hamaca. Una hornilla de hierro fundido sobre un soporte de madera. Un tronco de palma era la única silla.
        ¡Sí, éste es mi palacio. Diga lo que tiene que decir! Tengo que ir al monte a buscar algo de comer.
        ¿Dónde puedo encontrar a Pablo López?
Aquel hombre miró fijamente a los negros ojos del visitante. Luego pasó su mirada por su elegante ropa. Al cinto, un estuche de piel guardaba las gafas que hacían combinación con la piel de sus botas tejanas.
      –No sé de quién me hablas.
          Hace muchos años tu padre y tú, lo ayudaron cuando llegó aquí. Ustedes sabían que era un prófugo de la Justicia. No sabían si era un criminal o un político, pero lo ayudaron. ¿Dónde está?
    El hombre puso a hervir agua en la hornilla, previamente encendida mientras el joven lo seguía con la mirada. Salió al patio y regresó con un jarro pequeño de aluminio y se detuvo frente al rústico “fogón”.
        Suponiendo que yo supiera donde se encuentra, tendría que preguntarle cual es el motivo de su búsqueda.
     De una lata, cogió dos cucharas de café en polvo y lo vertió dentro de un embudo de tela sostenido por un soporte de madera. Luego le echó el agua hirviendo y el líquido negro caía en una lata de leche condensada vacía. De ahí, sirvió el café en otra lata similar y se la ofreció al visitante junto con un cartucho de azúcar y una cuchara. Luego se sirvió él y se sentó en la hamaca, frente al joven.
–Recuerdo a ese señor. Llegó muy cansado. Mi padre le dio comida y salieron rumbo a la ciénaga. Luego mi padre regresó solo. No sé mas nada.
–Tengo mucho dinero y desean que me digas la verdad para ir para tu bolsillo.
–Ese día, los seguí y fueron hasta un montículo que hay como a quinientos metros dentro del pantano. Allí mi padre tenía una cabaña como ésta para cuando iba a cazar. Al cabo de varios minutos, salió solo. Yo estaba escondido y no me pudo ver. Regresé y recuerdo que mi padre me dijo: “De esto a nadie”
        ¿Me puedes llevar al lugar?
–Sí, puedo llevarle, pero tendría que ser mañana. Pronto se hará de noche y la ciénaga de noche es peligrosa.
        ¡Bien! Mañana temprano estaré aquí Toma aquí tiene cien pesos como adelanto.


El hombre bajó del todoterreno y comenzó a caminar hacia la vivienda del campesino, situada a más de dos mil metros del camino.
–¡Buenos días!
El campesino estaba limpiando una piel de cocodrilo para ponerla a secar. Sin levantar la vista, contestó al forastero y siguió su labor.
–Puede entrar y tomar café. Lo colé hace poco.
–No se preocupe me gusta ver el campo.
El hombre comenzó a recorrer todo los alrededores de la choza. El terreno blando y poca vegetación. Algunas aves cruzaban el cielo rumbo al humedal. En una zanja, varios huesos de reptiles daban mal olor y algunas auras volaban en círculo sobre su cabeza a bastante altura.
–¡ Vamos! El camino es largo. Si lo desea puede dejar el dinero porque lo puede perder. No tengas miedo que nadie va a venir.
Aunque era muy temprano, el sol calentaba demasiado y el andar rápido le hacía sudar copiosamente. Después de varios minutos caminando, llegaron al borde del agua.
–Tienes que seguir detrás de mí. A los dos lados, es profundo. Si te desvías quedarás atrapado entre ramas, bejucos y “diente perro”. ¿Conoces el “diente perro”?
–Sí son esas piedras grandes de muchas puntas afiladas.
Llegaron al montículo y se detuvieron. Un enorme cocodrilo bloqueaba la entrada a la choza.
–No tengas miedo. Esa es Mamá Yaca. Lo más probable es que tenga el nido por aquí.
Desenfundó el machete y el cuchillo y comenzó a frotarlo. El sonido le recordaba al visitante, la música tradicional del Territorio, el Sucu Sucu. Ante su asombro, lentamente se fue desplazando el animal hasta sumergirse en las oscuras aguas. Entraron a la cabaña y pudieron percatarse que hacía mucho tiempo, nadie la visitaba.
El visitante, rodillas en tierra, removía el suelo con una rama en busca de alguna pista. Se levantó decepcionado y salió de la maltrecha choza. ¡El campesino, no estaba! Comenzó a llamarlo, primero en voz baja y después casi a gritos. ¿Cómo iba a regresar?
Se dio cuenta que aquel hombre lo había traicionado. No le importaba el dinero. Ahora, le importaba la vida. Se sentó en el suelo, recostado a la pared de la casucha, recordaba cuando su padre se enfrentó al hombre que abusaba de una anciana. En la pelea, el hombre resultó mortalmente herido y él, enviado a cumplir condena al Presidio de esta Isla. Logró escapar y se quiso refugiar en la Ciénaga.

Casimiro tenía todas las pieles listas para vender. Con el dinero de aquel forastero y la venta de las pieles podía montar un buen negocio. Pondría gente a cazar cocodrilos y sacarles la piel para vender a gran escala a las fábricas de confecciones de pieles. Estaba atando las cajas cuando escuchó una voz tras él.
–¿No se te olvida algo?
Se volteó y su rostro se puso blanco al ver al hombre que había dejado en la ciénaga a merced de los cocodrilos. Trató de desenfundar el machete cuando vio un revólver en la mano del hombre. Desistió y dejó en su lugar el afilado machete.
–¿Por qué deseabas mi muerte?
–No, no es eso. Pensé que te habías ido porque tenías miedo. –contestó Casimiro con voz temblorosa.
–¡No! Quisiste que muriera. ¿Por qué? ¡No me digas! Te contaré la historia real, no la contada por tu padre. Un día mi padre pasaba por frente a la casa de ustedes cuando escuchó gritos proveniente de su interior. Sin pensarlo, entró por la ventana y vio como tu padre le entraba a golpes a tu madre. Se enfrascaron en una dura pelea donde tu padre salió perdiendo. Con un fuerte puñetazo había caído al suelo y entonces quiso socorrer a tu madre sin saber que había muerto. Por todo el escándalo formado, llegó la policía y tu padre, ya en pie, acusó al mío de las lesiones y muerte de tu madre. Fue condenado a cadena perpetua, pero pensando que un día se podía descubrir la verdad vino contigo a esconderse en la ciénaga. Cuando mi padre se fugó del presidio trató de esconderse aquí. Tu padre lo encontró dormido debajo de una palma cana y cubierto con sus hojas. Sacó su machete y lo asesinó a sangre fría. Los cocos y patos pudieron hacerme llegar esa macabra historia, pero fue tu padre quien se lo confesó, en sus últimos minutos de vida al Doctor que lo atendía. A ti te contaría otra historia en la que mi progenitor era el malo. No me interesa.
Ramiro quedó mudo ante la revelación del joven y bajó la cabeza. El forastero le dio la espalda y salió caminando un poco aliviado a pesar de tener su ropa raída y sucia y sus pies descalzos.

Pedro Celestino Fernández Arregui













lunes, 1 de julio de 2019

El Arcoíris


                                                  

                                               El Arcoíris

Dicen que en una tierra lejana vivía un niño con su abuelo. Sus padres y hermano habían muerto en una guerra que le arrebató a su familia y a su infancia.
En su país de origen, nunca pudo disfrutar de muchas cosas lindas que a un niño le gustaría ver. Apenas podía jugar con su hermano dentro de la casa y siempre con el miedo enterrado en sus huesos. Por tales motivos en su país de acogida observaba todo y le parecía estar en otro mundo ¡Y lo era!
Un día observó por la ventana un hermoso arcoíris. Luego de estar extasiado, durante unos minutos, corrió a donde el abuelo.
¡Abuelo, abuelo! Hay un arcoíris. Es muy bonito. ¿Qué es?
–Te diré. – dijo el abuelo mientras se acomodaba las gafas– Hay quien dice que de donde sale el arcoíris existe un tesoro, otros que ahí comienza un mundo de fantasía, muchos dicen que es un fenómeno natural que se forma con el Sol y las gotas de agua y tu abuela decía que es un regalo del Señor para mostrarnos que no todo es blanco y negro. Decía ella, Dios la guarde, que aunque tengamos distintos colores, formamos un mundo de colores como el arcoíris.
–¿Y tú, abuelo, que crees?
Cuando quieres saber quién tiene la razón, busca la verdad.

Cierto día, el niño observó un hermoso arcoíris y sin decirle nada a su abuelo, salió corriendo con la idea de llegar hasta él. Por mucho que corría, no podía llegar hasta él. Mirando solamente a los colores del arcoíris, cayó en un pozo abandonado sin agua. Pensaba como salir de allí cuando vio entrar por la boca del pozo franjas de luces de colores que lo levantaron suavemente y lo trasladaron a lo alto del arcoíris. Desde allí todo le parecía hermoso. Los colores vivos abundaban y hasta el cielo, era de un azul intenso. De pronto, los colores comenzaron a hablar y decirle la importancia de ver todo lo que nos rodeas en colores, de como todos los colores unidos forman cosas maravillosas como el arcoíris, de la importancia de ver la muerte como algo natural, donde resalten los colores de las flores. Muchas cosas le dijeron de la importancia de los colores.

El abuelo desesperado buscaba a su nieto. Pensando en el interés mostrado por el arcoíris, siguió caminando en la dirección donde estaba el fenómeno natural. Después de mucho andar, el arcoíris desapareció. Tenía mucha sed y observó a pocos metros, un pozo. Bebería y luego lo seguiría buscando. Al inclinarse para ver el agua, se dio cuenta que estaba seco y en el fondo, el cuerpo del niño.

 Las brigadas de salvamento y los vecinos encontraron al día siguiente, los cuerpos sin vida del abuelo con su nieto. Desde entonces, en el pueblo que se comenta que siempre se ve el arcoíris hacia ese lugar.

Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui