Decepción
Había sido criado con los mejores principios del ser humano para con sus padres, su esposa e hijos y entendía la necesidad de luchar por un mundo mejor.
Así se lo hacía saber a sus alumnos cuando era profesor de química y por ello siempre tenía el cariño de aquellos estudiantes cubanos y extranjeros.
Además de profesor era explorador como reservista (de la misma unidad militar de la cual yo pertenecía) y un gran conocedor y aficionado del béisbol. Era un interlocutor perfecto. Sabía casi de todo por los conocimientos adquiridos a través de la lectura. Nunca lo vi enfadado o triste, aunque a veces se le reflejaba en el rostro cierta preocupación.
Lo conocí por mi hermano, también profesor, y siempre lo admiré por su análisis de las problemáticas mundial y nacional. Era muy crítico con todo lo que consideraba pudiera ser un daño para el proceso revolucionario del País y no le importaba que sus palabras pudieran herir a los llamados dirigentes del Partido o Gobierno.
Cierta noche, la Unidad Militar nos citó y nos llevaron al campamento. Nos explicaron que íbamos a cumplir una misión internacionalista. Aquello me pareció solamente parte de una maniobra que se iba a efectuar en saludo al tercer congreso del Partido. Mi amigo me decía: “Esto es en serio”
Estábamos en el mismo grupo de morteros. Él como explorador y yo como apuntador de mortero en una batería.
En el primer combate un proyectil nuestro, desviado, lo hirió en una mano y fue enviado a la retaguardia. Lo pusieron de sirviente en la casa donde radicaban los oficiales de alto rango y al otro día pidió lo enviaran al frente. No soportaba la exquisitez de aquellos jerarcas muy distintos a los sacrificios a que eran sometidos los soldados en las trincheras.
Después nos separamos. El participó en combates distintos a los míos y nos vimos otra vez en La Capital. Estaba contento por estar en casa y en su pecho colgaban las medallas. Pronto veríamos a nuestra familia.
A pesar de ser un héroe continuó con su vida sencilla pero su machete de crítica estaba más afilado. Era un verdadero revolucionario que luchaba por una vida mejor, llena de felicidad y no por una vida de sacrificios vanos, odios y violencia.
Un día se enfermó de una rodilla y necesitó dejar el trabajo. Poco a poco lo fueron olvidando. Los amigos de los juegos de dominó y los aficionados al béisbol, eran los únicos que hablaban con él. Cada día fumaba y bebía más. Renunció a su carnet del Partido y a la Asociación de Combatientes Internacionalista. Seguía siendo revolucionario pero estaba decepcionado del sistema que defendió. La cerveza y el ron eran constantes en su vida pero no dejaba de amar a su esposa e hijos.
Un día lo llevaron al médico. Estaba muy delgado. Lo llevaron y lo ingresaron en el mejor hospital de la capital. . No había cura. Tenía un cáncer muy avanzado. A los pocos días salió del centro hospitalario en silla de ruedas, más delgado aún.
A los quince días falleció. Yo estaba en otro País, pero ya que su muerte era cierta, me hubiera gustado que hubiera fallecido en África, a mi lado, para enterrarlo junto a un Baobab para que su alma viviera mientras durara el árbol, según cuenta la leyenda.
Así se lo hacía saber a sus alumnos cuando era profesor de química y por ello siempre tenía el cariño de aquellos estudiantes cubanos y extranjeros.
Además de profesor era explorador como reservista (de la misma unidad militar de la cual yo pertenecía) y un gran conocedor y aficionado del béisbol. Era un interlocutor perfecto. Sabía casi de todo por los conocimientos adquiridos a través de la lectura. Nunca lo vi enfadado o triste, aunque a veces se le reflejaba en el rostro cierta preocupación.
Lo conocí por mi hermano, también profesor, y siempre lo admiré por su análisis de las problemáticas mundial y nacional. Era muy crítico con todo lo que consideraba pudiera ser un daño para el proceso revolucionario del País y no le importaba que sus palabras pudieran herir a los llamados dirigentes del Partido o Gobierno.
Cierta noche, la Unidad Militar nos citó y nos llevaron al campamento. Nos explicaron que íbamos a cumplir una misión internacionalista. Aquello me pareció solamente parte de una maniobra que se iba a efectuar en saludo al tercer congreso del Partido. Mi amigo me decía: “Esto es en serio”
Estábamos en el mismo grupo de morteros. Él como explorador y yo como apuntador de mortero en una batería.
En el primer combate un proyectil nuestro, desviado, lo hirió en una mano y fue enviado a la retaguardia. Lo pusieron de sirviente en la casa donde radicaban los oficiales de alto rango y al otro día pidió lo enviaran al frente. No soportaba la exquisitez de aquellos jerarcas muy distintos a los sacrificios a que eran sometidos los soldados en las trincheras.
Después nos separamos. El participó en combates distintos a los míos y nos vimos otra vez en La Capital. Estaba contento por estar en casa y en su pecho colgaban las medallas. Pronto veríamos a nuestra familia.
A pesar de ser un héroe continuó con su vida sencilla pero su machete de crítica estaba más afilado. Era un verdadero revolucionario que luchaba por una vida mejor, llena de felicidad y no por una vida de sacrificios vanos, odios y violencia.
Un día se enfermó de una rodilla y necesitó dejar el trabajo. Poco a poco lo fueron olvidando. Los amigos de los juegos de dominó y los aficionados al béisbol, eran los únicos que hablaban con él. Cada día fumaba y bebía más. Renunció a su carnet del Partido y a la Asociación de Combatientes Internacionalista. Seguía siendo revolucionario pero estaba decepcionado del sistema que defendió. La cerveza y el ron eran constantes en su vida pero no dejaba de amar a su esposa e hijos.
Un día lo llevaron al médico. Estaba muy delgado. Lo llevaron y lo ingresaron en el mejor hospital de la capital. . No había cura. Tenía un cáncer muy avanzado. A los pocos días salió del centro hospitalario en silla de ruedas, más delgado aún.
A los quince días falleció. Yo estaba en otro País, pero ya que su muerte era cierta, me hubiera gustado que hubiera fallecido en África, a mi lado, para enterrarlo junto a un Baobab para que su alma viviera mientras durara el árbol, según cuenta la leyenda.