Historias de Taxistas
Los taxistas pueden escribir un libro sobre su
experiencia o una canción como Arjona. Los taxistas acumulan miles y miles de horas al volante y
transportan la mas variada carga humana. Por eso no es de extrañar que contemos algunas de ellas. No para que se
rían sino para que valoren el trabajo de estos hombres.
Recuerdo la noche que regresaba a la Base
cuando un hombre se me atraviesa en la carretera para que me detuviera.
─Compañero por favor, necesito llevar a mi
mujer al hospital. ¡Está pariendo!
Observo a la mujer sosteniendo con sus dos
manos, aquella barriga grande, tan grande como las que utiliza mi primo en el
gimnasio. Apenas subió y comenzaron los gritos. Una ambulancia no hubiera tocado
la sirena con tanta intensidad como la
mujer. El marido le daba palmaditas en el ombligo diciéndole a la criatura que
no tuviera prisa en salir que estábamos llegando. Y yo pisaba el acelerador y
le decía a mi taxi que se apurara que la mujer iba a parir ahí.
─ ¡Chofer, para aquí! Ya salió. – dijo el
campesino con cara de disgusto.
¡Madre mía!, miro hacia atrás y aquello era
horroroso. Un niño envuelto en una baba rosada, una cara sonriente, otra
admirada y yo con cara de mono.
─¡Pero hay que llevarla para el hospital!
─No, en aquella casa vive una comadrona. La
llamaremos y vendrá acortarle la tripa.
El campesino fue hasta la casa, cerca de la
carretera. Lo ví conversando con un señor y a los pocos minutos volvió con una
mujer. No sé por qué siempre había pensado que las comadronas eran señora mayores y me sorprendió ver que esta
era joven y bonita. Tenía deseos de vomitar y mareos y decidí llegarme a la
casa de la partera. El hombre al ver mi rostro descompuesto, me invitó a
sentarme en un viejo sofá forrado con sacos y roto por varios lugares. Al
parecer, sus inquilinos eran muy pobres. Me dijo si deseaba leche o ron y con
mucha vergüenza le dije que no podía beber bebidas alcohólicas que prefería
leche. El hombre se disponía a marchar hacia la cocina cuando sentí una picada
horrible en una nalga y me puse de pe inmediatamente. Me dijo que no me moviera
pues tenía un alacrán en mi trasero. Con el palo de la escoba lo desprendió y
lo aplastó con su bota derecha.
─ ¡Espera un momento!
Salió
y vino con un puñado de hojas de mango y mientras las estrujaba con las manos
me dijo: ¡Quítate el pantalón! Luego comenzó a pasar sus manos mojadas con la salvia de las hojas por la
nalga y en eso llegó su mujer.
─ ¿Qué haces?
─Lo picó un alacrán, Rosa.
Rojo como un tomate me puse el pantalón y fui
para el taxi. La imagen era enternecedora. La madre con el bebé en brazos y el
padre acariciando. Sonreí y puse en marcha el auto cuando oí una voz femenina que me decía: Chofer, me voy contigo.
─ ¿Y tu marido?
─ ¡Que se case con uno de su mismo sexo!
─Mira que es verdad que me picó un alacrán
─No me lo creo. Y… a propósito, tiene usted
unas nalgas muy bonitas.
(pcfa)