lunes, 30 de julio de 2018

Historias de Taxistas


                                                      Historias de Taxistas

 Los taxistas pueden escribir un libro sobre su experiencia o una canción como Arjona. Los taxistas acumulan  miles y miles de horas al volante y transportan la mas variada carga humana. Por eso no es de extrañar  que contemos algunas de ellas. No para que se rían sino para que valoren el trabajo de estos hombres.

 Recuerdo la noche que regresaba a la Base cuando un hombre se me atraviesa en la carretera para que me detuviera.

  ─Compañero por favor, necesito llevar a mi mujer al hospital. ¡Está pariendo!

 Observo a la mujer sosteniendo con sus dos manos, aquella barriga grande, tan grande como las que utiliza mi primo en el gimnasio.  Apenas subió y comenzaron  los gritos. Una ambulancia no hubiera tocado la sirena con tanta intensidad  como la mujer. El marido le daba palmaditas en el ombligo diciéndole a la criatura que no tuviera prisa en salir que estábamos llegando. Y yo pisaba el acelerador y le decía a mi taxi que se apurara que la mujer iba a parir ahí.

  ─ ¡Chofer, para aquí! Ya salió. – dijo el campesino con cara de disgusto.

 ¡Madre mía!, miro hacia atrás y aquello era horroroso. Un niño envuelto en una baba rosada, una cara sonriente, otra admirada y yo con cara de mono.

  ─¡Pero hay que llevarla para el hospital!

  ─No, en aquella casa vive una comadrona. La llamaremos y vendrá acortarle la tripa.

  El campesino fue hasta la casa, cerca de la carretera. Lo ví conversando con un señor y a los pocos minutos volvió con una mujer. No sé por qué siempre había pensado que las comadronas eran  señora mayores y me sorprendió ver que esta era joven y bonita. Tenía deseos de vomitar y mareos y decidí llegarme a la casa de la partera. El hombre al ver mi rostro descompuesto, me invitó a sentarme en un viejo sofá forrado con sacos y roto por varios lugares. Al parecer, sus inquilinos eran muy pobres. Me dijo si deseaba leche o ron y con mucha vergüenza le dije que no podía beber bebidas alcohólicas que prefería leche. El hombre se disponía a marchar hacia la cocina cuando sentí una picada horrible en una nalga y me puse de pe inmediatamente. Me dijo que no me moviera pues tenía un alacrán en mi trasero. Con el palo de la escoba lo desprendió y lo aplastó con su bota derecha.

  ─ ¡Espera un momento!

Salió y vino con un puñado de hojas de mango y mientras las estrujaba con las manos me dijo: ¡Quítate el pantalón! Luego comenzó a pasar sus manos  mojadas con la salvia de las hojas por la nalga y en eso llegó su mujer.

  ─ ¿Qué haces?

  ─Lo picó un alacrán, Rosa.

  Rojo como un tomate me puse el pantalón y fui para el taxi. La imagen era enternecedora. La madre con el bebé en brazos y el padre acariciando. Sonreí y puse en marcha el auto cuando oí una voz femenina  que me decía: Chofer, me voy contigo.

  ─ ¿Y tu marido?

  ─ ¡Que se case con uno de su mismo sexo!

  ─Mira que es verdad que me picó un alacrán

  ─No me lo creo. Y… a propósito, tiene usted unas nalgas muy bonitas.

(pcfa)


Otra Noche de Taxi









                                         Otra Noche de Taxi

Los domingos por la noche no son tan complicados para un taxista, o no eran muy complicados. Esa noche pasaba frente a un restaurant cuando salió un hombre que me hizo señas para que me detuviera. Me detuve, subió y me dijo para el Hotel Colony. ¡Hice el día! Pensé. Inmediatamente me dijo: tenemos que recoger a una joven a la salida del pueblo.

  Efectivamente, a la salida del pueblo, sentada en la parada del autobús, había una chica, vestida con una saya muy corta y una blusa donde los senos tenían que hacer un gran esfuerzo para no salir de su escondite. Al ver detenerse el taxi se incorporó y entró como un bólido. No dijeron palabras. Solamente se sentía como si estuvieran revolviéndose.

 Cuando pasábamos por los sembrados de toronja me pidieron de favor que me detuviera que querían pasear por el toronjal. Sonreí, salí de la carretera unos cien metros por un camino sin asfaltar y me detuve. Salieron de prisa, sin cerrar la puerta y se perdieron en la oscuridad.

  Mientras tanto puse el radio con un casette de mis grupos preferidos como, Los Pasteles Verdes, Los Fórmulas V y otros. Subí los cristales pues el viento soplaba con fuerza y no me dejaba escuchar. Después de sesenta minutos me decidí ir a buscar a los tortolitos gritando como un loco entre las plantas de toronja. Sentí que pisé algo blando. ¡Mierda! ¡Literalmente, mierda! Alguien había defecado  y la oscuridad de la noche no me permitió ver la mina antipersonal. Cabreado pero muy cabreado me quité el zapato y lo lancé contra un árbol. Me senté en el taxi y casi de inmediato sentí la puerta cerrar. Estaban, al parecer, avergonzados y no hablaron en todo el camino.

─ Señor, hemos llegado. –le dije con cierto enfado- ¡Catorce pesos!

 Cuando miro para el asiento de atrás no había nada. Al parecer el viento había cerrado la puerta del taxi y yo como estaba tan molesto, no me dí cuenta. Había perdido tiempo y dinero. Necesitaba tomarme un par de cervezas pero no podía porque, precisamente en el pie que le faltaba el zapato, tenía un calcetín roto y se podía ver todo el dedo gordo asomado. En eso pasaba junto al taxi un empleado y le pedí por favor, dándole una propina, que me trajera las cervezas.

 Estaba bebiendo las cerveza, muy frías, cuando llegó el último autobús que llegaba al hotel y que transportaba, en su mayoría, a empleados del hotel.

 Había “refrescado” un poco y terminaba la última cerveza cuando oigo que me dicen:

─ ¡Qué lindo! Nosotros abandonados en la carretera y usted tranquilamente tomando cerveza. ¡La pagarás hijo de p…!

 Puse en marcha el taxi y salí de allí como los bólidos de carreras.


(pcfa)