El Puente
Viejo
Aquel
puente tenía su misterio, aunque era hermoso. La hermosura y el misterio van
tomadas de la mano cuando de cosas antiguas se trata.
En
realidad, no era un puente grande, peligroso o alto. Era un puente sobre un
arroyo casi estrangulado por las plantas, sin apenas agua, que me recordaba las
lágrimas corriendo por las arrugas del rostro de un anciano. Las ranas
disfrutaban de su paraíso y los cerdos, escapados de su potrero, saciaban su
apetito con las malangas que sus fuertes hocicos lograban sacar de la tierra
humedecida.
Las
tablas y los postes no renunciaban a su labor de tantos años a pesar de mostrar
las heridas del tiempo y sus quejidos se podían escuchar al paso de las
carretas. Quejidos que en mitad de la noche, ponían los pelos de punta a
cualquier visitante de la ciudad.
Cierto
día, un joven al que todos decían Mayito, le sucedió algo raro en el Puente
Viejo y desde entonces, era motivo de conversaciones entre los campesinos de la
zona. Basta que alguien mencionara el Puente, para que se apoderara en los
presentes, un temblor raro en el cuerpo y el corazón latía a ritmo acelerado, o
sea, los invadía el miedo.
Corría
la segunda mitad del Siglo XX. En contadas ocasiones, en casa de algún campesino,
se formaba un guateque y todos los jóvenes de los alrededores acudían a la
fiesta. El baile, el aguardiente, la música y los cantantes eran suficiente
para que la diversión estuviera asegurada. Los guateques eran la excusa
perfecta para conocer las hermosas campesinas que asistían y bailar si era
posible. Ella a su vez también, tenían la oportunidad. Rara vez ocurría una
pelea y muchas veces algunos salían un poco mareado por el alcohol.
Mayito
no se perdía un guateque. En una ocasión se fracturó una pierna y con el yeso
se fue a una fiesta. Ese día, ni por nada del Mundo dejaría de asistir al
guateque que se iba a efectuar en casa de Antonio Rigo, pues asistiría una
hermosa joven de la cual estaba locamente enamorado de ella. Cuando se dirigía
a la casa de Rigo, al pasar por el puente, sintió un escalofrío extraño y un
silbido continuo que no cesaba. El caballo se resistía a pasar y tuvo que
desmontarse y halar por la rienda al animal. En cuanto pasó el puente se montó
y salió a todo galope del lugar.
En
cuanto vio a la chica de sus sueños, se le olvidó el susto que había pasado o
casi, porque no podía concentrarse y hasta tenía miedo de invitar a bailar a la
chica. En fin, se bebió unos cuantos tragos de ron y se marchó. Al llegar al
puente, sucedió lo mismo. El caballo no quería pasar y el silbido continuo le
perforaba el cerebro. Le daba duro con los contrafuertes de sus botas a las
costillas del animal hasta que éste se
alzó apoyado en sus patas traseras, derribó al jinete y salió a todo
galope en dirección contraria. Cuando cayó al suelo rodó hasta caer al borde
del arroyo. Frente a él un hombre con un
horrible rostro se reía hasta que por la boca le salió un enorme sapo. No podía
moverse, el barro lo tenía aprisionado y entonces llegaron varios hombres
riéndose y poniéndose delante de él,
abrieron las camisas y la piel transparente de sus barrigas dejaba ver miles de
huevos de ranas. Comenzó a gritar hasta que acudieron dos vecinos del lugar y
lo sacaron del barro. Les contó lo que había visto. Uno de ellos le contestó
que a otros le había sucedido lo mismo y no le dieron importancia.
El
joven se puso tan mal de los nervios que no salió más nunca de su casa.
El
caso fue llevado a programas de televisión donde abordaban temas paranormales,
pero un especialista en descifrar misterios asegura que el silbido se debía al
paso del viento por un orificio en una roca debajo del puente y que la visión
de Mayito fue una alucinación producto de la caída.
Los
campesinos de la zona dejaron de pasar por el puente de noche hasta que fue
derribado y construyeron uno nuevo.
Autor:
Pedro Celestino Fernández Arregui