El Americano
Cerca
de Santa Bárbara, en Isla de Pinos, vivía William Hunter. Su vivienda junto al
río era similar a todas las construidas en la Isla por los norteamericanos, o
sea, paredes de madera, machihembradas en distintas maneras, techos cubiertos
de zinc o tejas, ventanas grandes de cristal, pisos de madera, grandes portales
y las siempre presentes buhardillas y chimeneas. Nadie recuerda cuando llegó ni
cuando comenzó a vivir en esa casa que siempre estuvo vacía y cuyos dueños
nadie conoció. Míster Hunter, como lo conocían en el pueblo, vestía como todo
un vaquero del Oeste de los Estados Unidos. Pantalones típicos de los vaqueros,
camisa casi siempre de cuadros, sombrero de ala ancha y botas de cuero hasta la
mitad de la pierna y con tacones rectangular de
tres centímetros. Esa vestimenta con su cuerpo fornido y barba espesa de
diez centímetros causaba cierta impresión en los pobladores de Santa Bárbara.
Todas
las noches acudía al único bar del pueblo, pedía una botella de Whisky y se
marchaba cuando se vaciaba. No conversaba con nadie y se iba como mismo había
llegado. El dependiente de la bodega, Joaquín, le llevaba semanalmente los
víveres que pedía por medio de una nota.
Hacía
tres días que nadie había visto al norteamericano cuando Joaquín fue a llevarle
los víveres solicitados la semana anterior. Se extrañó que no saliera al ruido
del carruaje y que tampoco acudiera a los toques en la puerta ni al llamado a
viva voz. Descargó todo en el portal y se marchó.
Al
día siguiente algunos vecinos de la zona
pudieron observar varias auras tiñosas volando en círculos, como si se tratara
de la danza de la muerte, cerca de la vivienda de William Hunter. Era normal
ver a esos buitres volar de esa forma cuando había algún animal muerto, pero
Joaquín comenzó a sospechar que algo le había sucedido a su extraño cliente.
Así que el domingo decidió volver a su casa y averiguar. La mercancía llevada
por él se encontraba en el mismo lugar, pero había sido dañada por aves y
roedores. Un fuerte mal olor llegaba hasta la casa y con la ayuda de su olfato,
encontró varias auras desgarrando un cuerpo humano.
Salió
horrorizado a avisar al único policía del poblado y este llamó a Nueva Gerona.
Después
de la precaria investigación se comprobó, para asombro de las autoridades, que
se trataba de una mujer imposible de identificar. En toda la Isla no se había
reportado la desaparición de ninguna persona. ¿Quién era esa mujer? ¿Dónde está
Míster Hunter?
El
caso de la desaparición de William Hunter y la aparición del cadáver de una
desconocida cerca de su vivienda, se había convertido en la noticia del año en Isla
de Pinos.
En
aquella época, muchos residentes y comerciantes de la Isla visitaban La Habana
a menudo, en busca de los mejores y novedosos artículos y alimentos. Fue así,
que el suceso llegó a La Habana y al oído del joven detective Osvaldo Linares,
recién graduado en criminalística en los Estados Unidos. Le llamó la atención
ese caso y decidió viajar a la Isla para realizar sus investigaciones por su
cuenta.
Conversó
con el Jefe de Policía de Nueva Gerona, el policía y los vecinos de Santa
Bárbara, incluyendo los de la tienda de víveres y el bar. Luego fue caminando
hasta la casa de El Americano. La vivienda estaba igual aunque se podía
apreciar el registro realizado por la policía. Los sacos de la mercancía
estaban rotos y dispersos por el portal. En la casa no había fotos ni documentos. Se notaba que antes de
la incursión de la policía la vivienda se encontraba en orden y limpia. El
exterior con la hierba cortada y limpio los alrededores. En un pequeño muelle
se encontraba el bote en el cual le habían informado que solía salir a pescar
truchas. En el patio una pequeña construcción de madera donde guardaba los
utensilios de jardinerías y de su caballo. Según la policía, el caballo se encontraba pastando libremente
sin cuerda. Todo el día estuvo observando en el lugar. Al atardecer regresó al
pequeño hotel del pueblo. En el Hotel estaban registrados los pocos huéspedes
que habían estado alojados antes y hasta
el día del descubrimiento del cadáver. Sabía que la información de los
pobladores no era fiable al cien por ciento y que lo verdadero estaba en los
pocos detalles y pruebas materiales que había observado y algunos guardados en
una pequeña caja que traía consigo.
En
sus observaciones, el joven detective había descubierto varias pistas que lo
iba acercado a descubrir quién era la joven muerta y el lugar posible donde
podía encontrar a El Americano. Para tener el problema resuelto, solo esperaba
un telegrama de su compañero de estudio en Criminalística, Joel Baker.
Al
siguiente día sabía la identidad de la mujer, pero no podía saber la causa de
su muerte. En esa época y el deterioro del cadáver era difícil pudiera ser
descubierto por el mejor forense del Mundo. Tenía que encontrar al desaparecido
para saber sobre esa muerte. Estaba seguro del lugar donde podía encontrarlo si
es que no se había marchado de la Isla.
Dos
días después recibió la respuesta de su
colega. Ahora todo estaba claro. Los datos sobre la familia de William Hunter y
la joven fallecida, le confirmaba su hipótesis. Apenas leyó el telegrama,
alquiló un caballo y se dirigió al poblado de Mac Kinley.
Cuando
Osvaldo Linares llegó a Mac Kinley saludó a los dos policías, llegados de Nueva
Gerona, que lo estaban esperando. Se dirigieron a una de las viviendas fuera
del caserío y llamaron a la puerta. Al ver que nadie contestaba empujaron
levemente la puerta y ésta se abrió. Entraron con sumo cuidado y con las armas
listas para disparar. No había nadie en la casa y el detective observó en el
dormitorio una palangana con agua jabonosa frente a un espejo y muchos pelos en
el suelo. Pantalón de vaquero, camisa, sombrero y un par de botas tirados en
una cama en la cual nadie había dormido desde hacía muchos meses.
–¡Se
nos ha escapado!
–¿Quién
era? –preguntó uno de los policías.
–En
los Estados Unidos existió un bandido muy famoso que había formado una banda de
salteadores al concluir la Guerra Civil. Llegó a coger tanta fama por sus
acciones y crímenes que el Gobierno ofreció una recompensa de diez mil dólares
a quien lo matara. La ambición es mala, amigos. La persona ambiciosa es capaz
de vender su alma al diablo y así era un joven, integrante de su banda. En un
momento que el famoso bandolero se encontraba de pie en una silla limpiando el
polvo de un cuadro le disparó por la espalda, causándole la muerte. Si bien
había matado al famoso delincuente por otro lado se había buscado el odio, no
sólo entre los amigos y familiares, sino también, en muchas personas que lo
consideraban un héroes y repudiaban a los traidores. Por tal motivo tenía que
estar cambiando de pueblo cada cierto tiempo. Un día, estando con la mujer con
la cual mantenía relaciones íntimas, se formó un tiroteo en su local de Crede,
en Colorado, donde resultó muerto un individuo muy parecido a él. Algunos de
los clientes llegaron a decir que el difunto era él y entonces le pidió a la
mujer que simulara que lo estaba llorando y le cambiara los documentos
prometiéndole darle una buena cantidad de dinero. Así lo hizo y para todo el
mundo, el traidor había muerto. Por su parte, cambió su identidad y aprovechando
la ola de emigrantes que venía hacía aquí, decidió venir a vivir en Santa
Bárbara en una propiedad que previamente había comprado a una compañía
inmobiliaria de los Estados Unidos. Es el hombre que conocíamos por William
Hunter. La mujer vino a reclamar el dinero vestida de hombre por miedo a que la
siguieran los enemigos de su amante. Llegó a la vivienda de este malvado pero
se negó a darle el dinero. Quizás hayan discutido, forcejearon y la asesinó. No
lo sabemos. Sacó el cadáver un poco apartado de la casa para que las auras
borraran las huellas e identidad. Al ver que faltaba la montura, supuse que se
había marchado con otro caballo y lo más probable es que hubiera pensado dirigirse
hacia aquí, porque era muy difícil que lo vieran y además, existían algunas
viviendas vacías de norteamericanos que habían regresado a su país.
–¿Quien
fue ese famoso bandolero? – preguntó uno de los policías.
–Se
llamaba Jess James y su asesino que lo traicionó se llamaba Robert Ford al cual hemos conocido como William Hunter.
Autor:
Pedro Celestino Fernández Arreui