sábado, 28 de diciembre de 2019

El Americano




                                 El Americano


Cerca de Santa Bárbara, en Isla de Pinos, vivía William Hunter. Su vivienda junto al río era similar a todas las construidas en la Isla por los norteamericanos, o sea, paredes de madera, machihembradas en distintas maneras, techos cubiertos de zinc o tejas, ventanas grandes de cristal, pisos de madera, grandes portales y las siempre presentes buhardillas y chimeneas. Nadie recuerda cuando llegó ni cuando comenzó a vivir en esa casa que siempre estuvo vacía y cuyos dueños nadie conoció. Míster Hunter, como lo conocían en el pueblo, vestía como todo un vaquero del Oeste de los Estados Unidos. Pantalones típicos de los vaqueros, camisa casi siempre de cuadros, sombrero de ala ancha y botas de cuero hasta la mitad de la pierna y con tacones rectangular de  tres centímetros. Esa vestimenta con su cuerpo fornido y barba espesa de diez centímetros causaba cierta impresión en los pobladores de Santa Bárbara.

Todas las noches acudía al único bar del pueblo, pedía una botella de Whisky y se marchaba cuando se vaciaba. No conversaba con nadie y se iba como mismo había llegado. El dependiente de la bodega, Joaquín, le llevaba semanalmente los víveres que pedía por medio de una nota.

Hacía tres días que nadie había visto al norteamericano cuando Joaquín fue a llevarle los víveres solicitados la semana anterior. Se extrañó que no saliera al ruido del carruaje y que tampoco acudiera a los toques en la puerta ni al llamado a viva voz. Descargó todo en el portal y se marchó.

Al día siguiente algunos  vecinos de la zona pudieron observar varias auras tiñosas volando en círculos, como si se tratara de la danza de la muerte, cerca de la vivienda de William Hunter. Era normal ver a esos buitres volar de esa forma cuando había algún animal muerto, pero Joaquín comenzó a sospechar que algo le había sucedido a su extraño cliente. Así que el domingo decidió volver a su casa y averiguar. La mercancía llevada por él se encontraba en el mismo lugar, pero había sido dañada por aves y roedores. Un fuerte mal olor llegaba hasta la casa y con la ayuda de su olfato, encontró varias auras desgarrando un cuerpo humano.

Salió horrorizado a avisar al único policía del poblado y este llamó a Nueva Gerona.

Después de la precaria investigación se comprobó, para asombro de las autoridades, que se trataba de una mujer imposible de identificar. En toda la Isla no se había reportado la desaparición de ninguna persona. ¿Quién era esa mujer? ¿Dónde está Míster Hunter?



El caso de la desaparición de William Hunter y la aparición del cadáver de una desconocida cerca de su vivienda, se había convertido en la noticia del año en Isla de Pinos.
En aquella época, muchos residentes y comerciantes de la Isla visitaban La Habana a menudo, en busca de los mejores y novedosos artículos y alimentos. Fue así, que el suceso llegó a La Habana y al oído del joven detective Osvaldo Linares, recién graduado en criminalística en los Estados Unidos. Le llamó la atención ese caso y decidió viajar a la Isla para realizar sus investigaciones por su cuenta.
Conversó con el Jefe de Policía de Nueva Gerona, el policía y los vecinos de Santa Bárbara, incluyendo los de la tienda de víveres y el bar. Luego fue caminando hasta la casa de El Americano. La vivienda estaba igual aunque se podía apreciar el registro realizado por la policía. Los sacos de la mercancía estaban rotos y dispersos por el portal. En la casa no había  fotos ni documentos. Se notaba que antes de la incursión de la policía la vivienda se encontraba en orden y limpia. El exterior con la hierba cortada y limpio los alrededores. En un pequeño muelle se encontraba el bote en el cual le habían informado que solía salir a pescar truchas. En el patio una pequeña construcción de madera donde guardaba los utensilios de jardinerías y de su caballo. Según la policía,  el caballo se encontraba pastando libremente sin cuerda. Todo el día estuvo observando en el lugar. Al atardecer regresó al pequeño hotel del pueblo. En el Hotel estaban registrados los pocos huéspedes que habían estado alojados antes y  hasta el día del descubrimiento del cadáver. Sabía que la información de los pobladores no era fiable al cien por ciento y que lo verdadero estaba en los pocos detalles y pruebas materiales que había observado y algunos guardados en una pequeña caja que traía consigo.
En sus observaciones, el joven detective había descubierto varias pistas que lo iba acercado a descubrir quién era la joven muerta y el lugar posible donde podía encontrar a El Americano. Para tener el problema resuelto, solo esperaba un telegrama de su compañero de estudio en Criminalística, Joel Baker.
Al siguiente día sabía la identidad de la mujer, pero no podía saber la causa de su muerte. En esa época y el deterioro del cadáver era difícil pudiera ser descubierto por el mejor forense del Mundo. Tenía que encontrar al desaparecido para saber sobre esa muerte. Estaba seguro del lugar donde podía encontrarlo si es que no se había marchado de la Isla.
Dos días después recibió la respuesta  de su colega. Ahora todo estaba claro. Los datos sobre la familia de William Hunter y la joven fallecida, le confirmaba su hipótesis. Apenas leyó el telegrama, alquiló un caballo y se dirigió al poblado de Mac Kinley.

 Cuando Osvaldo Linares llegó a Mac Kinley saludó a los dos policías, llegados de Nueva Gerona, que lo estaban esperando. Se dirigieron a una de las viviendas fuera del caserío y llamaron a la puerta. Al ver que nadie contestaba empujaron levemente la puerta y ésta se abrió. Entraron con sumo cuidado y con las armas listas para disparar. No había nadie en la casa y el detective observó en el dormitorio una palangana con agua jabonosa frente a un espejo y muchos pelos en el suelo. Pantalón de vaquero, camisa, sombrero y un par de botas tirados en una cama en la cual nadie había dormido desde hacía muchos meses.
–¡Se nos ha escapado!
–¿Quién era? –preguntó uno de los policías.
–En los Estados Unidos existió un bandido muy famoso que había formado una banda de salteadores al concluir la Guerra Civil. Llegó a coger tanta fama por sus acciones y crímenes que el Gobierno ofreció una recompensa de diez mil dólares a quien lo matara. La ambición es mala, amigos. La persona ambiciosa es capaz de vender su alma al diablo y así era un joven, integrante de su banda. En un momento que el famoso bandolero se encontraba de pie en una silla limpiando el polvo de un cuadro le disparó por la espalda, causándole la muerte. Si bien había matado al famoso delincuente por otro lado se había buscado el odio, no sólo entre los amigos y familiares, sino también, en muchas personas que lo consideraban un héroes y repudiaban a los traidores. Por tal motivo tenía que estar cambiando de pueblo cada cierto tiempo. Un día, estando con la mujer con la cual mantenía relaciones íntimas, se formó un tiroteo en su local de Crede, en Colorado, donde resultó muerto un individuo muy parecido a él. Algunos de los clientes llegaron a decir que el difunto era él y entonces le pidió a la mujer que simulara que lo estaba llorando y le cambiara los documentos prometiéndole darle una buena cantidad de dinero. Así lo hizo y para todo el mundo, el traidor había muerto. Por su parte, cambió su identidad y aprovechando la ola de emigrantes que venía hacía aquí, decidió venir a vivir en Santa Bárbara en una propiedad que previamente había comprado a una compañía inmobiliaria de los Estados Unidos. Es el hombre que conocíamos por William Hunter. La mujer vino a reclamar el dinero vestida de hombre por miedo a que la siguieran los enemigos de su amante. Llegó a la vivienda de este malvado pero se negó a darle el dinero. Quizás hayan discutido, forcejearon y la asesinó. No lo sabemos. Sacó el cadáver un poco apartado de la casa para que las auras borraran las huellas e identidad. Al ver que faltaba la montura, supuse que se había marchado con otro caballo y lo más probable es que hubiera pensado dirigirse hacia aquí, porque era muy difícil que lo vieran y además, existían algunas viviendas vacías de norteamericanos que habían regresado a su país.
–¿Quien fue ese famoso bandolero? – preguntó uno de los policías.
–Se llamaba Jess James y su asesino que lo traicionó se llamaba Robert Ford al cual hemos conocido como William Hunter.



Autor: Pedro Celestino Fernández Arreui
















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