El Poema
Los dos sillones
en la terraza frente al jardín. En el suelo, justo delante de Paolo, con la
cabeza descansando entres sus patas delantera y
la mirada perdida en el horizonte, la perrita Dinky.
-¿Sabes qué
estoy recordando? El día que nos conocimos. Era mi primer amor. El tuyo
también.
-¿Te acuerdas de
aquel Poema que escribí, dedicado a ti? No sabía nada de rimas, ni métricas ni
cosas de poesía, pero me salía del alma. Escribí lo que sentía.
-¿Quieres lo lea?
Paolo sacó del
bolsillo de su bata de dormir, con su mano arrugada y temblorosa, un papel
doblado y amarillo por el paso de los años. Lentamente lo fue desdoblando y una
vez concluido, comenzó a leerlo:
“A mi único Amor”
¡Qué sensación tan extraña cuando rocé tu mano con la mía!
¡Qué fuego interno iluminó tus blancas y suaves
mejillas!
Soy, lo sé, una
luz de esperanza en tu infancia arrebatada, por las personas que pisaban las
flores y las semillas de todo aquello peligroso para la tiranía. Tus besos son
la fuente de la energía que me fortalece.
Mis besos para ti,
los del caballero que enciende las estrellas y
hace vibrar tu ser, el alma, tu naturaleza.
Nuestros
corazones laten al unísono mientras la sangre se precipita en torrentes hirvientes como lavas de volcán.
Soy tu laguna
en medio de tus sufrimientos.
Soy el hombre que
te llevará al altar y seguirá tratando de
hacerte feliz hasta el último momento de nuestras vidas. Sí, porque será
el de nosotros, el único amor.
El anciano dejó
descansar sus brazos encima de sus piernas con el papel en la mano, mientras
unas lágrimas serpenteaban por las arrugas de su rostro. Dirigió la mirada
hacia el sillón vacío y preguntó:
-¿Recuerdas ese
poema, mi amor?