sábado, 10 de agosto de 2013

El Poema


                                                                    El Poema      

  Los dos sillones en la terraza frente al jardín. En el suelo, justo delante de Paolo, con la cabeza descansando entres sus patas delantera y  la mirada perdida en el horizonte, la perrita Dinky.

   -¿Sabes qué estoy recordando? El día que nos conocimos. Era mi primer amor. El tuyo también.   

   -¿Te acuerdas de aquel Poema que escribí, dedicado a ti? No sabía nada de rimas, ni métricas ni cosas de poesía, pero me salía del alma. Escribí lo que sentía.

  -¿Quieres lo lea?

 Paolo sacó del bolsillo de su bata de dormir, con su mano arrugada y temblorosa, un papel doblado y amarillo por el paso de los años. Lentamente lo fue desdoblando y una vez concluido, comenzó a leerlo:

                    A mi único Amor

¡Qué sensación tan extraña cuando rocé tu mano  con la mía!

 ¡Qué  fuego interno iluminó tus blancas y suaves mejillas!

 Soy, lo sé, una luz de esperanza en tu infancia arrebatada, por las personas que pisaban las flores y las semillas de todo aquello peligroso para la tiranía. Tus besos son la fuente de la energía que me fortalece.

 Mis besos para ti, los del caballero que enciende las estrellas y  hace vibrar tu ser, el alma, tu naturaleza.

    Nuestros corazones laten al unísono mientras la sangre se precipita en  torrentes hirvientes como lavas de volcán.

     Soy tu laguna en medio de tus sufrimientos.

 Soy el hombre que te llevará al altar y seguirá tratando de  hacerte feliz hasta el último momento de nuestras vidas. Sí, porque será el de nosotros, el único amor.

  El anciano dejó descansar sus brazos encima de sus piernas con el papel en la mano, mientras unas lágrimas serpenteaban por las arrugas de su rostro. Dirigió la mirada hacia el sillón vacío y preguntó:

 -¿Recuerdas ese poema, mi amor?