lunes, 16 de septiembre de 2013

El Niño y la Crisis de los Cohetes


              El Niño y la Crisis de los     Cohetes 
 
El niño jugaba alegremente con bueyes de maderas tirando de una  carreta, del mismo material, cargada de piedras que representaban sacos de aguacates, mangos y naranjas. En su imaginación, aquellas bestias tenían nombres: Azabache y Sabanero. Sus infantiles manos halaban los “bueyes” mientras sus rodillas se tornaban blanquecinas y se adornaba con rasguños producidos por las piedrecillas. Varias veces en el trayecto, detenía el juguete para bajar alguna “mercancía”. De vez en cuando volvía la cabeza hacia el camino cada vez que sentía el ruido de los camiones militares cargados de materiales diversos de construcción que pasaban veloces levantando densas nubes de polvo pintando los alrededores como si de nieve se tratara. Absorto en sus fantasías no escuchaba el llamado de su madre para que fuera a comer.

 Se levantó de pronto al ver un avión, tan grande como nunca lo había visto y con un ruido infernal como si mil toros resoplaran al mismo tiempo. Corrió para su casa, con el miedo en el cuerpo y sin importarle las espinas de las “dormideras”, llamando a su madre con desesperación.

 Cuando llegó, su madre le dijo que era un avión que había pasado muy bajo y no tenía que temer. Lo llevó al baño y le lavó las manos.  En ese momento llegó el padre, besó al niño y a la mujer. Mientras se aseaba para comer con su familia, le comentó a su esposa, la situación tensa que se estaba viviendo en el País. El radio lo decía, pero en realidad nadie sabía de qué se trataba. Aviones extranjeros cruzaban el espacio aéreo y otros extranjeros construían bases militares cerca de sus viviendas.

 Esa noche nadie durmió en la casa de los Garcés, ni en las Unidades Militares, ni en el Palacio de la Revolución, ni en el Kremlin, ni en la Casa Blanca, pero al otro día los aviones no pasaron, los extranjeros se fueron y el niño volvió a jugar con su carreta, Sabanero y Azabache.