Los Regalos del Abuelo
Hay momentos que un episodio, objeto, paisaje u otra cosa nos hace recordar momentos de nuestras vidas, aunque sucede que los recuerdos son muy familiares y sociables entre ellos y cuando traes uno ese trae a otro y el otro a otro y llegas a un recuerdo que nada tiene que ver con el primero.
Eso me sucedió cuando vi a un
hermoso caballo pastando. Pensé en una pequeña yegua que tuve
siendo un niño. (El único parecido con el caballo, era que tenía
cabeza, cuerpo y extremidades) Luego recordé que ese equino me lo
había regalado mi abuelo en uno de mis cumpleaños. Sí, porque
dicen que días u horas antes de nacer los nietos, viene un ángel y
le riega un polvo mágico a los abuelos cuando duermen. Es polvo,
depende la cantidad, ablanda el alma y los corazones para el
comportamiento con los nietos. Yo no sé la cantidad que le pusieron
a mis abuelos paternos pero el abuelo solía darme dinero para
golosina y siempre tenía un regalo para mi cumpleaños.
Mi abuelo poseía una pequeña finca
pero sus antepasados eran de algún lugar donde sus moradores tenían
fama de tacaños. Pero él, había recibido el polvo del ángel y en
cada onomástico me decía: “Esa cerda es mi regalo” otro año,
“Aquella ternera es para tí” , “la gallina jabada es tuya” y
así cada año hasta que un día me regaló la yegua. Era pequeña,
exhibía sus costillas, la crin como esa cortina de semillas porque
la llevaba llena de guizasos y la cola como una fregona. Pero lo más
simpático es cuando la montaba sin montura porque tenía sus patas
delanteras muy cortas y las traseras muy largas y cuando cabalgabas
por aquellas guardarrayas era como deslizarse en un tobogán hasta el
cuello de la bestia. Esta no podía soportar el dolor en la cervical
y me enviaba directamente al suelo.
Me fui a vivir a otra parte y a los
cinco años regresé. Era un joven con ambiciones y sacaba mis
cuentas. Una ternera se hizo vaca y debe haber parido unos cincos
terneros, La cerda, en cada parto un mínimo de ocho cerditos y estos
a su vez tuvieron descendencias, pues unos trescientos. La gallina,
suponiendo que algunos huevos fueron fritos y otros tortillas,
calculo unos cuatrocientos pollos sin contar los que perecen en su
lucha por la vida. En fin, una cuenta de banco considerable o un
propietarios de muchos animales.
- Abuelo, y la ternera que me regalaste?
- Qué buena vaca resultó! Tuvo cinco partos y uno de ellos, jimagua. La única vaca que nos ha dado dos terneros en un parto. Y como daba leche! Todos se vendieron incluyendo la vaca. Y me pagaron bien!
- Y la lechona? Esa es otra que salió buenísima. Cada vez que paría, diez lechones como mínimo. Cómo dieron dinero!
- Sabes que me acuerdo de la gallina que me regalaste?
- Tú has sido dichoso con los animales. Esa gallina aumentó mis aves lo que no te puedes imaginar. No sé cuántos pollos comimos y vendimos. Ah! Y los huevos...hasta vendimos cientos de docenas.
No le pregunté por la yegua por
miedo a una respuesta similar pero paseando mi vista por los
alrededores, a unos cien metros, había una bestia.
-Abuelo, es aquella la yegua?
- Sí, sí. Me ha sido útil. Lo mismo surca la tierra que hala una carreta que me lleva al pueblo a comprar.
- Voy a verla.
Llegué a ella y le acaricié aquel
pelambre como los hilos de una escoba, la miré a los ojos. Y junto
pensamos los tiempos en que me hacía comer la hierba con excrementos
de vacas o el barro en tiempo de lluvia.
Algo había quedado del polvo de los
ángeles o quizás no.
Pedro Celestino Fernández Arregui