La Esperanza
Cada gota de sangre era
una gota de vida que se escurría de su ser. Recostado al tronco de un cerezo y
apretándose el abdomen con sus dos manos, veía las hormigas llevando trocitos
de hojas para su sociedad. Hubiera querido ser una hormiga o ¿Acaso no lo era?
Se comportó toda su vida como esos insectos trabajando para los demás,
recibiendo estímulos de toda índole, soñando en cada día ser mejor y ayudar a
los demás. ¿Cuántos recordarán su muerte? ¡Que le importa ahora! Necesitaba
llegar hasta la casa del vecino. Tenía que recorrer tres mil metros. ¿Le
alcanzaría la sangre? Había que intentarlo. Sentía el bulto que llevaba en el
bolsillo del pantalón. Era la salvación de los demás. Si ellos la cogían, sería
el fin de la humanidad.
Cuando la iban a matar,
la tomó y corrió todo lo que pudo. Sintió la mordida de una serpiente de acero,
pero ella estaba intacta.
Trató de incorporarse
pero no pudo. Entre las luces violetas, sombras dantescas y el griterío de los
asesinos se aproximó una paloma, extrajo algo de su bolsillo y emprendió vuelo.
Por última vez en su vida, sonrió. Ella está a salvo. La humanidad se ha
salvado. ¡No pudieron matar la
esperanza!
Pedro Celestino Fernández Arregui