El
Vendedor de Granizados
Desde muy pequeño tenía muy claro el
concepto del respeto, la gentileza, la amistad, la humildad, el compañerismo,
la justicia y el amor.
Me
daba cierta pena el señor que pasaba todos los días frente a mi casa vendiendo granizados.
Tenía alrededor de sesenta años, delgado, cabello canoso miradas melancólicas y sonrisa perenne.
Empujar aquel carro con un bloque de hielo de aproximadamente cien kilos y
luego rasparlo, un montón de veces, con un utensilio para poder sacar el hielo
frappé.
Ese
día estaba justamente frente a la puerta de mi casa y yo regresaba del cole.
Tenía entonces once años. Antes de llegar a la casa llegaron tres jóvenes
grandes, fuertes y burlones y pidieron sendos granizados de fresas. Cuando el
vendedor le dijo que costaba quince
centavos, se rieron y uno de ellos le contestó “Que te lo pague tu
madre, viejuco” y se marcharon riendo haciendo caso omiso a todo lo que le
decía el señor. Aquello me dio tremenda rabia y los seguí. Se habían sentado en
la acera al doblar la esquina, a “disfrutar” de sus granizados y reírse de la “hazaña”
realizada. Regresé junto al vendedor, tomé treinta centavos del dinero asignado
para la merienda y pedí tres granizados de chocolate, además le dije que
cobrara los tres de los antipáticos jóvenes. Fui donde estaban ellos y al
pasarle por detrás le aplasté, en sus respectivas cabezas, los tres cucuruchos
de granizados de chocolate y corrí en dirección a la casa. Sabía que han visto
cuando entraba. Mi padre, oficial de la Policía, había terminado de limpiar su
pistola reglamentaria y mi madre terminaba de hacer la comida. Saludé y me
introduje en el baño. Tocaron a la puerta y les abrió mi padre.
– ¿Qué
desean?
– Perdone
señor. Nos hemos equivocados –dijo uno de ellos al ver a mi padre con la
pistola en la mano.
No
sé si se mudaron de barrio o simplemente pasaban por otra calle, pero más nunca
los volví a ver.
Pcfa