sábado, 13 de noviembre de 2021

El Vendedor de Granizados


   

El Vendedor de Granizados

Desde muy pequeño tenía muy claro el concepto del respeto, la gentileza, la amistad, la humildad, el compañerismo, la justicia y el amor.

Me daba cierta pena el señor que pasaba todos los días frente a mi casa vendiendo granizados. Tenía alrededor de sesenta años, delgado, cabello canoso  miradas melancólicas y sonrisa perenne. Empujar aquel carro con un bloque de hielo de aproximadamente cien kilos y luego rasparlo, un montón de veces, con un utensilio para poder sacar el hielo frappé.

Ese día estaba justamente frente a la puerta de mi casa y yo regresaba del cole. Tenía entonces once años. Antes de llegar a la casa llegaron tres jóvenes grandes, fuertes y burlones y pidieron sendos granizados de fresas. Cuando el vendedor le dijo que costaba quince  centavos, se rieron y uno de ellos le contestó “Que te lo pague tu madre, viejuco” y se marcharon riendo haciendo caso omiso a todo lo que le decía el señor. Aquello me dio tremenda rabia y los seguí. Se habían sentado en la acera al doblar la esquina, a “disfrutar” de sus granizados y reírse de la “hazaña” realizada. Regresé junto al vendedor, tomé treinta centavos del dinero asignado para la merienda y pedí tres granizados de chocolate, además le dije que cobrara los tres de los antipáticos jóvenes. Fui donde estaban ellos y al pasarle por detrás le aplasté, en sus respectivas cabezas, los tres cucuruchos de granizados de chocolate y corrí en dirección a la casa. Sabía que han visto cuando entraba. Mi padre, oficial de la Policía, había terminado de limpiar su pistola reglamentaria y mi madre terminaba de hacer la comida. Saludé y me introduje en el baño. Tocaron a la puerta y les abrió mi padre.

– ¿Qué desean?

– Perdone señor. Nos hemos equivocados –dijo uno de ellos al ver a mi padre con la pistola en la mano.

No sé si se mudaron de barrio o simplemente pasaban por otra calle, pero más nunca los volví a ver.

 

Pcfa