¿Desaparecido?
Obdulio, un campesino que vivía cerca dela
Daguilla en Isla de Pinos, se perdió cuando fue a ordeñar la vaca. Según dicen,
todo fue muy raro, pero ahora les contaré.
Obdulio tenía doce hijos y una vaca, no
una vaca cualquiera, era una vaca que daba mucha leche. Tanta que llenaba los
estómagos de los pequeños y lo que sobraba, Mariela su mujer, hacía dulce de
leche cortada.
Hambre no pasaban. Los mayores ayudaban al
padre en las siembras y el cuidado de los cerdos. Los menores le echaban maíz a
las gallinas y se encargaban de molerlo para hacer harina. A unos cien metros
de la casa pasaba un arroyo con bastante fuerza y justo frente a su casa caía
una pequeña cascada que al caer levantaba piedrecillas y arenas que se
mezclaban en un remolino. Mariela casi todos los días llenaba un saco de ropa
sucia y las lanzaba en donde caía la cascada. Pasado el tiempo los niños
menores se lanzaban al agua y sacaban la ropa, prenda a prenda, limpias como si
la hubieran sacado de una lavadora.
Ese día, Obdulio tomó un balde, se puso
sus polainas, se acomodó el sombrero y salió a ordeñar la vaca. El viejo reloj
de la casa marcaba las seis de la mañana, la hora que siempre salía a ordeñar.
Mariela
estaba preocupada. Las nueve de la mañana y su marido, no regresaba con
la leche. Varias veces lo llamó, pero no respondía. Los pequeños tenían hambre.
Envió a uno de sus hijos a averiguar. La vaca no estaba lejos, aunque estaba
detrás de un pequeño monte que dificultaba la visibilidad desde la casa.
Al llegar el chico al corral observó que
la vaca tenía sus patas traseras atadas, como era costumbre porque así impedía
una patada del animal. Junto a la vaca el pequeño banco utilizado para sentarse
mientras ordeñaba y el balde. Lo único que faltaba era su padre. Después de
llamarlo varias veces y no recibir contesta, ordeñó la vaca, le retiró la
cuerda y soltó a ternero que tenía más hambre que ellos.
Al llegar a casa, después de desayunar, la
madre ordenó a los mayores a salir en busca de su padre. Recorrieron todo los
alrededores sin encontrarlo. Solo quedaba explorar la Daguilla. La montaña no
era muy alta, apenas unas decenas de metros y con forma de cono. Casi al
oscurecer regresaron a la casa con la frustración de no encontrar a su padre.
A la mañana siguiente, alrededor de las
siete y media se disponían a salir de nuevo cuando vieron a su padre entrar con
el cubo lleno de leche. ¡Se quedaron paralizados en el portal de la casa!
–¿Padre, dónde estabas? –preguntó unos de
los hijos.
–Ordeñando la vaca. ¿Dónde iba a estar?
Los niños pequeños comenzaron a gritar
¡Papá! ¡Papá! Mientras su mujer se abrazaba a él llorando mientras en su rostro
se dibujaba el asombro y la incomprensión.
Le dio el balde a su esposa y se sentó en
un taburete en el portal como era costumbre, a esperar el café recién colado.
Según Obdulio, no había pasado nada y
negaba categóricamente que se hubiera perdido.
Años más tarde desapareció la vaca, pero
no la encontraron jamás.
Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui