martes, 1 de mayo de 2018

La Cueva de los Murciélagos












                                               LA CUEVA DE LOS MURCIÉLAGOS

    Cuando la policía llegó, aún tenía en sus manos el arma homicida, caliente, sofocada de tanto vomitar plomos. No hubo que investigar nada. El mismo confesó el crimen.

    El juicio se efectuó a los pocos días del suceso. La sala estaba llena. El fiscal pedía cadena perpetua pero él estaba ajeno a todo lo que sucedía. En su mente sólo veía otro juicio. Aquel en que el juez condenaba al acusado a diez años de cárcel. Recuerda cuando se abalanzó sobre el asesino al oír la sentencia. ¡Diez años por violar y asesinar a su hija! El magistrado dijo que no hubo violación y que lo que hubo fue un crimen imprudente. Desde ese día juró vengar a su hija.

   El barco navegaba hacia el presidio más grande del País, hacia Isla de Pinos, para cumplir la sentencia de treinta años. Lo tenían esposado a la litera del camarote, por lo que no podía pensar en una fuga, lanzándose al mar.

   Quedó asombrado al ver aquellas enormes circulares que albergaban a cientos de presos. Pero no se desanimó. ¡Tenía que escapar!

  Los meses pasaban y comenzaron a desfilar los años. Cada día trazaba un plan de fuga y cada día llegaba a la conclusión que era imposible llevarlo a cabo.

  Cierto día escuchó una conversación entre dos presos y para él había sido una revelación, una esperanza y la libertad. Había escuchado que varios presos eran conducidos a una loma llamada Punta Colombo a extraer abono de una cueva. El guano se trasladaba desde la cueva hasta una goleta por medio de una gruesa soga debido a que la loma se adentraba en el mar como una lengua. Tenía que buscar la manera de integrar el grupo de reclusos que se dedicaban a esa tarea. Para lograr su propósito difundió, muy sutilmente, la falsa historia de su experiencia en ese tipo de trabajo. Para estar seguro, propició un “accidente” con uno de los reclusos que se dedicaban a esa tarea (un empujón en la escalera cuando se dirigían al comedor).

 A la mañana siguiente, Gerónimo integraba la brigada de extracción de guano de murciélago.

 Desde que llegó a la loma y bajó por el agujero que conducía a la cueva había captado todos los detalles a su alrededor. En esa espelunca, el mal olor era insoportable, el polvo levantado al llenar los sacos irritaba los ojos y la garganta y la escasez de iluminación torturaba a aquellos condenados.

  A la semana de estar Gerónimo trabajando en ese lugar, circuló la noticia de la desaparición misteriosa de un reo. Nadie sabe lo que sucedió pero dicen que se escapó dentro de un saco de excrementos de murciélagos.

  Un año después, apareció el cadáver de Mauricio en un basurero. Había sido acribillado a balazos. La policía no pudo dar con el asesino de tan respetable Juez, el señor Mauricio Iznaga.


Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui