LA
CUEVA DE LOS MURCIÉLAGOS
El juicio se efectuó a los pocos días del suceso. La
sala estaba llena. El fiscal pedía cadena perpetua pero él estaba ajeno a todo
lo que sucedía. En su mente sólo veía otro juicio. Aquel en que el juez
condenaba al acusado a diez años de cárcel. Recuerda cuando se abalanzó sobre
el asesino al oír la sentencia. ¡Diez años por violar y asesinar a su hija! El
magistrado dijo que no hubo violación y que lo que hubo fue un crimen
imprudente. Desde ese día juró vengar a su hija.
El barco
navegaba hacia el presidio más grande del País, hacia Isla de Pinos, para
cumplir la sentencia de treinta años. Lo tenían esposado a la litera del
camarote, por lo que no podía pensar en una fuga, lanzándose al mar.
Quedó asombrado al ver aquellas enormes
circulares que albergaban a cientos de presos. Pero no se desanimó. ¡Tenía que
escapar!
Los meses pasaban y comenzaron a desfilar los
años. Cada día trazaba un plan de fuga y cada día llegaba a la conclusión que
era imposible llevarlo a cabo.
Cierto día escuchó una conversación entre dos
presos y para él había sido una revelación, una esperanza y la libertad. Había
escuchado que varios presos eran conducidos a una loma llamada Punta Colombo a
extraer abono de una cueva. El guano se trasladaba desde la cueva hasta una
goleta por medio de una gruesa soga debido a que la loma se adentraba en el mar
como una lengua. Tenía que buscar la manera de integrar el grupo de reclusos
que se dedicaban a esa tarea. Para lograr su propósito difundió, muy
sutilmente, la falsa historia de su experiencia en ese tipo de trabajo. Para
estar seguro, propició un “accidente” con uno de los reclusos que se dedicaban
a esa tarea (un empujón en la escalera cuando se dirigían al comedor).
A la mañana siguiente, Gerónimo integraba la
brigada de extracción de guano de murciélago.
Desde que llegó a la loma y bajó por el
agujero que conducía a la cueva había captado todos los detalles a su
alrededor. En esa espelunca, el mal olor era insoportable, el polvo levantado
al llenar los sacos irritaba los ojos y la garganta y la escasez de iluminación
torturaba a aquellos condenados.
A la semana de estar Gerónimo trabajando en
ese lugar, circuló la noticia de la desaparición misteriosa de un reo. Nadie
sabe lo que sucedió pero dicen que se escapó dentro de un saco de excrementos de
murciélagos.
Un año después, apareció el cadáver de
Mauricio en un basurero. Había sido acribillado a balazos. La policía no pudo
dar con el asesino de tan respetable Juez, el señor Mauricio Iznaga.
Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui
Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui