viernes, 27 de abril de 2018

Chino Viejo










                                                                  Chino Viejo


     Como todas las mañanas paseaba  por aquel largo terraplén llevando consigo un montón de pensamientos. ¡Cómo recordaba su pueblo natal! Pero bueno, hacía mucho tiempo y los rasguños en las rodillas se habían borrado para siempre y luego, con apenas 16 años, conocía los rasguños de la guerra en su mente. ¡Quién le iba a decir que combatiría años mas tarde contra ese mismo ejército que sirvió! Pero la vida había sido muy espléndida con él y nunca se había quejado de ingratitudes ni de injusticia contra su persona porque lo que se hace con amor y desinterés, se lleva como única satisfacción, la de haber hecho lo que deseaba. No hizo nada para enriquecerse ni para obtener fama o reconocimiento.

    Había expuesto su vida por ese País y lo peor había perdido un hijo combatiendo. Amaba esa tierra como la suya propia y sin embargo a pesar de todo eso , había sido despojado de sus cargos por ser extranjero.

    De vez en cuando, observaba su machete, ese que se había teñido de rojo en varias ocasiones y le había acompañado en la primera carga al machete.

     Sí, para muchos era el Generalísimo, líder de mil batallas en Santo Domingo y Cuba para otros, además, un recorrido limpio y decoroso por Jamaica, Honduras y Costa Rica. Para mis amigos más íntimos soy Chino Viejo.


Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui

Amor en la Tercera Edad




   
    



                                                           AMOR EN LA TERCERA EDAD

Tomados de las manos, caminando sin rumbo fijo, contando historias ya contadas mas de mil veces. Entrar en una cafetería, un bar o una discoteca donde puedan bailar un danzón o un bolero. Llegar a la casa, unos minutos frente al televisor, luego ella se va a la habitación  y muy despacio se quita la ropa y se pone un batón. Él va para la nevera y se sirve un licor. Ella se peina su blanca cabellera y lo ve venir. Se levantan, se abrazan y  con miradas cómplices señalan la cama. Antes, toman precaución, por si acaso, un pomo de pastillas y los dientes en un vaso.

 Se revuelcan en la cama con sábana y almohada y comienzan a besarse cada rincón de sus pieles arrugadas. Según puedan, hacen el amor una vez o una y otra vez, hasta que comience la tos o les falte el aire, pero así felices, pasan la vejez.

PCFA