miércoles, 18 de diciembre de 2013

La Predicción Maldita


                                   
                                      LA PREDICCION MALDITA
 

 Había llegado de Delfos muy compungido y Yocasta, su esposa, se preocupó por el rostro compungido de su esposo preguntándole la razón por la cual denotaba preocupación.. El dio por excusas los problemas que tenía con aquellos que idolatraban al antiguo Rey Erecteo.
En realidad, Layo no podía apartar de su mente lo que el Oráculo le había dicho: su hijo lo mataría y se casaría con su esposa. Llegó a la firme idea de no tener hijos como la única forma de evitar esa desgracia.
El tiempo pasó y el Rey había olvidado aquella predicción cuando decidió hacer una fiesta por el cumpleaños de su joven esposa. Invitó a todas las personalidades de la época.
Todos llegaban con sus mejores vestimentas, adornos, joyas y majestuosos regalos para la Reina. Ella estaba muy feliz por tantas atenciones y sobre todo por la idea de su esposo de efectuar esa fiesta inolvidable. Los invitados estuvieron hasta tarde en la noche comiendo y bebiendo incluyendo a los Reyes. La noche se mostraba hermosa, adornada con una luna llena como corona y estrellas brillantes de distintos colores que parpadeaban formando un manto mágico que envolvía todo Tebas. La noche además, inspiraba el romanticismo entre los amantes y la pareja Real no estaba exentos de ello por lo que cuando los invitados se marcharon y casi sin poder mantenerse en pie, se fueron a la habitación. Esa noche vivieron la fantasía más grande de sus vidas, convirtiendo el aposento en un escenario, donde la lujuria no tenía fin, donde el sexo fue venerado y realizado con pasión, fervor y amor.
A los pocos meses de aquella inolvidable fiesta, Yocasta le confesó a su marido que estaba embarazada. Layo se puso pálido al recordar las consecuencias que podía traerle el nacimiento de su hijo y en un primer momento le exigió a su esposa que abortara. Ella se negó rotundamente diciéndole que en su vientre guardaba la flor de la semilla de amor que él le implantara, germinada y a punto de ver la luz. Layo no pronunció palabras, se retiró de la habitación y fue a sentarse en el gran sillón de los Reyes. Amaba demasiado a su esposa para causarle daño pero ella desconocía los resultados oscuros que se avecinaban con la llegada del bebé.
El niño nació fuerte y hermoso pero para Layo, su mujer había parido una víbora dispuesta a atacar y causar la muerte. Fue entonces que trazó un plan macabro para deshacerse de la criatura.
Cierta tarde al llegar a casa le comentó a su mujer sobre la visita al oráculo de Delfos y le habían revelado que el niño estaba poseído de un demonio. Tenían que dejarlo tres días en el monte Citerón con el fin de purificar su cuerpo y alma salvando al pueblo de una catástrofe. Pasado ese tiempo podrían recoger al niño. Para no temer que el niño se perdiera, le clavaron una fístula en los pies y el mismo Rey lo llevó al lugar.
Al poco tiempo del abandono del niño, un pastor que pasaba cerca sintió un llanto y observó a una pequeña criatura humana con los pies sangrantes, cubriéndose con un lindo manto y llorando. No tenía posibilidades de cuidar de él y lo llevó hasta el Rey Pólibo cuya esposa Mérope, Reina de Corinto, famosa en la comarca por su bondad y buen corazón. Se encargó de su cuidado y le puso por nombre Edipo.
El niño llegó a la juventud sintiendo todo el amor de sus padres adoptivos y aprendiendo las artes de las armas.
Edipo había oído hablar de los oráculos y estaba ansioso por saber que decían sobre él. Por tal motivo se dirigió al de Delfos y se quedó perplejo con la predicción: mataría a su padre y se casaría con su madre. Pensando que sus padres eran los Reyes de Corinto decidió abandonar su hogar y dirigirse a Tebas, la ciudad más grande de la región de Beocia. No tenía planes y solamente lo acompañaban los recuerdos de su placentera vida junto a sus padres. ¿Por qué tendría que matar a su padre? ¿Por qué se iba a casar con su madre cuando siempre la había visto con ojos de hijo? Estas preguntas se las repetía una y mil veces hasta atormentarlo.
Cabalgaba por aquel camino polvoriento, cerca de Tebas, cuando decidió descansar un poco en una encrucijada. Bebe agua y le está dando de beber al caballo cuando se acercan dos jinetes. Uno de ellos con aspecto de persona importante. El otro, con espada, lanza y escudo, le gritó: “Oiga amigo, apartaos del camino”. Edipo le hizo ademán con la mano de esperar un momento. Quería que el caballo terminara de beber. El mismo hombre que había gritado antes, empuñando su lanza empujó al caballo, la bestia se asustó y encabritó con un relincho y cuando fue a volver a su posición normal, se clavó el arma entre las dos patas delanteras. Cayó herido de muerte. Cuando el joven vio su caballo moviendo las patas en el suelo y la sangre anegando el suelo seco y polvoriento montó en cólera y se abalanzó con su espada contra el hombre que trataba inútilmente de sacar la alabarda de la bestia, clavándosela en el abdomen. El señor distinguido fue a sacar su espada pero Edipo fue más veloz y lo mató de la misma forma. Observó los dos cadáveres y después a su caballo inmóvil. Sabía que no tenía nada que hacer allí y siguió su camino.
Llegaba la noche y no quería entrar a la ciudad por lo que se dispuso a dormir en un lugar apartado del camino. Esa noche no tenía sueño. Su mente ahora vagaba del oráculo a los muertos de los dioses a los hombres de la realidad a la ficción. Sintió un ruido extraño, misterioso, aterrador y sin saber exactamente de dónde provenía, se puso en pie con la espada en la mano. En la oscuridad de la noche fue dibujándose una extraña silueta que exhalaba un olor raro y una niebla densa se apoderó del lugar. Aquella inmensa y extraña criatura, comenzó a decir con una voz ronca y tenebrosa: “Soy la Esfinge. Soy enviado de Hera y tenéis que adivinar mis acertijos de lo contrario, morirás” Aquella “cosa” alargaba las palabras como para que quedaran flotando por mucho tiempo. Edipo titubeó al principio pero después cruzando los brazos sobre el pecho, dijo: “No conozco el miedo, Adelante”. El enviado de la Diosa, le preguntó: ¿Qué ser vivo camina en cuatro patas por la mañana, en dos al mediodía y en tres por la noche? Edipo sonrió. El confiaba plenamente en la sabiduría que le habían transmitido, también los Dioses, en boca de sus supuestos padres.
El hombre es el único ser vivo camina de esa forma por las distintas etapas de su vida. Esas etapas se traducen en la mañana o comienzo de la vida cuando gatea, en la tarde o adultez cuando camina con sus dos pies y la noche o final de la vida cuando camina apoyado en el bastón. Por primera vez le adivinaba un acertijo a la Esfinge y esto la incomodó al punto que por la boca escupía llamas y los ojos soltaban chispas al tiempo que daba paseítos de impaciencia y de rabia. Al fin se calmó un poco y dijo: “Son dos hermanas. Una nace de la otra y viceversa” Sin titubear y con voz firme, Edipo contestó: el día y la noche”. El monstruo salió corriendo y maldiciendo en medio de la oscuridad y de pronto se escuchó un grito que se perdía en el vacío. El joven se dio cuenta que, al parecer como castigo, la esposa de Zeus, por fallar ante un humano, lo dejó caer en un profundo precipicio y se destruyó.
Lo que Edipo no sabía es que la Esfinge tenía aterrorizados a los habitantes de Tebas y muchos habían perecido en sus garras y engullidos como alimentos. Por ello, dos hombres que estaban cerca del lugar pudieron sentir y oír lo que aconteció y salieron muy veloces a contarle a la Reina.
Tuvieron que esperar a que Yocasta saliera al jardín para que los guardianes los dejaran entrar a darles las nuevas a la Reina. Ella mandó a que buscaran al hombre que había exterminado a la Esfinge y que leyeran un bando sobre el acontecimiento.
Edipo fue presentado a la Monarca que se quedó muy impresionada con el joven y algo le tocó las fibras de su corazón. Ella confundió sus sentimientos.
El pueblo se reunió en la gran plaza y clamaba por el nombramiento como Rey del gran hombre que había terminado con la terrible pesadilla que había sufrido Tebas durante tanto tiempo.
La Reina no dudó un instante en cumplir la voluntad del pueblo y le pidió a Edipo que se casara con ella para nombrarlo Rey. El joven, independientemente de la diferencia de edad se sentía atraído por ella y por el trono.
La boda se celebró y las fiestas fueron las más grandes que recuerda Tebas. El amor entre la pareja fue intenso y concibieron cuatro hijos pero al investigar lo ocurrido a Layo descubre que éste era su padre y su actual mujer, la madre. Lleno de ira, de dolor y culpa se arroja por el mismo precipicio por donde cayó el monstruo de Hera.

Nota: Versión libre Basada en la Leyenda Mitológica del Rey Edipo.