El Barquito Pilín
En
una bahía, esa masa de agua de mar que parece que la costa la quiere abrazar,
navegaba un barquito pequeño, alegre, simpático e inquieto que los demás barcos
le tenían cariño. Menos uno.
Cada
cierto tiempo entraba en la bahía un enorme barco que hacía tiempo no recibía
pintura, sus motores hacían mucho ruido y entraba a mas velocidad de lo normal
por lo cual levantaba grandes olas que molestaban a las demás embarcaciones.
Ese barco era muy mal visto y sobre todo porque abusaba mucho de Pilín (Así se
llamaba el barquito), pues pasaba muy cerca de él y el oleaje que producía a su
paso, zarandeaba al barquito hasta casi hacerlo naufragar y además hacía repetir
su claxon potente y molesto n montón de veces para así maltratar al pequeño
barquito. Esa actitud entristecía a Pilin, pero no se enfadaba, porque decía
que los que actuaban así no eran felices y su vida era un infierno. En realidad
le tenía lástima.
Un día entró el grande
y horroroso barco y como siempre realizó las mismas maniobras y se comportó de
la misma manera, pero en esta ocasión el barquito estaba muy cerca de la costa
y el prepotente navío metió la proa (la parte delantera del barco), en la arena
de la costa. Enfadado, aceleró al máximo los motores y puso el retroceso, pero
el barco no se movía. Pitaba como un loco y por el gran tubo de escape salía
humo espeso y negro, pero el buque no se movía ni un centímetro. Los motores se
calentaban demasiado y estaba corriendo el peligro de quedar inutilizados.
Pilín había seguido su
recorrido por la bahía cuando los incesantes pitidos del barco lo hizo
detenerse y se dio cuenta de la situación de aquel barco. Velozmente se dirigió
a él y le lanzó una gruesa cuerda. El
gran barco se enfadó, porque era imposible que ese pequeño barco pudiera
sacarlo de la arena. Pilín comenzó a tirar fuerte, muy fuerte, pero nada.
Volvía una y otra vez, pero sin lograr nada. No obstante, no cesaba en su
empeño de ayudar al grandulón.
Los demás barcos, al
ver el esfuerzo que hacía el pequeño barquito y temiendo que fuera a sufrir algún
daño por ayudar al mal educado y grosero navío, decidieron ayudarlo. Todos
comenzaron a tirar hasta que fue saliendo de la arena. Una vez terminada la
tarea, todos se pusieron a pitar de contentos, porque cuando se actúa de buena
fe, las victorias nos d felicidad y paz en el alma.
Desde entonces, dicen
que el barco entra despacio en la bahía y saluda a todos con un pitido suave y
casi musical. ¡Y hasta luce unos colores preciosos!
Por eso, amiguitos,
nunca renuncien a ayudar a nadie, aunque sean antipáticos y antisociales como
el barco del cuento, porque al final una buena acción, si no los cambia a
ellos, nos hace mejores.
Pcfa