Venganza Oculta
Máximiliano
vivía con su hija después de la muerte de su esposa. Era una persona que
hablaba poco, salía de vez en cuando y únicamente a beber café o efectuar
algunas compras. Se sentía bien hasta que Enilda, su hija, se enamorara y se
fuera con Ruperto, mas conocido por “El Jabao”. Esta acción de su hija no le
agradó pues tenía conocimiento de que “El Jabao” era mujeriego, bebedor y sobre
todo maltratador.
El
Jabao era sobrino del jefe de la Policía del pueblo y siempre salía airoso de
las denuncias que les habían puesto algunas de las mujeres maltratadas por él.
En
ocasiones, las personas necesitan pasar por etapas duras para que sepan que la
vida no es todo color de rosa y aunque sabía los sufrimientos que pasaría su
hija, no dijo nada, pero pensó en que llegaría el día de su arrepentimiento.
Cierta
noche estaba viendo el televisor cuando llegó Enilda llorando y llena de
moratones. Sin levantarse de su butaca, la observó al sentarse en otra butaca,
tapándose la cara con las manos.
–
¿Qué te sucedió, Enilda?
–
Ruperto me pegó. –dijo ella entre
sollozos.
–
¿Por qué?
–
Llegó borracho a la casa y me preguntó que
había de comer. Le dije que potaje de garbanzos. Se puso furioso y me dijo que
el quería carne y tiró la cazuela por la ventana. Yo le dije que no tenía
dinero para comprar carne. Se enfureció más y me entró a golpe. Me senté en el
suelo, en un rincón de la casa llorando y entonces se fue y se acostó. Cuando
sentí que estaba roncando vine para acá.
–
No te preocupes. Ya se le pasará y te
pedirá perdón. Le dijo Maximiliano que se había levantado y le pasaba la mano
por la cabellera.
–
No quiero volver con él, papá. Es capaz de
matarme.
Al siguiente día, al atardecer, Maximiliano
se dirigió al bar donde el Jabao acostumbraba beber. Éste, en cuanto lo vio
venir se puso en guardia y lo miraba desafiante.
–
¿Me permites sentarme?
– Sí, siéntese. Quiero decirle que si viene
por su hija pierde tiempo. Dile que vaya para la casa lo antes posible o sabrá
lo que le espera.
–
Mira, nunca hemos tenido problemas ni lo vamos
a tener. Sé cómo es mi hija y ella se va arrepentir, pero tenemos que hacer las
cosas de una manera distinta. No debes emplear la fuerza. Tú eres inteligente y
te voy ayudar para que ella solita vaya para tu casa. Para eso tengo un plan.
–
¿Cuál es el Plan?
–
A las once de esta noche te voy a esperar
en el parque que está en las afueras.
–
¡Escucha viejo! Ni se te ocurra hacerme
trampa. Siempre me acompaña mi amiga y estoy dispuesto a abrirte de arriba
abajo –dijo enseñándole una gran navaja.
–
Ya te dije que no quiero problemas
contigo. Solo quiero que mi hija vuelva contigo. Pues te espero.
Maximiliano escogió esa hora porque Enilda
estaría dormida y no preguntaría para donde iba.
Cuando llegó. El Jabao se encontraba sentado
en un banco.
–
¿Cuál es el plan?
–
Tú tienes que montar una escena
sentimental que conmueva su corazón y verás como ella solita se va a postrar a
tus pies.
Maximiliano
sacó un revólver y enseguida el Jabao comenzó a gritarle, viejo zorro, me quieres
matar.
–
No, calma. Escucha, por favor.
El
hombre que había estado dando paseítos de un lado a otro nervioso se calmó
cuando el padre de Enilda hizo sonar el percutor dos veces, apuntándose a la
sien.
–
Está descargado, hombre. El plan consiste
en que tu le vas hacer creer que te vas a suicidar si ella no vuelve y verás
como va llorando a pedirte perdón.
–
Nunca he hecho eso de rebajarme ante una
mujer.
–
Verás que es efectivo. Yo voy a grabar con
el móvil y se lo enseñaré a ella y nadie mas se enterará
–
Toma el revólver. Te apuntas a la sien
mientras dices que si no vuelve te vas a matar y dispara, o sea, haces sonar el
percutor. En ese momento yo cortaré el video. ¿De acuerdo?
–
Dame. –tomó el revólver se lo puso en la
cabeza– Erlinda, si no vas para la casa me mataré.
Cuando el Jabao disparó, su cabeza fue
traspasada por un proyectil y cayó al suelo. Maximiliano guardó su móvil sin
haber grabado nada. Y se marchó tranquilamente del lugar. A pocos metros le
salieron unos jóvenes.
–
¿Señor, no escuchó un disparo? – preguntó
uno de los jóvenes.
–
¿Qué?
–
Qué si no escuchó un disparo.
–
Perdonen, pero diga mas alto. Es que estoy
sordo.
–
Nada, abuelo.
Llegó a la casa y se acostó pensando que si
no hubiera practicado de poner dos espacios sin balas a lo mejor no hubiera
funcionado el plan. El Jabao no maltratará a ninguna otra mujer.
Pcfa
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