El Collar Chimú
Me encontraba de
visita en Castilla-La Mancha, España, concretamente en la hermosa e histórica
ciudad de Toledo. La Catedral de Santa María de Toledo o el Monasterio de San
Juan de Los Reyes son algunos de los
lugares más interesantes visitados por
los turistas, pero me habían recomendado no dejar de visitar el Alcázar de
Toledo. Este antiguo palacio romano, a través de los siglos, estuvo muy ligado
a la historia de España, fue destruido durante la guerra civil de este País.
Posteriormente reconstruido, alberga desde entonces, la Biblioteca de esta
Comunidad Autónoma.
Este edificio
con sus dos cúpulas rematadas por formas puntiagudas cual espadas listas para
defenderse de supuestos ataques celestes, es imponente. Entré a uno de sus
amplios salones y como detective me puse
a hojear periódicos ingleses impresos en
la década pasada y casualmente encontré con un ejemplar del The Daily Telegraph
donde hablaba sobre el hallazgo y devolución
de una pieza arqueológica
procedente del Perú. Fue entonces que acudieron a mi mente la ciudad de
Lima y mi paso por la policía londinense.
Recordaba cuando
llegué al Hotel Llaqta casi a media
noche.
̶ Buenas noches.
Tengo una habitación reservada a nombre de Francisco Jiménez.
Dije con voz de cansancio. El recepcionista me pidió mi pasaporte rellenó el formulario y me lo dio a
firmar. Me entregó las llaves al tiempo
que me decía:
̶ Bienvenido al Hotel Llaqta. Su habitación. Pase usted una feliz estancia.
Fui directo a la
ducha y me tiré casi desnudo en la cama. El viaje había sido agotador, desde el
aeropuerto de Heathrow haciendo escala
en Amsterdam y Panamá. Pero a pesar del cansancio estoy
complacido porque estaba muy cerca de
poder ver, con mis propios ojos, el
fruto de una investigación que había
realizado, hacía algunos años.
Llevaba dos años
ejerciendo de detective, prácticamente desde mi baja del Grupo de Homicidio en un distrito de Londres.
Tenía por costumbre, desde entonces, acostarme temprano, casi siempre antes de
la medianoche. Apenas me senté en la
cama, sonó el teléfono. Descolgué y escuché por el auricular una voz nerviosa.
̶ Ha ocurrido un asesinato en la calle Nassau
St número 22.
El aparato emisor fue tirado con fuerza y sentí
golpear mis tímpanos. ¿Sería una broma?
Pudiera ser, pero no soy de los que se quedan indiferente
ante lo desconocido. Tomé el auto y telefoneé a mi amigo Clawton, Inspector
Jefe del Distrito donde trabajaba.
Siempre
trabajamos juntos y después de dejar el Cuerpo siempre colaboramos en varios
casos. Le expliqué lo de la llamada telefónica y le informé que me dirigía al lugar.
Estacioné justo
frente a la casa y pude observar desde el auto, la puerta entornada. Me fui
acercando despacio y silenciosamente con mi mano derecha en el bolsillo de mi
gabardina empuñando mi Browning 9
milímetro. Caminaba sigilosamente por un pasillo donde a ambos lados habían
puertas. Una de ellas abierta completamente. Silenciosamente fui entrando en la habitación observando
todo. A mi derecha había un hombre tendido en el suelo, boca abajo.
Me incliné,
palpé la arteria carótida en el cuello y comprobé que estaba muerto. Después
observé toda la habitación. No había señales de que hubiera sido registrada
pues no había objetos rotos y todo estaba en orden, pero en la pared, justo frente al cadáver, se podía ver una pequeña caja fuerte abierta.
Examiné minuciosamente el cuerpo. A simple vista no se veían heridas,
contusiones o algo que insinuara una muerte violenta. No había terminado la
inspección cuando llegó el Grupo de Homicidio. Le expliqué a Clawton todo lo que sabía y acordamos hacer
las investigaciones por nuestras cuentas y luego intercambiaríamos la información obtenida.
Lo primero que hice fue interrogar a los vecinos de
acuerdo a las anotaciones que había realizado en mi agenda. Estas
interrogaciones me condujeron a la casa
de la señora Parken.
Llamé a la puerta y me abrió una señora de
unos 70 kilos y 160 centímetros más o menos de alto, piel muy blanca y ojos verdes. Tendría unos 57
años aproximadamente.
̶ Buenos días,
señora.
̶ Diga, ¿Qué
desea?
Le mostré mi
carnet de detective privado y le pregunté si podría hacerle algunas preguntas.
̶ No hay
inconvenientes. Pase y puede tomar asiento.
Le voy a preparar un té. Ahora vuelvo.
Sin esperar
mi respuesta, desapareció por una de las
puertas de la habitación. Entré y me acomodé en un butacón que estaba en un
rincón del salón desde donde podía disfrutar de una excelente vista de toda la
habitación. Mientras ella permanecía en la cocina, observaba todo
detalladamente. Regresó con una bandeja portando dos tazas y una tetera hirviendo. Me sirvió el té y sentándose frente a mí, me
dijo sonriente:
̶ Usted tiene la
palabra.
Le expliqué a
grandes rasgos todo lo acontecido y
quería saber si me podía ofrecer detalles sobre la vida de la víctima.
̶ Le diré que
Sting era muy solitario, no se le conocía amistades, no bebía, no fumaba, era
muy amable y respetuoso. Todos los días
iba hasta su casa para cocinarle y una vez a la semana limpiaba la vivienda. Mi
hijo le hacía cualquier favor que necesitara como ir al mercado, cambiarle un
bombillo, arreglarle una lámpara y otras cosas.
̶ Señora Parken ¿Está
su hijo en casa?
̶ Debe llegar en unos minutos. Estudia arqueología en la
Universidad.
̶ ¿El señor Sting
le había comentado a usted algo preocupante?
̶ No. El apenas conversaba con nadie. Leía muchos libros,
revistas, periódicos y veía la televisión. Como seguramente se han percatado,
no tenía internet y el teléfono solo lo utilizaba, al parecer, para llamarme a mí.
La puerta se abrió y entró el hijo de la señora Parken,
un joven alto, de aspecto cuidado y rostro simpático. Después de las presentaciones pertinentes y
sin ningún rodeo, le dije:
̶ Señor Conrado
¿Puede decirme algo del señor Sting? ̶
No reflejó en el rostro sorpresa ye inmediatamente desvió su mirada en
dirección a la casa del difunto.
-Apenas conversaba
con nadie, leía mucho…
Quiso repetirme lo mismo que me había dicho su madre pero
lo detuve.
̶ Sí, ya su madre me ha contado sobre eso pero ¿Hay algún
detalle sobre algo o alguien específico que le llamara la atención?
Necesitaba más pista y estaba seguro que el joven podía
dármela.
̶ Su interés sobre las noticias arqueológicas. Por tal
motivo le pregunté en una ocasión si era arqueólogo, pero no me respondió.
Pude percatar cierto nerviosismo en sus últimas palabras.
̶ Quizás vuelva en otra ocasión a conversar con ustedes.
Les doy las gracias por su paciencia y por haberme atendido. Ah, quiero
pedirles un favor: Devuelvan la pieza que se encontraba en la caja de caudales.
Les di la espalda y no pude observar la cara de asombro
que pusieron la madre y el hijo.
Dos días después,
me reuní con Clawton en Rayos Jazz Café.
El primero en hablar fue, él.
̶ Sobre el caso te diré que hoy por la mañana me
entregaron un resultado preliminar de la autopsia. El señor Sting murió de un ataque al corazón. No fue
golpeado ni herido.
En realidad sospechaba algo parecido y eso confirmaba mis sospechas sobre el joven
Conrad.
̶ Pero bueno, todo
indica que hubo un robo, ¿No? ̶ Inquirí
̶ Tampoco lo
sabemos. No hay indicios ni prueba. Las huellas que hay en la casa son
únicamente las de la señora Parken y su hijo. Hemos realizado todas las
pesquisas necesarias y todos los informen avalan la honestidad de ambos.
̶ Apuró su té y me dijo:
̶ Bien amigo,
ahora voy a la Sede y después a la Embajada de Perú.
̶ ¿Vas a
América?
̶ Oh, no. Voy a
entregar un objeto arqueológico que nos
enviaron. Al parecer es un collar Chimú que había sido extraído ilegalmente de
ese País.
̶ Adiós.
̶ Adiós. Nos
veremos.
No podía estar más
contento. El joven tomó la decisión correcta y yo me fui a la casa con la satisfacción de haber
resuelto un enigma. Sabía que si había algo en la caja de caudal de Sting lo
había tomado la señora Parken o su hijo.
Me incliné por este último por el timbre de voz que escuché por teléfono y por
la confianza que tenía con el difunto. Al saber del interés por la arqueología
de ambos, me imaginé que se trataba de
una pieza arqueológica.
Lo que no sabía era el valor de dicho collar de oro, tanto monetario como
patrimonial.
Los Chimú tenían
su capital, Chan Chan,
con 20 kilómetros cuadrados de extensión y ubicada a unos quinientos cincuenta
kilómetros de Lima. Se habían destacados en la elaboración de objetos de oro.
Me levanté
temprano. Recorrí aproximadamente unos trescientos metros para llegar al Museo
de Oro de Lima. Era impresionante. Al fin,
observé frente a mí, varios objetos de oro de los antiguos pobladores de
esa nación sudamericana. Fijé la vista en una hermosa pieza de oro
confeccionado por un nativo de la cultura Chimú. Era el collar que había tenido
el señor Sting, en su casa.
Devolví el
periódico, salí de la biblioteca y disfruté durante dos días más de esa
estancia mágica en Toledo, Palpando esas historias mezclada de pasado y
presente, rodeado de gente maravillosa.