El Duende de Jujuy
Siempre quise visitar la provincia Argentina de Jujuy,
por ello, cuando mi Empresa me ordenó viajar a Antofagasta, Chile, vi la
oportunidad de cumplir con ese sueño. Tenía un amigo propietario de un hostal
en San Pedro de Atacama y con él me informaría sobre todo lo necesario para
cruzar la frontera.
Alquilé un todo
terreno, cargué todo lo que mi amigo me había recomendado y partí al amanecer.
Es increíble el
paisaje que se puede apreciar en el recorrido hasta el puesto fronterizo de
Jama, a más de cuatro mil metros de altitud. Sin embargo, prestaba más atención
a la conducción del vehículo y el estado de la vía. En este puesto fronterizo
descansé y como me advirtieron sobre lo difícil de mi próximo trayecto de casi
155 kilómetros, en solitario hasta
Susques, un pueblito perdido en la soledad de aquellos parajes, revisé los depósitos de combustible, el
inflado de los neumáticos y los niveles de
aceite y agua.
Después de Jama,
el paisaje parecido al de Atacama, impresionaba por su suelo árido, por la gama de colores ocre a blanco, por la soledad de sus campos y por su magnetismo
misterioso que te relajaba el alma.
Había dejado
atrás el desierto de sal de Olaroz, cuando mi vehículo comenzó a fallar a
intervalos hasta que se detuvo completamente. No tenía idea de la “dolencia” de
este caballo motorizado y no se divisaba nada viviente por todo aquello, a
excepción de algunos lagartos.
Comencé a dar
pasos hacia un lado y hacia otro,
tratando de comunicarme infructuosamente, por el teléfono móvil, con mi
amigo. Mientras repetía la operación observaba todo a mí alrededor y divisé una
figura, a unos trescientos metros, entre las grietas de una elevación. Tuve la
impresión que pedía ayuda. Dirigí mis
pasos hacia aquel lugar sin apartar la vista de la silueta que desaparecía a
intervalos, pero sin trasladarse a otro sitio. Llegué faltándome el aire, al
lugar donde esa criatura o persona, se mostraba. Me encontré con la entrada de
una pequeña cueva, casi un agujero. Observaba detenidamente su interior,
tratando de ver algo pero la oscuridad
me lo impedía. De pronto, como si se iluminara el interior, pude apreciar un
cuerpo menudo de apenas medio metro. Tenía una cabeza muy grande con un
sombrero de lana. Llevaba un poncho y andaba descalzo. “Hola. ¿Necesita
ayuda?”. La oscuridad se apoderó de aquel pasaje subterráneo y un silencio
total invadió el lugar. Sentía miedo, curiosidad o quizás una mezcla de sentimientos. Me separé un poco de la cavidad, pero sin apartar la
vista del lugar. Estaba absorto en mis pensamientos, sobre el encuentro con el
misterioso personaje, cuando un claxon me hizo volver a la realidad. En la
carretera, junto al auto, se encontraba un camión de auxilio. Descendí velozmente y un poco jadeante, le relaté a los
mecánicos, lo sucedido. Se rieron y uno de ellos, con gesto burlón, me dijo:
̶ ¿Viste al Duende?
̶ No sé quién era. Está allá arriba en una pequeña cueva.
̶ Amigo, me has descrito al Duende, un personaje creado
por la imaginación de los nativos. En realidad no existe. Creo que usted ha
leído mucho sobre las leyendas de Jujuy.
No dije más nada,
sin embargo, había sido real. No estaba influenciado por nada, nunca había
estado en Jujuy ni había conversado con nadie que tuviera conocimiento de esa
Leyenda.
Cuando arribamos a Susque, el mecánico del gesto burlón,
entre sonrisas y mirada pícara, me dijo en tono irónico:
̶ Arroja harina en el piso donde vaya a dormir esta
noche, Si aparecen unos pequeños pies marcados, sabrás que el Duende está ahí.
No se preocupe, su trabajo es joder pero no hace daño a nadie. Ah, para
alejarlo basta con que pongas tu pantalón en la cabecera de la cama.
Por supuesto, no conté a más nadie el encuentro con el
Duende pero por si acaso, para disfrutar del encanto de Jujuy, todas las noches
ponía mi pantalón en el lugar indicado por el mecánico.
Muy bueno el relato. Felicitaciones
ResponderEliminarFantastico Pedro.
ResponderEliminarAbrazo