MI
ADOLESCENCIA
Tenía esa edad en que quieres ser adulto
pero eres un niño, esa edad donde nos afeitamos para que nos salgan pronto la
barba y el bigote, la edad en que queremos ser mayores y comenzamos a “probar”
cosas de adultos como el alcohol o el tabaco, cuando no queríamos usar
pantalones cortos o bombaches (muy de moda para los niños en mi época) y
queríamos ir al cine para ver una película prohibida para 16 años, entre otras
cosas.
En esa edad, nos enamorábamos por el
rostro Era lo único que veíamos de las chicas. Los vestidos de la época
escondían todo, aunque algunos modelos dejaban calcular el tamaño de los senos.
En esas condiciones, me enamoré de la hija
de un ganadero de la zona. El señor, aunque era relativamente joven, tenía fama
de tener más mala leche que un toro de lidia cuando sale al ruedo. Tenía miedo
de que alguien le hablara sobre mi cortejo a su hija.
Estrella me dijo un día que su padre
quería conocerme. Fue como si me dijeran que me iban a torturar, pero era peor
si no asistía a su casa.
Le saqué brillo a los zapatos de tal
manera que podía ver las espinillas en mi rostro. Me puse un pantalón largo
planchado con sendos filos prominentes semejantes a las proas de un catamarán y
una camisa blanca, también planchada que te obligaba a llevar el cuello tieso como
todo un caballero de la Edad Media con su armadura. A esto hay que agregarle
medio pomo de colonia distribuida por todo el cuerpo.
Llegué a la casa de Don Porfirio dos
minutos antes de las cinco de la tarde, hora acordada. Me hizo pasar a un gran
salón que hacía derroche de ostentación.
– Buenos días, joven.
– Buenos días, Don Porfirio
– ¿Usted fuma? –me preguntó
ofreciéndome un tabaco enorme.
– No señor. Muchas gracias.
– ¿Bebe ron o vino?
– No señor, ninguna de las dos cosas.
– ¡Manuela! ¡Tráele jugo de mango al
muchacho!
– Así que usted está enamorado de mi
hija. ¿Cómo piensa mantenerla?
¿Mantenerla? ¿Cómo la voy a mantener?
Pensé.
– Pues trabajaré –le respondí casi
balbuceando.
– Le puedo dar trabajo limpiando los
excrementos de las vacas en los establos.
¿Recoger mierda? Este hombre está loco.
Tengo que decirle que sí. No tengo alternativa, meditaba.
– Pues lo haría muy a gusto, señor.
– También puedes trabajar con el
veterinario recogiendo semen de los toros.
¿Cómo? ¿Masturbar a los toros? No lo podía
creer.
– Sí, también lo haría. –lo dije como
para que no me oyera.
– Mira muchacho, todavía le falta un
poco para ser hombre. Cando tengas pelos en el ano, me vienes a ver. (Lo de
pelos en el ano me lo dijo vulgarmente) Mientras tanto no quiero verte cerca de
Estrella. ¿De acuerdo?
– Sí señor
Pasaron los años y había matriculado en la
Universidad para estudiar Ingeniería Mecánica y un día, saliendo de la
Universidad, un auto se detiene a mi lado y el copiloto baja el cristal
tintado.
– ¿Tu eres Guillermo? ¿El que quería
ser novio de mi hija?
– Si, Don Porfirio.
– ¿Ya te salieron los pelos?
– Sí, señor.
– Cuando lo desees puedes ir por la
casa para que veas a Estrella, conocerás a su marido y sus cuatros hijos. Hasta
luego. ¡Chófer, vamos! Diciendo esto último, subió el cristal de la puerta y el
auto partió.
Pcfa