Cuando ella llegó.
Todo
era felicidad. Los paseos dominicales, las fotos, sonrisas que el
viento repartía a diestra y siniestra, almanaque que no arañaba
nuestra piel… Hasta que llegó ella! Tan callada pero desgarrando
el ser vivo, a ese ser latente con muchos deseos de luchar y seguir
hacia donde hubiera que ir. Pero llegó ella, sombría, dispuesta a
no renunciar a la destrucción de un alma.
A partir de
su llegada todo cambió. No se conformaba con hacer daño a una persona, No! Sus tentáculos me estrangulan y comprimen mi corazón porque quería Que el daño fuera mayor y seguir golpeando a todos los que la rodeados.
Las miradas
se vuelven triste y las sonrisas son muecas. Los paisajes están
desteñidos y el mar es un recipiente cargado de lagrimas. Las flores
han perdido su aroma y las mariposas no quieren volar. Rezamos?
Quizás no sea suficiente porque ella es atea y su religión es la
doctrina de la destrucción. Llorar? No quedan lagrimas. Nos queda
una opción: cobijarnos bajo el árbol del amor. Amarnos intensamente
para hacerla sufrir, para que sienta rabia porque a pesar del daño
que nos hace, nos amamos y contra eso, nada puede hacer.
Ella, la
enfermedad del Parkinson está sobre nosotros pero no en nuestros
corazones.
Pedro
Celestino Fernandez Arregui