miércoles, 11 de mayo de 2016

Diálogo Transcendental


                                    
                                        Diálogo Trascendental



— ¡Hola! Como siempre, estarás detrás de los demás.

— ¿Y tú, no?

— Yo trato de que la gente entienda mi importancia pero no le hago daño a nadie.

— ¿Te lo crees? Cuanta gente por tu culpa han perdido un amor, una amistad, un trabajo y la vida.

— No me hables de perder la vida

— Hay gente que me llama y los complazco. ¡Hago muchos favores!

— ¿Le llamas favor a convertir a alguien en un cadáver?

— Yo no convierto nada. Todo llega cuando tiene que llegar.

— ¿Ves aquel anciano? Tiene noventa años, una enfermedad incurable y está rodeado de soledad y lleno de vacío. Tú has tenido la culpa de gran parte de su situación y yo le haré un favor.

— ¿Tengo culpa?

— Sí, has estado mucho con él, su enfermedad también es tu responsabilidad porque no tenía que dejarlo fumar durante años.

— Pero tú no puedes hablarme así. ¿Qué sucedió con el niño inocente que atropelló un coche?  No escuchaste los lamentos de su madre y las plegarias a Dios.  ¿Dónde estaba cuando aquel infeliz lo estaban torturando y te llamaba desesperadamente?

— No hay forma de entendernos. Contigo no hay quien pueda, Tiempo.

— Y tú siempre ganas, Muerte.



 Pedro Celestino Fernandez Arregui

martes, 10 de mayo de 2016

Momentos de mi Niñez


                           
                             Momentos de mi Niñez


Hace unos días, el cielo se puso con ese color que todos decimos negro pero en realidad es una mezcla de colores donde predomina el gris oscuro, comenzaron a caer granizos que impactaban contra los árboles y el suelo con fuerza. Con mala puntería a veces y certeros otras amenazaban con vestir de blanco el patio de la casa.

Asomado a la ventana, mientras respiraba el aire húmedo y observaba aquel juego de la naturaleza, acudieron en mi mente una granizada, una simple granizada que cayó en el bohío donde vivía en un paraje verde, lleno de animales y ausentes de personas. Ruidosos truenos llegaban a nuestros oídos y cegadores rayos cruzaban por encima de nuestras cabezas. Algunos impactaban en las altas palmas reales como si alguien disparara un arma exterminadora.

Vivíamos alejados de las palmas y las más cercas, dos hermosas y erguidas, con cintura y cabellera de mujer, custodiaban el camino a unos doscientos metros de nuestra casa.

No teníamos electricidad y gracias a ello no nos preocupaban muchas cosas que trae consigo el tenerla. El ambiente fresco dentro de aquella casa de tablas de palmas y techo de guano mantenía en su interior un clima agradable que no permitía la descomposición, a corto plazo, de algunos alimentos. Gracias a un receptor y una batería de automóvil, mi padre estaba al tanto de algunas cosas que ocurrían en el País y en el extranjero mientras que mi madre seguía las angustias, alegrías, traiciones y amores de los personajes principales de las dos o tres novelas que escuchaba. Las señales radiales llegaban débiles y para una mejor recepción teníamos instalados un cable al exterior como antena.

Ese día, lleno de ruidos, granizo, viento y luces, mi madre se dispuso a desconectar la “antena” coincidiendo la operación con un inmenso ruido, como una explosión y una luz de un potente flash iluminó la pequeña sala. Mi hermano y los cuatro dientes que formaban parte del “puente”, salieron despedidos del cuerpo de mi madre que cayó de inmediato al frío piso de la habitación.

Todo había sucedido en fracciones de segundos, sin embargo, lo había visto en cámara lenta y mi cuerpo rígido se mantenía como una lámpara de pie hasta después de levantarse mi madre y correr a levantar a mi hermano. Pude observar que ambos no tenían huellas de la descargar eléctrica y entonces pude moverme y abrazar a mi madre.

Al día siguiente, la cabellera verde de la palma estaba desordenada y marchita y su cuerpo presentaba una herida profunda tan profunda como la de Creta, mi cabrita, que yacía en el patio junto al cable de la antena inmóvil, sin vida.