Momentos de mi
Niñez
Hace
unos días, el cielo se puso con ese color que todos decimos negro pero en
realidad es una mezcla de colores donde predomina el gris oscuro, comenzaron a
caer granizos que impactaban contra los árboles y el suelo con fuerza. Con mala
puntería a veces y certeros otras amenazaban con vestir de blanco el patio de
la casa.
Asomado
a la ventana, mientras respiraba el aire húmedo y observaba aquel juego de la
naturaleza, acudieron en mi mente una granizada, una simple granizada que cayó
en el bohío donde vivía en un paraje verde, lleno de animales y ausentes de
personas. Ruidosos truenos llegaban a nuestros oídos y cegadores rayos cruzaban
por encima de nuestras cabezas. Algunos impactaban en las altas palmas reales
como si alguien disparara un arma exterminadora.
Vivíamos
alejados de las palmas y las más cercas, dos hermosas y erguidas, con cintura y
cabellera de mujer, custodiaban el camino a unos doscientos metros de nuestra
casa.
No
teníamos electricidad y gracias a ello no nos preocupaban muchas cosas que trae
consigo el tenerla. El ambiente fresco dentro de aquella casa de tablas de
palmas y techo de guano mantenía en su interior un clima agradable que no
permitía la descomposición, a corto plazo, de algunos alimentos. Gracias a un
receptor y una batería de automóvil, mi padre estaba al tanto de algunas cosas
que ocurrían en el País y en el extranjero mientras que mi madre seguía las
angustias, alegrías, traiciones y amores de los personajes principales de las
dos o tres novelas que escuchaba. Las señales radiales llegaban débiles y para
una mejor recepción teníamos instalados un cable al exterior como antena.
Ese
día, lleno de ruidos, granizo, viento y luces, mi madre se dispuso a
desconectar la “antena” coincidiendo la operación con un inmenso ruido, como
una explosión y una luz de un potente flash iluminó la pequeña sala. Mi hermano
y los cuatro dientes que formaban parte del “puente”, salieron despedidos del
cuerpo de mi madre que cayó de inmediato al frío piso de la habitación.
Todo
había sucedido en fracciones de segundos, sin embargo, lo había visto en cámara
lenta y mi cuerpo rígido se mantenía como una lámpara de pie hasta después de
levantarse mi madre y correr a levantar a mi hermano. Pude observar que ambos
no tenían huellas de la descargar eléctrica y entonces pude moverme y abrazar a
mi madre.
Al
día siguiente, la cabellera verde de la palma estaba desordenada y marchita y
su cuerpo presentaba una herida profunda tan profunda como la de Creta, mi cabrita,
que yacía en el patio junto al cable de la antena inmóvil, sin vida.