Kamba y Motembo
En muchos ritos funerarios existe una supuesta
conexión con el “mas allá” o al menos es lo que dicen algunas personas.
Diversos países manifiestan la despedida de sus seres queridos según su
religión o costumbres.
Estando
en Angola (en 1975) pude observar dos ritos funerarios. Uno en lumbala n'guimb
y el otro, en las cercanía de Kibala. Para los angoleños es de suma importancia
los funerales, ya que, por sus creencias, si a un difunto no le realizan una ceremonia
adecuada su alma no tendrá paz y perseguirá a sus familiares. Lo que sí están
de acuerdo la mayoría de las tribus africanas, es en la existencia de todo ser
vivo como parte de la cadena nacer, vivir, morir.
Kamba era una niña hermosa. Sus delgadas
piernas sostenían un pequeño cuerpo de unos siete años y como todos los niños
de las aldeas remotas de los países africanos, se divierten con cualquier cosa,
pero también son muchos los peligros que los acechan.
Era difícil apreciar si la niña tenía la piel
negra, pues el polvo blanco se le impregnaba en su delgado cuerpo como si se
tratara de retazos de otra piel.
En ocasiones los niños se alejaban bastante de
la aldea en busca de insectos, frutas silvestres o lagartos para comer,
suponiendo un peligro porque en esa zona abundan los animales salvajes como
leones, leopardos, serpientes, cocodrilos y otros. No obstante eso, según niños
y adultos, no representaba una amenaza
seria. ¡Los Dioses los protegían!
Un día, Kamba salió con otros niños a buscar
insectos. Los saltamontes, grillos y termitas era muy apreciado para comer con
el “funche” (pasta echa de mandioca previamente puesta a pudrir junto a los
arroyos). Habían capturado suficientes insecto y encerrados en una calabaza
preparada para ese fin, pero al regresar divisaron un Maboque (Strychnos
spinosa) que brinda una deliciosa fruta agridulce, escasa en esa región. Un
niño subió al árbol mientras los demás esperaban abajo. Una de las frutas
lanzada por el niño no atinaron a cogerla y rodó hacia unos arbustos. Kamba
corrió a buscarla cuando sintió una punzada en su pierna. Se percató de que
había sido mordida por una Cobra. Ella había llegado hasta la serpiente
corriendo lo que no dio tiempo a que la Cobra avisara, amenazando con su cabeza
en alto y aplanada o escapara como hacen casi siempre.
Cuando llegaron a la aldea, Kamba estaba
sufriendo los efectos del veneno inyectado por el reptil. Por desgracia no
había antídotos y falleció una hora después.
El cuerpo fue depositado en el suelo del centro
de una cabaña. Mientras el sacerdote rezaba junto a su cuerpo sin vida, afuera
un aldeano tocaba el tambor y luego era sustituido por otro. Durante tres días
no cesó el toque del tambor ni los rezos del sacerdote. Al cuarto día, el
pequeño cuerpo de la niña fue llevado hasta el lugar escogido para el descanso
eterno de los habitantes de la aldea quienes entonaban un canto lúgubre.
Kamba marchó ese día junto a Motembo hacia un
lugar donde los vivos no pueden ir.
Motembo era cazador desde muy joven. Nadie
podía decir su edad y es que en los países del Tercer Mundo, no existe la edad
como no existe el mañana. Desde niño fue enseñado a cazar, como era natural en
su aldea. Las mujeres hacían la labor agrícola y cuidado de los niños.
Aunque la cacería la realizaba e grupo, en
ocasiones se cazaba e solitario, porque el cazador lleva en su sangre el
instinto animal de capturar a su presa de una forma u otra.
Una mañana quiso explorar nuevos territorios,
como siempre lo hacía, armado de su lanza y flechas. Se alejó bastante de su
aldea, observando la ausencia de animales lo cual era natural pues se había
encontrado con algunas personas que le habían advertido sobre un león que había
matado algunas ovejas. Esa noticia no le asustaba, pues confiaba plenamente en
su habilidad como cazador. Había desarrollado además, de manera extraordinaria,
el sentido del oído y el olfato, así como su excelente puntería con ambas
armas. Además, siempre le acompañaba sus amuletos, uno para la buena caza y
otro para su integridad física. Su abuelo le hablaba, al igual que había
escuchado el padre de Kamba, de la importancia de rendir respeto por el Dios
Amma el Supremo al que le debían la creación de la Tierra.
Estaba extenuado de tanto caminar y se sentó
junto a un imbondeiro (baobab). Pensaba y pensaba. En su niñez, en sus padres,
en la guerra y en la vida de su pueblo, con sus penas y alegrías. Recordaba
cuando salía a cazar con su padre. Apenas podía tensar la cuerda del arco y la
flecha no llegaba a incrustarse en un árbol. Cuando una palanca por poco le
entierra sus cuernos en el cuerpo o cuando cargaba los artefactos de caza de
ambos. Después, con el paso de los años se hizo un gran cazador igual a su
padre quien falleció por malaria. Recordaba cuando conoció a su actual mujer y
los hijos que le había dado. Después de descansar regresaba a su aldea al
oscurecer cuando sintió algo extraño que no podía explicar. El instinto le
decía que había un peligro, pero no lograba localizarlo. Caminaba despacio, con
todos sus sentidos en alerta. El ataque del león fue tan rápido que solo pudo
verlo cuando se le abalanzaba. No pudo hacer nada. El felino clavó sus
puntiagudos colmillos en su cuello y la sangre le brotaba sin parar. Poco a
poco sintió que la vida se le iba.
Los restos de Motembo fueron encontrados y
pudieron identificarlo por su lanza en la cual tenía inscrita el nombre de su
padre en umbundo, el lenguaje de su pueblo.
Sus restos fueron expuestos en algo parecido a
una parrilla, pero de madera. La aldea fue engalanada con telas de colores,
flores y plumas, mientras los tambores amenizaban distintos bailes especiales
para la ocasión. Nadie mostraba tristeza, pues Motembo había partido hacia un
Mundo divino. Cualquier visitante de otro país pensaría que se trataba de una
fiesta y para ellos, era una fiesta. El difunto había abandonado la vida de
calamidades y desventuras para reunirse con amigos y familiares allá donde está
lo Divino., donde está el Dios Amma.
Pedro Celestino Fernandez Arregui (Pcfa)