lunes, 4 de diciembre de 2017

Angustia de una Madre




                 


                                                      ANGUSTIA DE UNA MADRE

   
                                                

    Marta se encontraba preparando la comida cuando Alberto, su hijo de ocho años,  le pidió permiso para ir al cine. No le gustaba dejar salir a su hijo pero tampoco le podía dejar encerrado en la casa. Ella había visto tantos casos de niños desaparecidos y violados por los periódicos y la televisión que la idea de que saliera solo, la aterraba. De todas maneras, el cine estaba a doscientos metros de su casa y su hijo iba a la primera tanda, a las seis de la tarde.

 Mientras se cocía los garbanzos, se sentó en una butaca y encendió el televisor. Estaban transmitiendo el noticiero. La  casualidad quiso que estuvieran entrevistando al Jefe de la Policía Local. El oficial brindaba a los televidentes una información aterradora. Se trataba del asesinato de una niña. La pequeña había salido a buscar agua y no volvió a su casa. A los tres días, apareció su cadáver cerca del río.

 Miro por la ventana hacia la calle tratando de divisar la figura de su hijo sin resultado alguno. El reloj marcaba las ocho y treinta. La película había terminado por lo menos hacia media hora y el niño no llegaba. Llamó por teléfono a varios amigos del niño y a sus tíos. Ninguno de ellos había visto a Alberto. La mente se le había llenado de dudas y temores, formando una mezcla que proporcionaba miedo, angustia, le faltaba el aire, sus ojos se llenaban de lágrimas y el corazón quería salirse de su pecho. El reloj de la pared, ajeno a la angustia de la mujer, seguía monótonamente moviendo el secundario alrededor de su eje. ¡Once y media! ¡No podía más! Llamaría a la Policía para notificarle la desaparición de su hijo. Sí, sabía que de momento no iniciarían la búsqueda. Siempre piensan que el niño se fue con algún amiguito o amiguita. Pero no importaba. Haría la denuncia y ella misma comenzaría la búsqueda. Los temblores en el cuerpo y sobre todo en las manos, no le permitía coger el teléfono. Después de angustiosos segundos, tan largos como el miedo  que sentía, logró tomar en sus manos el teléfono. Una voz detrás de ella, la dejó inmóvil.

─Mamá, tengo hambre.

─¿Por qué llegas tan tarde?

─Mamá no he salido. Al final la película no era tan buena y me acosté. ¿Por qué estás tan nerviosa?

 Marta se desmayó ante el asombro de su hijo.