La Muñeca
En
un barrio pobre de Quito, Ecuador, vivía Maritza, una hermosa niña cuyos padres
se buscaban la vida buscando cosas para luego hacer varios tipos de objetos y venderlas
en algún mercadillo, pero no como el Mercadillo del Panecillo ni el del Otavalo
sino, en el Mercado Plaza Foch.
Maritza
no nació con la humildad de sus padres y por el contrario detestaba la vida que
llevaba por lo cual los culpaba. Su madre hacía todo lo posible para que ella
se sintiera bien y trataba de invertir parte de sus exiguas ganancias en
comprarle algún vestido o par de zapatos que ella en la mayoría de las veces
rechazaba por ser, según ella, cosas de shuart, nacionalidad indígena amazónica
que habitan entre las selvas y llanuras de Perú y Ecuador.
Cierta
noche, su madre le trajo una muñeca. La miró y después de decir que era
horrorosa, la tiró en un rincón y se acostó enfadada, diciendo que nunca le
traían nada bueno.
De
madrugada la niña se levantó para ir al baño
sintió unos sollozos. Pensó que era su madre. Miró para el lugar que
dormían sus padres y comprobó que no era ella. Entonces se fue guiando por los
sonidos emitidos por alguien que lloraba y se quedó paralizada cuando vio que
la muñeca lloraba. Las lágrimas le salían de sus ojitos como si fuera una niña
de verdad. Se le acercó y le preguntó el porqué de su llanto.
– Nadie
me quiere –dijo sin dejar de llorar
– Normal
que no te quieran. Eres fea y la ropa que tienes te hace más fea todavía –dijo
Maritza con arrogancia.
– Sí,
lo sé, pero yo no tengo la culpa. Yo era una niña como tú y vino una bruja muy
mala y sin motivo me convirtió en muñeca.
– ¿Piensas
que voy a creer esa estúpida historia?
– No
quiero que la creas. Solo necesito que me lleves al Hospital Eugenio Espejo.
– ¿Por
qué a ese lugar?
– Porque
yendo a ese hospital puedo ser niña otra vez.
– No
me interesa que seas niña o muñeca. Me da igual. – dijo con desprecio
– No
te he dicho que soy hija de una de las familias más ricas de Quito y mis padres
te recompensaría con grandes regalo digno de una aristocrática familia.
Maritza
vio la oportunidad de salir de aquella asquerosidad, como ella le llamaba al
lugar donde vivía y convertirse en una niña rica.
– Si
me mientes te prenderé fuego.
Esa
madrugada la niña cogió a la muñeca y se fugó de la casa. El Hospital estaba
oscuro, pues hacía años que estaba en reparación. La muñeca la fue orientando
por donde tenía que entrar sin ser vista. Llegaron hasta un pasillo desierto y
de poca luz y de pronto cayó un rayo. La niña quedó media inconsciente y al
volver en sí pudo observar que la muñeca no estaba. Se marchó maldiciendo
porque había sido engañada.
Al
día siguiente el padre llegó contento y dando saltos de alegría. Se había
sacado la Lotería por un cupón que se encontró en la calle. Maritza estaba
contenta, pues su padre compró una vieja casa en un buen barrio de Quito y le
compró ropas y zapatos que jamás había tenido. La casa comprada fue reparada,
menos el ascensor que funcionaba perfectamente y gracias a ello pudieron subir
sin dificultad todos los muebles que iban en el segundo piso.
Cierto
día, Maritza entró al ascensor y no salió. Sus padres desesperados buscaron por
toda la casa y no la encontraron. Hicieron la denuncia y la niña no apareció.
Al poco tiempo vendieron la casa y se mudaron para otra pequeña.
Los nuevos inquilinos de la casa enseguida
tuvieron la sorpresa de una aparición fantasmal. La señora de la casa se
encontró a una niña dentro del ascensor. Le dijo a su esposo que su mirada era
triste y que salió asustada. El esposo no encontró nada, pero cada cierto
tiempo aparecía la niña y desaparecía. Unos dicen que era Maritza y otros que
era aquella muñeca que desapareció en el Hospital.
Pcfa