LA
HUIDA
Llevaba tres días y dos noches andando por
aquellos bosques tupidos. Se abría paso, con su machete, entre matorrales de
distintos tamaños. Había visto una enorme ceiba y se acomodó entre sus
sobresalientes raíces. Pasaría la noche ahí. Acariciaba la raíz próxima como si
fuera el brazo de su esposa. Quizás había actuado mal o a lo mejor, estaba
escrito que ese era su destino. En determinadas circunstancias, podemos
comportarnos como animales salvajes o simplemente, se apoderan de nuestras
mentes la ira o la venganza y ejecutamos acciones nefastas para nuestra vida.
El
ganadero Simón Valladares estaba enamorado de su hija, pero no le daría la mano
de su hija a un hombre con fama de mujeriego y abusador. Ese día llegó en el
auto a su casa y ayudado por un
acompañante golpearon y violaron a su hija delante de su esposa. Cuando llegó a
su casa y observó el estado en que estaban, supo lo sucedido y se dirigió a la
hacienda de Valladares. Se creía tan intocable que no tenía guardaespaldas ni
custodios de la finca, por tal motivo pudo llegar hasta el jardín y le propinó
varios cortes mortales con el machete y por último, varios cortes en sus
testículos. Sin mirar atrás comenzó a caminar por el monte. Decía que prefería
morir en libertad que no de viejo maltratado en una celda. Con todos esos
pensamientos, se quedó dormido entre las raíces de la Ceiba.
Se
despertó y comenzó a andar, pero a un centenar de metros, divisó una vivienda.
No era la típica vivienda del campesino sin tierra construida de paredes de yaguas.
Era una vivienda de paredes de tablas de cedro y techo de tejas. Tenía mucha
hambre. En todo el trayecto apenas había comido algunos mangos verdes y
maduros.
Un
señor, en una silla de ruedas, se encontraba en el amplio portal de techo de
zinc y piso de mosaicos.
– Buenos
días
– Buenos
días, compay
– ¿Puede
darme un poco de agua?
– ¡Josefa,
trae un vaso de agua para la visita!
– ¿Estás
perdido, amigo? –preguntó el hombre mientras el forastero bebía el agua.
– No.
Estoy buscando una planta –dijo al terminar.
– ¿Es
biólogo?
– No,
para nada. Un botánico me pidió que le llevara una planta para ser estudiada.
– ¿Cómo
se llama la planta?
– Pues
no sé, porque lo llama por su nombre científico
– ¿No
tiene foto?
– No
hace falta. Tengo buena memoria. Es una planta que crece en los troncos de los
árboles y tiene flores pequeñas y blancas.
– Un par de kilómetros loma arriba
hay muchas de esas plantas
– ¿No escucha la radio? –preguntó
refiriéndose a un aparato de radio situado en una pequeña mesa.
– No tiene pilas. Amigo, puede
quedarse aquí. Hay una habitación vacía. Josefa tiene que ir al pueblo a buscar
algunos alimentos y las pilas del radio. Cuando venga, lo puede llevar hasta
esas plantas.
– Es muy amable, pero no puedo abusar
de su confianza.
– No
abusa. Mi mujer dejó comida hecha y quiero decirle que cocina bien.
– ¿Cómo vino a vivir aquí?
– Era un muchacho muy, digamos, malo.
En el sentido que me gustaba apropiarme de lo ajeno. Eso les traía problemas a
mis padres que eran muy honestos y respetados en el pueblo. El Acalde y el Jefe
de la policía amenazaron a mi padre con llevarme para un Reformatorio de
Menores y compró este terreno y fabricó esta casa, compró algunas vacas,
puercos y gallinas.
– Entonces tu padre tenía dinero
– Sí, por supuesto, el dinero que me
robaba y que yo decía que lo había tirado al mar.
La conversación se desarrollaba en un
clima de confianza y algunas veces jocoso. Almorzaron y los dos se sentaron en
el portal a esperar Doña Josefa quien
dos horas mas tardes llegaba con varios soldados acompañándola.
– Muchas gracias, Manuel. Aquí tiene
su dinero de la recompensa. ¡Disfrútelo! –decía un sargento ante el asombro
mientras le ponían las esposas.
Fue condenado a treinta años de prisión.
Dicen los que lo conocieron, que era el hombre mas desconfiado de la tierra.
Pcfa