miércoles, 8 de enero de 2020

Siempre Contigo




                                       Siempre Contigo


El sol del mediodía los castigaba con toda su fuerza. Susana, recostada a una pared rocosa, estaba tan adolorida que apenas sentía las fracturas en brazo y piernas,  así como  heridas sufridas en la cabeza y un muslo, mientras Nicolás rabiando de dolor por la pierna fracturada,  trataba de improvisar vendajes con sus propias vestimentas.

Se habían levantado temprano y revisado todo lo necesario que llevarían en el recorrido por las montañas. Brújula, mapa, los teléfonos móviles cargados y con baterías adicionales, cuerdas, capas, en fin, todo lo revisaron minuciosamente. No era la primera vez que practicaban senderismo y sobre todo, conocían la ruta de años anteriores. Era el último senderismo que practicarían porque no sabían hasta cuando, pues ella estaba embarazada de pocas semanas y deseaba dedicar todo su tiempo libre al bebé.

El día era maravilloso y pensaban estar de regreso antes de oscurecer. La primer parte del camino transcurría entre árboles, flores silvestres y el canto de algunas aves que lograban no fuera percibido, por el caminante, su paulatino ascenso. Al llegar a lo más alto del camino y ante la ausencia de árboles, se podía apreciar el mar y las olas bañando una hermosa playa.

Ahora andaban con sumo cuidado. El camino era estrecho y transcurría por la ladera de la montaña. Enormes rocas a la izquierda y un abismo a la derecha. Llegaron a un lugar donde había una pequeña grieta en el suelo, muy conocida por ellos y a la cual llamaban “La Sonrisa” por la forma que tenía. Alargar un poco el paso o un pequeño salto y se vencía “La sonrisa”. Nicolás le pidió que le diera la mochila para que fuera mejor. Ella le entregó la mochila y al saltar todo le dio vuelta y apenas puso los pies del otro lado de la grieta se fue de lado cayendo por el abismo. El joven soltó la mochila y trató de agarrarla en vano. Miró hacia abajo y a unos cinco metros, en un pequeño balcón de la ladera, estaba el cuerpo inmóvil de la joven. Buscaba en la mochila la cuerda cuando se desprendió el lugar donde estaba, cayendo justo al lado de la chica que por suerte no la aplastó, rebotó  y él cayó encima de ella. Una vez recobrado del fuerte golpe se dio cuenta de lo difícil de su situación. Las mochilas, con todo lo necesario para salir de un peligro como ese, incluyendo los móviles, habían caído a unos cien metros por debajo de ellos. Esperar a ser encontrados y rescatados, era de momento la única opción que tenían.

–Mi amor trata de salvarte tú.

–De ninguna manera, Susana. Saldremos los dos de aquí –dijo sin saber si realmente podía salir  del lugar.

–Nadie nos encontrara aquí –dijo en un susurro.

–Cuando vean que no regresamos, iniciaran la búsqueda.

–¡Como puede cambiar la vida en cuestión de segundo!

–No pensemos en eso. Nadie piensa en eso. Todos pensamos que la vida siempre nos va a tratar bien y otros piensan que la vida siempre los va a tratar mal. No existe la buena o la mala suerte. Existen cadenas de coincidencias negativas cuando las cosas salen mal y coincidencias buenas cuando salen bien. Nosotros, hasta ahora todo nos salía bien. Nuestras infancias, nuestro noviazgo, la boda y ahora esperar un hijo, todo era bueno.

–Mi amor, temo por el bebé. ¿Le habrá pasado algo?

–No le ha pasado nada. Ya verás. Él es fuerte como sus padres. No pienses en eso Susana. Trata de descansar.

–No puedo. Los dolores no me dejan.

La noche envolvió a aquellos jóvenes golpeados, heridos y adoloridos. El cielo estaba despejado y la luna llena los alumbraba. De pronto Nicolás observa algo deslizándose por las rocas en dirección a Susana.

–¡No te muevas, amor!

–¿Que es, Nicolás?

El joven se quitó rápidamente las botas e introdujo sus manos en ellas. Lentamente se dirigió a la serpiente. Se trataba de una víbora hocicuda. Sabía que la mordida de este reptil podía producir sangrados de oídos, escalofrío, fiebres y la muerte, pero como muchas serpientes venenosas no atacan a las personas si no se ven atacadas, En el caso de ellos, consistía en tratar de no hacer movimientos para que ella no se viera amenazada.  Susana sería mordida si le pusiera el brazo encima sin darse cuenta o que volteara su y cayera sobre ella, entonces le mordería y le inyectara el veneno. Nicolás le puso delante las botas y ella la esquivó pero subió por encima del abdomen de la joven quien aterrada estaba a punto de gritar. Para alivio de los dos, la serpiente siguió su camino sin ningún problema. Nicolás acariciaba a Susana que lloraba de dolor y por el miedo pasado. El joven no durmió en toda la noche, atento a cualquier movimiento que delatara la presencia de una serpiente. Por la mañana temprano sintieron el ruido de un helicóptero que se mantuvo volando sobre sus cabezas. Nicolás le hacía señas con las manos. Con desconsuelo lo vieron irse.

Se abrazaron desconsolados. Susana lloraba mientras el joven le repetía que volverían. Efectivamente, una hora después regresó el helicóptero y Nicolás esbozó una sonrisa mientras bajaban una camilla para izarlos. Fueron llevados de inmediato a un hospital para curar sus heridas y facturas. Se comprobó que el feto no había sufrido daño.

Siempre llevaban consigo el lema “Siempre contigo” para cualquier lugar que fueran.



Un año y medio después, Alberto era bautizado por sus padres Susana y Nicolás.





Autor: Pedro Celestino Fernandez Arregui








El Asesinato de Joel Parra




                          El asesinato de Joel Parra


Estaba en el Club de Pesca desde las nueve de la noche. La ingesta de bebidas alcohólicas, los bailes y las risas mostraban un escenario de alegría, sin embargo, Joel Parra, acompañado de un pescador muy amigo suyo,  a pesar de reír y conversar con él, tenía una gran preocupación. No le había dicho a nadie que había recibido una carta amenazadora y esa carta podía haber sido escrita por algunos de los que compartían esa noche con él. En su mente tenía impresa, la amenaza; “Todas las noches voy al Club de Pesca y el día que tú vayas, te voy a matar”

No podía concentrarse en la conversación con su amigo, pues trataba de adivinar quién podía ser el autor de la carta.

Había tres parejas bailando. Arturo, hijo de un importante comerciante del pueblo, bailaba con Amelia, una hermosa rubia de ojos claros y sonrisa alucinante, hija de un norteamericano que poseía una hacienda cerca de McKinley. Nunca le había hablado aunque siempre le miraba con cierto aire de superioridad. A lo mejor porque él era un simple dependiente de una tienda de ropas, pensó. Guillermo, mulato fornido estibador del muelle, bailaba con Teresa un preciosa negra descendiente de caimaneros. Era muy buena persona. El taxista Ronualdo, vecino de Santa Fé que bailaba con Lucía, la mejor de las bailarinas y sobrina del dueño de un Motel. Del taxista se decía que era estafador, pero incapaz de pelear y menos matar a alguien. En la esquina del mostrador y frente a un sábalo de adorno en la pared, el dependiente, un joven descendiente de una de las mas viejas familias pineras,  conversaba con Edmundo, peón de uno de los ganaderos  ricos de la Isla. Edmundo regresaba de hacer unas compras en el pueblo y quiso tomarse una cerveza antes de seguir hacia su casa, cerca del autocine. Tenía fama de ser buen trabajador pero de mal genio. Frente a la vitrola se encontraba Francisco, hijo del dueño de un tejar. Pancho, como era conocido, vivía cerca del Club y todas las noches acudía a darse unos tragos. No trabajaba y siempre estaba buscando pleitos.

A la una de la madrugada, luego que todos se habían marchado, salieron Joel y su amigo. El dependiente escuchó cuando su amigo le dijo,  “Ahora para allá te toca remar” y los vio bajar la escalera de madera que conducía al río.

Al siguiente día, unos niños que nadaban en el río, cerca del puente basculante de Nueva Gerona, se horrorizaron al ver a un hombre atado en una de las columnas del puente, con el rostro ensangrentado.

La policía identificó a la víctima como Joel Parra. Al encontrar la nota amenazadora, en un bolsillo de su pantalón, decidieron abrir la investigación con aquellos que esa noche estuvieron en el Club de Pesca.

El primer sospechoso fue el pescador. Sin embargo, el Vigilante nocturno de la Fábrica Procesadora de Langosta, junto al puente, en la margen occidental del río Las Casas, afirmó haberlos visto desembarcar junto a la Fábrica. Joel y su amigo habían tomado la calle hacia Pueblo Nuevo, lugar donde vivía el pescador y a los diez o quince minutos, observó a Joel cruzar el puente abrazado a una mujer. El vigilante no pudo identificar a la mujer que lo acompañaba.

La policía se preguntaba: ¿Quién puede ser el asesino?



Había que identificar a la mujer que había estado con él y entrevistar a los presentes en el Club de Pesca. Las entrevistas no arrojaron nada positivo para la investigación y todos tenían sendas coartadas, sin embargo las mujeres fueron citadas para esa noche para una a una,  cruzar el puente con un agente,  con la intención de que el testigo de la factoría de pesca pudiera identificar el parecido con la misteriosa mujer. El hombre no pudo establecer semejanza alguna con la que él había visto esa noche, pero el agente que acompañó a las mujeres, notó cierto nerviosismo en una de ellas. Lucía Castro pasó a ser centro de la investigación. Se le hizo un severo y extenso interrogatorio hasta que no pudo más y confesó.

Fredesbinda, un mujer muy querida y respetada por sus vecinos, era esposa de un Capitán de barco. Joel Parra un día fue a visitar a un amigo que vivía frente a la vivienda de la esposa del Capitán y desde el primer momento se enamoró perdidamente de ella. La ausencia del esposo y la soledad hizo que pasado unos días y ante los detalles caballerosos y simpatía del joven, cayera en sus brazos. Él la amaba con todo su corazón y comenzaron a verse de madrugada, cuando la ciudad dormía en su casa situada en el Palmar, al cruzar el puente, donde vivía solo.

La infidelidad llegó al oído del Capitán que decidió quitarle la vida a Joel. Para lograr su objetivo contrató a Ignacio, un exmilitar que trabajaba como mecánico en el aserrío y que había conocido como mecánico naval. Este sicario le dijo a Fredesbinda que iba a matar a su Don Juan pues su marido le había pagado bastante, pero si estaba con él, no le haría nada. Ella se negó y pensaba que él se lo había dicho para que cediera.

Fredesbinda Castro tenía mucha confianza con su hermana y le contó todo. Lucía se arrepentía entre sollozos de no haber informado a la policía por miedo.

Se pudo saber que el asesino no había acudido al Club de Pesca, pero sabía que cuando Joel iba, lo hacía con su amigo el pescador, en su bote. Todas las noches vigilaba si salían o no, desde la orilla opuesta a la Fábrica Procesadora de Langosta. Cuando Joel regresó de llevar a su amante, Ignacio se cruzó intencionadamente con él y lo golpeó con un pesado martillo en la cara e inmediatamente lo llevó hasta los bajos del puente, lo ató y le propinó varios golpes en la cabeza. Lanzó el martillo al agua y se fue sin ningún remordimiento a su casa.

Ignacio Pérez fue sentenciado a cumplir cadena perpetua en el Presidio Modelo y el Capitán sentenciado a treinta años de cárcel en el mismo presidio.

La señora Fredesbinda Castro, al verse envuelta en un escándalo que hacía pedazos, su moral y reputación como mujer fiel, se suicidó pocos meses después, cerca del puente.



Nota: El suceso y los personajes son de ficción.



 Autor: Pedro Celestino Fernandez Arregui