Siempre Contigo
El
sol del mediodía los castigaba con toda su fuerza. Susana, recostada a una
pared rocosa, estaba tan adolorida que apenas sentía las fracturas en brazo y
piernas, así como heridas sufridas en la cabeza y un muslo,
mientras Nicolás rabiando de dolor por la pierna fracturada, trataba de improvisar vendajes con sus
propias vestimentas.
Se habían levantado temprano y revisado
todo lo necesario que llevarían en el recorrido por las montañas. Brújula,
mapa, los teléfonos móviles cargados y con baterías adicionales, cuerdas,
capas, en fin, todo lo revisaron minuciosamente. No era la primera vez que
practicaban senderismo y sobre todo, conocían la ruta de años anteriores. Era
el último senderismo que practicarían porque no sabían hasta cuando, pues
ella estaba embarazada de pocas semanas y deseaba dedicar todo su tiempo libre
al bebé.
El día era maravilloso y pensaban estar de
regreso antes de oscurecer. La primer parte del camino transcurría entre
árboles, flores silvestres y el canto de algunas aves que lograban no fuera
percibido, por el caminante, su paulatino ascenso. Al llegar a lo más alto del
camino y ante la ausencia de árboles, se podía apreciar el mar y las olas
bañando una hermosa playa.
Ahora andaban con sumo cuidado. El camino
era estrecho y transcurría por la ladera de la montaña. Enormes rocas a la
izquierda y un abismo a la derecha. Llegaron a un lugar donde había una pequeña
grieta en el suelo, muy conocida por ellos y a la cual llamaban “La Sonrisa”
por la forma que tenía. Alargar un poco el paso o un pequeño salto y se vencía “La
sonrisa”. Nicolás le pidió que le diera la mochila para que fuera mejor. Ella
le entregó la mochila y al saltar todo le dio vuelta y apenas puso los pies del
otro lado de la grieta se fue de lado cayendo por el abismo. El joven soltó la
mochila y trató de agarrarla en vano. Miró hacia abajo y a unos cinco metros, en
un pequeño balcón de la ladera, estaba el cuerpo inmóvil de la joven. Buscaba
en la mochila la cuerda cuando se desprendió el lugar donde estaba, cayendo
justo al lado de la chica que por suerte no la aplastó, rebotó y él cayó encima de ella. Una vez recobrado
del fuerte golpe se dio cuenta de lo difícil de su situación. Las mochilas, con
todo lo necesario para salir de un peligro como ese, incluyendo los móviles,
habían caído a unos cien metros por debajo de ellos. Esperar a ser encontrados
y rescatados, era de momento la única opción que tenían.
–Mi amor trata de salvarte tú.
–De ninguna manera, Susana. Saldremos los
dos de aquí –dijo sin saber si realmente podía salir del lugar.
–Nadie nos encontrara aquí –dijo en un
susurro.
–Cuando vean que no regresamos, iniciaran
la búsqueda.
–¡Como puede cambiar la vida en cuestión
de segundo!
–No pensemos en eso. Nadie piensa en eso.
Todos pensamos que la vida siempre nos va a tratar bien y otros piensan que la
vida siempre los va a tratar mal. No existe la buena o la mala suerte. Existen
cadenas de coincidencias negativas cuando las cosas salen mal y coincidencias
buenas cuando salen bien. Nosotros, hasta ahora todo nos salía bien. Nuestras
infancias, nuestro noviazgo, la boda y ahora esperar un hijo, todo era bueno.
–Mi amor, temo por el bebé. ¿Le habrá
pasado algo?
–No le ha pasado nada. Ya verás. Él es
fuerte como sus padres. No pienses en eso Susana. Trata de descansar.
–No puedo. Los dolores no me dejan.
La noche envolvió a aquellos jóvenes
golpeados, heridos y adoloridos. El cielo estaba despejado y la luna llena los
alumbraba. De pronto Nicolás observa algo deslizándose por las rocas en
dirección a Susana.
–¡No te muevas, amor!
–¿Que es, Nicolás?
El joven se quitó rápidamente las botas e
introdujo sus manos en ellas. Lentamente se dirigió a la serpiente. Se trataba
de una víbora hocicuda. Sabía que la mordida de este reptil podía producir
sangrados de oídos, escalofrío, fiebres y la muerte, pero como muchas
serpientes venenosas no atacan a las personas si no se ven atacadas, En el caso
de ellos, consistía en tratar de no hacer movimientos para que ella no se viera
amenazada. Susana sería mordida si le
pusiera el brazo encima sin darse cuenta o que volteara su y cayera sobre ella,
entonces le mordería y le inyectara el veneno. Nicolás le puso delante las
botas y ella la esquivó pero subió por encima del abdomen de la joven quien
aterrada estaba a punto de gritar. Para alivio de los dos, la serpiente siguió
su camino sin ningún problema. Nicolás acariciaba a Susana que lloraba de dolor
y por el miedo pasado. El joven no durmió en toda la noche, atento a cualquier
movimiento que delatara la presencia de una serpiente. Por la mañana temprano
sintieron el ruido de un helicóptero que se mantuvo volando sobre sus cabezas.
Nicolás le hacía señas con las manos. Con desconsuelo lo vieron irse.
Se abrazaron desconsolados. Susana lloraba
mientras el joven le repetía que volverían. Efectivamente, una hora después
regresó el helicóptero y Nicolás esbozó una sonrisa mientras bajaban una
camilla para izarlos. Fueron llevados de inmediato a un hospital para curar sus
heridas y facturas. Se comprobó que el feto no había sufrido daño.
Siempre llevaban consigo el lema “Siempre
contigo” para cualquier lugar que fueran.
Un año y medio después, Alberto era
bautizado por sus padres Susana y Nicolás.
Autor: Pedro Celestino Fernandez Arregui