El asesinato de Joel
Parra
Estaba
en el Club de Pesca desde las nueve de la noche. La ingesta de bebidas
alcohólicas, los bailes y las risas mostraban un escenario de alegría, sin
embargo, Joel Parra, acompañado de un pescador muy amigo suyo, a pesar de reír y conversar con él, tenía una
gran preocupación. No le había dicho a nadie que había recibido una carta
amenazadora y esa carta podía haber sido escrita por algunos de los que
compartían esa noche con él. En su mente tenía impresa, la amenaza; “Todas las
noches voy al Club de Pesca y el día que tú vayas, te voy a matar”
No
podía concentrarse en la conversación con su amigo, pues trataba de adivinar
quién podía ser el autor de la carta.
Había
tres parejas bailando. Arturo, hijo de un importante comerciante del pueblo,
bailaba con Amelia, una hermosa rubia de ojos claros y sonrisa alucinante, hija
de un norteamericano que poseía una hacienda cerca de McKinley. Nunca le había
hablado aunque siempre le miraba con cierto aire de superioridad. A lo mejor
porque él era un simple dependiente de una tienda de ropas, pensó. Guillermo,
mulato fornido estibador del muelle, bailaba con Teresa un preciosa negra
descendiente de caimaneros. Era muy buena persona. El taxista Ronualdo, vecino
de Santa Fé que bailaba con Lucía, la mejor de las bailarinas y sobrina del
dueño de un Motel. Del taxista se decía que era estafador, pero incapaz de
pelear y menos matar a alguien. En la esquina del mostrador y frente a un
sábalo de adorno en la pared, el dependiente, un joven descendiente de una de
las mas viejas familias pineras, conversaba con Edmundo, peón de uno de los
ganaderos ricos de la Isla. Edmundo
regresaba de hacer unas compras en el pueblo y quiso tomarse una cerveza antes
de seguir hacia su casa, cerca del autocine. Tenía fama de ser buen trabajador
pero de mal genio. Frente a la vitrola se encontraba Francisco, hijo del dueño
de un tejar. Pancho, como era conocido, vivía cerca del Club y todas las noches
acudía a darse unos tragos. No trabajaba y siempre estaba buscando pleitos.
A
la una de la madrugada, luego que todos se habían marchado, salieron Joel y su
amigo. El dependiente escuchó cuando su amigo le dijo, “Ahora para allá te toca remar” y los vio
bajar la escalera de madera que conducía al río.
Al
siguiente día, unos niños que nadaban en el río, cerca del puente basculante de
Nueva Gerona, se horrorizaron al ver a un hombre atado en una de las columnas
del puente, con el rostro ensangrentado.
La
policía identificó a la víctima como Joel Parra. Al encontrar la nota
amenazadora, en un bolsillo de su pantalón, decidieron abrir la investigación
con aquellos que esa noche estuvieron en el Club de Pesca.
El
primer sospechoso fue el pescador. Sin embargo, el Vigilante nocturno de la Fábrica
Procesadora de Langosta, junto al puente, en la margen occidental del río Las
Casas, afirmó haberlos visto desembarcar junto a la Fábrica. Joel y su amigo habían
tomado la calle hacia Pueblo Nuevo, lugar donde vivía el pescador y a los diez
o quince minutos, observó a Joel cruzar el puente abrazado a una mujer. El
vigilante no pudo identificar a la mujer que lo acompañaba.
La
policía se preguntaba: ¿Quién puede ser el asesino?
Había
que identificar a la mujer que había estado con él y entrevistar a los
presentes en el Club de Pesca. Las entrevistas no arrojaron nada positivo para
la investigación y todos tenían sendas coartadas, sin embargo las mujeres
fueron citadas para esa noche para una a una,
cruzar el puente con un agente, con
la intención de que el testigo de la factoría de pesca pudiera identificar el
parecido con la misteriosa mujer. El hombre no pudo establecer semejanza alguna
con la que él había visto esa noche, pero el agente que acompañó a las mujeres,
notó cierto nerviosismo en una de ellas. Lucía Castro pasó a ser centro de la
investigación. Se le hizo un severo y extenso interrogatorio hasta que no pudo
más y confesó.
Fredesbinda,
un mujer muy querida y respetada por sus vecinos, era esposa de un Capitán de
barco. Joel Parra un día fue a visitar a un amigo que vivía frente a la
vivienda de la esposa del Capitán y desde el primer momento se enamoró
perdidamente de ella. La ausencia del esposo y la soledad hizo que pasado unos
días y ante los detalles caballerosos y simpatía del joven, cayera en sus
brazos. Él la amaba con todo su corazón y comenzaron a verse de madrugada,
cuando la ciudad dormía en su casa situada en el Palmar, al cruzar el puente,
donde vivía solo.
La
infidelidad llegó al oído del Capitán que decidió quitarle la vida a Joel. Para
lograr su objetivo contrató a Ignacio, un exmilitar que trabajaba como mecánico
en el aserrío y que había conocido como mecánico naval. Este sicario le dijo a
Fredesbinda que iba a matar a su Don Juan pues su marido le había pagado
bastante, pero si estaba con él, no le haría nada. Ella se negó y pensaba que
él se lo había dicho para que cediera.
Fredesbinda
Castro tenía mucha confianza con su hermana y le contó todo. Lucía se
arrepentía entre sollozos de no haber informado a la policía por miedo.
Se
pudo saber que el asesino no había acudido al Club de Pesca, pero sabía que cuando
Joel iba, lo hacía con su amigo el pescador, en su bote. Todas las noches
vigilaba si salían o no, desde la orilla opuesta a la Fábrica Procesadora de
Langosta. Cuando Joel regresó de llevar a su amante, Ignacio se cruzó
intencionadamente con él y lo golpeó con un pesado martillo en la cara e
inmediatamente lo llevó hasta los bajos del puente, lo ató y le propinó varios
golpes en la cabeza. Lanzó el martillo al agua y se fue sin ningún
remordimiento a su casa.
Ignacio
Pérez fue sentenciado a cumplir cadena perpetua en el Presidio Modelo y el
Capitán sentenciado a treinta años de cárcel en el mismo presidio.
La
señora Fredesbinda Castro, al verse envuelta en un escándalo que hacía pedazos,
su moral y reputación como mujer fiel, se suicidó pocos meses después, cerca
del puente.
Nota:
El suceso y los personajes son de ficción.
Autor: Pedro Celestino Fernandez Arregui
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