Crimen
Regresaba a su casa, situada en uno de los
barrios pobres de la ciudad, cuando de pronto se le interpuso un individuo.
–¡Hola Julio! ¿Te sorprende verme? Quiero
recordarte que hace unos tres meses me pediste dinero. Me dijiste que en una
semana me pagaba. ¿Recuerdas?
–Sí, pero me quedé sin trabajo. ¡Te juro
que te lo pagaré en cuanto pueda! Manuel,
siempre he sido tu amigo y no te voy hacer una mierda –dijo con voz
temblorosa y un miedo enorme le calaba los huesos.
–Pasado mañana vengo a buscar el dinero.
No me digas nada. Si no tienes roba, pero quiero mi dinero. ¿De acuerdo?
Cuando Manuel se marchó pudo respirar
tranquilo. Manuel era temible. Se le atribuía la muerte de un anciano por el
mismo motivo. Todavía no entiende como fue a pedirle dinero a él, habiendo
otros prestamistas.
Llegó a su depauperada vivienda y llenó un
vaso de una botella de aguardiente destilado en casa de un vecino. Entonces
miró y vio en el piso un sobre. Le recogió, lo abrió y comenzó a leer la carta
que había en su interior.
“Pensaba
que eras mi amigo y he descubierto la cochinada que me estás haciendo. Te la
puedes llevar. Esa mujer no me interesa porque es una puta barata, pero Julio,
estabas viviendo a mi costilla. Yo le daba dinero a ella y ella te lo daba a ti
y eso no lo perdono. ¡La vas a pagar! No descansaré hasta ver tu boca cubierta
de hormigas”
¡Mierda! Ricardo ha descubierto todo. ¿Qué
hago? pensó, mientras se servía otro vaso del repugnante líquido. Hay días que
todo lo malo le cae a uno y este es uno de ellos.
Se levantó temprano y fue a casa de Castell. Un inválido que servía de
intermediario entre la delincuencia y los traficantes de armas. Le dijo que necesitaba una pistola con dos
cargadores. Éste le mostró una Beretta.
–¿Te gusta ésta? Cuesta tres mil. ¿Te
conviene?
–Sí, me va bien. Es solo por si acaso.
Deja manipularla.
Apenas el hombre le dio la pistola y un
cargador, Julio salió corriendo. Mataría a los dos individuos que lo amenazaron
y luego le devolvería la pistola a Castell.
La policía llegó a la vivienda de Julio
alertada por los vecinos, derribó la puerta y entraron. En medio del pequeño
salón estaba su cuerpo sin vida. En la mano derecha, la pistola y en la sien un
agujero provocado por un proyectil.
En un primer momento pensaron en un
suicidio. Sin embargo el inspector Gondín, tenía sus dudas.
Después del informe del forense y las
pesquisas realizadas con los vecinos, se descartaba el suicidio. ¡Había sido un
asesinato!
Las pesquisas comenzaron de inmediato,
sobre todo con los vecinos. Por ellos se supo que siempre estaba pidiendo
dinero y que en ocasiones había acudido a prestamistas. Conocieron de las
relaciones sentimentales con la esposa de un amigo. Averiguaron sobre la
procedencia de la pistola sin resultado alguno.
Al primero en investigar fue al esposo de
su amante.
–¿Dónde estaba usted el miércoles a las
cuatro de la tarde? –preguntó el Inspector.
–Estaba en el trabajo. Toda la semana
tenía el turno de dos de la tarde a las diez de la noche.
–¿Qué me dices de esta nota escrita por
usted?
–Tenía rabia por haber sido traicionado,
pero es una estupidez por mi parte. ¡Por supuesto, no iba a causarle daño!
–Sin embargo Julio fue asesinado y usted
tenía motivos.
–¡No haría eso, Inspector! Quería
asustarlo. Nada más.
–¡Puede marcharse!
Ricardo se marchó y el inspector Gondín
quedó pensativo.
El segundo interrogatorio se le hizo a
Manuel, el prestamista.
–¿Usted le prestó dinero a Julio? –comenzó
el Inspector.
–¡Sí! Hace mucho tiempo.
–¿Y le pagó?
–No, me lo debe.
–¿Y qué piensa hacer para cobrarlo?
–Le meteré miedo. Oficial, es mi dinero.
–Julio está muerto. Ceo que no podrá
cobrarlo. ¿No habrás cumplido una amenaza?
–No, no. Presto dinero pero no soy un
asesino.
–¿Habrás cumplido una amenaza?
–No, no. Presto dinero pero no soy un
asesino.
–¿ Si no le pagan? ¿Golpea, mata?
–¡Eso nunca!
–¿Que hacía usted el miércoles a las
cuatro de la tarde?
–Estuve paseando con mi novia por la playa
y luego tomamos unas copas en el Tulio’s Bar.
El tercer interrogatorio se le hizo a
Castell.
–¿Usted vende armas?
–¡De ninguna manera! Yo con mi jubilación
y la ayuda por minusvalía, tengo para vivir.
–Tenemos información que Julio Estévez
entró a su vivienda y salió corriendo. ¿Por qué?
–Me dijo que tenía algo urgente que hacer.
–¿No le vendió una pistola?
–¿De donde voy a sacar una pistola,
Oficial?
–A julio se le ocupó una Beretta y dice
que se la compró a usted.
–¡Hijo de Puta! En realidad se la enseñé y
salió corriendo con ella. No lo he visto más.
–Pero anteriormente me mintió.
–Me daba vergüenza y luego el problema de
tener un arma de fuego en la casa. Entiende, oficial, soy un minusválido y hay
mucha gente mala.
–¿Dónde se encontraba el miércoles a las
cuatro de la tarde?
–Aquí, en la casa. Yo no salgo a ninguna
parte.
Si
algo tenía claro el inspector Gondín, era que ni el prestamista, ni el
traficante habían cometido el asesinato, quizás hubieran enviado a sicarios a
cometer el crimen. Esos dos individuos conocían que Julio era zurdo y ninguno
de los dos iba a cometer la torpeza de ponerle el arma en la mano derecha.
¡Tenía que hacerle preguntas a Ricardo y a Luisa, su mujer.
Citó
a la esposa de Ricardo en el horario que éste se encontraba en el taller. Debía
hacerle las preguntas por separado.
–Señora
Gonzáles sabemos de sus relaciones sentimentales con Julio. Su esposo descubrió
esa relación y le envió esta nota a Julio.
Luisa
leyó la nota y esbozó una sonrisa.
–Ricardo
no es capaz de matar a una mosca.
–¿Él
se enfadaba a menudo?
–¡Nunca!
En ocasiones se enfadaba pero rápidamente se le iba el enfado.
–¿Usted,
lo quería mucho?
–¡Muchísimo!
Llevamos 15 años de casado y siempre nos hemos amado.
–Sin
embargo, llevaban meses sin tener relaciones sexuales.
–¡Eso
no es cierto!
–Por
eso estabas con Julio, porque no lo amabas. Era necesario mantener la relación
porque así podías tener dinero y darle una parte a Julio. ¿Qué le decías para
no tener relaciones sexuales?
–Eso
que usted dice no es cierto y lo voy a demandar por injurias.
–Señora
Gonzáles, tenemos información de una amiga suya a la cual usted le dijo, hace aproximadamente
un mes, que no tenías relaciones sexuales con Ricardo y le habías dicho que
tenías un tumor en la vagina que te daba mucho dolor. Que estabas en
tratamiento. Le puedo refrescar la memoria diciéndole que esa conversación se
sostuvo en la terraza de la cafetería “Elpis” el día 17 del mes pasado a las
cuatro de la tarde.
–¡Mentirosa,
María! Yo pensaba que era incapaz de revelar mis confidencias.
–También
es mentiroso el médico que los atiende y al cual, su esposo y usted acudieron
para un chequeo normal y que hace unos días, usted fue a buscar los resultados,
recibiendo la mala noticia de que tenía el virus del SIDA.
Luisa
bajó la cabeza y comenzó a llorar.
–¡Cuéntame
todo! –dio el inspector al tiempo que le alcanzaba un pañuelo.
–Cuando
el médico me dio el informe, el Mundo se me vino abajo –comenzó a decir entre
sollozos– luego, el dolor se convirtió en ira cuando supe que efectivamente, él
tenía la enfermedad. Me había engañado explotado y enfermado. Eso no tenía
perdón. Ese día llevaba un cuchillo en mi cartera. ¡Iba a matarlo!–bebió un
poco de agua que le había brindado el inspector y siguió declarando– Cuando
llegué me abrazó y besó. Yo me dejé y entonces observé la pistola encima de la
mesa. Le dije que íbamos a ir despacio que mi esposo no salía del trabajo hasta
las diez de la noche. Le pregunté por la pistola. Me dijo riéndose que mi
marido lo había amenazado y la compró para defenderse. Le pedí me enseñara a
manipularla. Después que aprendí como hacerlo le pedí que preparara unos tragos
para ir “calienticos” para la cama. En ese momento aproveché y dejé una bala en
la recámara y le quité el cargador. Bebimos unos sorbos y le dije que si me
dejaba de amar le iba a volar los sesos. Le dije que no tuviera miedo que
estaba sin el cargador y le puse la pistola en la sien. Él se reía de mi gracia
y yo de mi victoria. Apreté el gatillo y cayó al suelo. Me puse nerviosa y se
me ocurrió que apareciera un suicidio. Me bebí lo que quedaba en las copas y me
las llevé. Salí rápido por temor a que alguien hubiera oído el disparo. Eso es
todo Inspector.
El
Inspector Gondín observó con pena como se llevaban esposada a Luisa González.
Siempre que resolvía un caso le sucedía lo mismo. Sentía pena por aquellas
almas que caían en las llamas del infierno.
Autor:
Pedro Celestino Fernández Arregui