miércoles, 28 de agosto de 2019

CRIMEN





                                                   Crimen


Regresaba a su casa, situada en uno de los barrios pobres de la ciudad, cuando de pronto se le interpuso un individuo.

–¡Hola Julio! ¿Te sorprende verme? Quiero recordarte que hace unos tres meses me pediste dinero. Me dijiste que en una semana me pagaba. ¿Recuerdas?

–Sí, pero me quedé sin trabajo. ¡Te juro que te lo pagaré en cuanto pueda! Manuel,  siempre he sido tu amigo y no te voy hacer una mierda –dijo con voz temblorosa y un miedo enorme le calaba los huesos.

–Pasado mañana vengo a buscar el dinero. No me digas nada. Si no tienes roba, pero quiero mi dinero. ¿De acuerdo?

Cuando Manuel se marchó pudo respirar tranquilo. Manuel era temible. Se le atribuía la muerte de un anciano por el mismo motivo. Todavía no entiende como fue a pedirle dinero a él, habiendo otros prestamistas.

Llegó a su depauperada vivienda y llenó un vaso de una botella de aguardiente destilado en casa de un vecino. Entonces miró y vio en el piso un sobre. Le recogió, lo abrió y comenzó a leer la carta que había en su interior.

Pensaba que eras mi amigo y he descubierto la cochinada que me estás haciendo. Te la puedes llevar. Esa mujer no me interesa porque es una puta barata, pero Julio, estabas viviendo a mi costilla. Yo le daba dinero a ella y ella te lo daba a ti y eso no lo perdono. ¡La vas a pagar! No descansaré hasta ver tu boca cubierta de hormigas”

¡Mierda! Ricardo ha descubierto todo. ¿Qué hago? pensó, mientras se servía otro vaso del repugnante líquido. Hay días que todo lo malo le cae a uno y este es uno de ellos.

Se levantó temprano y fue a casa  de Castell. Un inválido que servía de intermediario entre la delincuencia y los traficantes de armas.  Le dijo que necesitaba una pistola con dos cargadores. Éste le mostró una Beretta.

–¿Te gusta ésta? Cuesta tres mil. ¿Te conviene?

–Sí, me va bien. Es solo por si acaso. Deja manipularla.

Apenas el hombre le dio la pistola y un cargador, Julio salió corriendo. Mataría a los dos individuos que lo amenazaron y luego le devolvería la pistola a Castell.

La policía llegó a la vivienda de Julio alertada por los vecinos, derribó la puerta y entraron. En medio del pequeño salón estaba su cuerpo sin vida. En la mano derecha, la pistola y en la sien un agujero provocado por un proyectil.

En un primer momento pensaron en un suicidio. Sin embargo el inspector Gondín, tenía sus dudas.

Después del informe del forense y las pesquisas realizadas con los vecinos, se descartaba el suicidio. ¡Había sido un asesinato!





Las pesquisas comenzaron de inmediato, sobre todo con los vecinos. Por ellos se supo que siempre estaba pidiendo dinero y que en ocasiones había acudido a prestamistas. Conocieron de las relaciones sentimentales con la esposa de un amigo. Averiguaron sobre la procedencia de la pistola sin resultado alguno.

Al primero en investigar fue al esposo de su amante.

–¿Dónde estaba usted el miércoles a las cuatro de la tarde? –preguntó el Inspector.

–Estaba en el trabajo. Toda la semana tenía el turno de dos de la tarde a las diez de la noche.

–¿Qué me dices de esta nota escrita por usted?

–Tenía rabia por haber sido traicionado, pero es una estupidez por mi parte. ¡Por supuesto, no iba a causarle daño!

–Sin embargo Julio fue asesinado y usted tenía motivos.

–¡No haría eso, Inspector! Quería asustarlo. Nada más.

–¡Puede marcharse!

Ricardo se marchó y el inspector Gondín quedó pensativo.

El segundo interrogatorio se le hizo a Manuel, el prestamista.

–¿Usted le prestó dinero a Julio? –comenzó el Inspector.

–¡Sí! Hace mucho tiempo.

–¿Y le pagó?

–No, me lo debe.

–¿Y qué piensa hacer para cobrarlo?

–Le meteré miedo. Oficial, es mi dinero.

–Julio está muerto. Ceo que no podrá cobrarlo. ¿No habrás cumplido una amenaza?

–No, no. Presto dinero pero no soy un asesino.

–¿Habrás cumplido una amenaza?

–No, no. Presto dinero pero no soy un asesino.

–¿ Si no le pagan? ¿Golpea, mata?

–¡Eso nunca!

–¿Que hacía usted el miércoles a las cuatro de la tarde?

–Estuve paseando con mi novia por la playa y luego tomamos unas copas en el Tulio’s Bar.

El tercer interrogatorio se le hizo a Castell.

–¿Usted vende armas?

–¡De ninguna manera! Yo con mi jubilación y la ayuda por minusvalía, tengo para vivir.

–Tenemos información que Julio Estévez entró a su vivienda y salió corriendo. ¿Por qué?

–Me dijo que tenía algo urgente que hacer.

–¿No le vendió una pistola?

–¿De donde voy a sacar una pistola, Oficial?

–A julio se le ocupó una Beretta y dice que se la compró a usted.

–¡Hijo de Puta! En realidad se la enseñé y salió corriendo con ella. No lo he visto más.

–Pero anteriormente me mintió.

–Me daba vergüenza y luego el problema de tener un arma de fuego en la casa. Entiende, oficial, soy un minusválido y hay mucha gente mala.

–¿Dónde se encontraba el miércoles a las cuatro de la tarde?

–Aquí, en la casa. Yo no salgo a ninguna parte.

 

Si algo tenía claro el inspector Gondín, era que ni el prestamista, ni el traficante habían cometido el asesinato, quizás hubieran enviado a sicarios a cometer el crimen. Esos dos individuos conocían que Julio era zurdo y ninguno de los dos iba a cometer la torpeza de ponerle el arma en la mano derecha. ¡Tenía que hacerle preguntas a Ricardo y a Luisa, su mujer.
Citó a la esposa de Ricardo en el horario que éste se encontraba en el taller. Debía hacerle las preguntas por separado.
–Señora Gonzáles sabemos de sus relaciones sentimentales con Julio. Su esposo descubrió esa relación y le envió esta nota a Julio.
Luisa leyó la nota y esbozó una sonrisa.
–Ricardo no es capaz de matar a una mosca.
–¿Él se enfadaba a menudo?
–¡Nunca! En ocasiones se enfadaba pero rápidamente se le iba el enfado.
–¿Usted, lo quería mucho?
–¡Muchísimo! Llevamos 15 años de casado y siempre nos hemos amado.
–Sin embargo, llevaban meses sin tener relaciones sexuales.
–¡Eso no es cierto!
–Por eso estabas con Julio, porque no lo amabas. Era necesario mantener la relación porque así podías tener dinero y darle una parte a Julio. ¿Qué le decías para no tener relaciones sexuales?
–Eso que usted dice no es cierto y lo voy a demandar por injurias.
–Señora Gonzáles, tenemos información de una amiga suya a la cual usted le dijo, hace aproximadamente un mes, que no tenías relaciones sexuales con Ricardo y le habías dicho que tenías un tumor en la vagina que te daba mucho dolor. Que estabas en tratamiento. Le puedo refrescar la memoria diciéndole que esa conversación se sostuvo en la terraza de la cafetería “Elpis” el día 17 del mes pasado a las cuatro de la tarde.
–¡Mentirosa, María! Yo pensaba que era incapaz de revelar mis confidencias.
–También es mentiroso el médico que los atiende y al cual, su esposo y usted acudieron para un chequeo normal y que hace unos días, usted fue a buscar los resultados, recibiendo la mala noticia de que tenía el virus del SIDA.
Luisa bajó la cabeza y comenzó a llorar.
–¡Cuéntame todo! –dio el inspector al tiempo que le alcanzaba un pañuelo.
–Cuando el médico me dio el informe, el Mundo se me vino abajo –comenzó a decir entre sollozos– luego, el dolor se convirtió en ira cuando supe que efectivamente, él tenía la enfermedad. Me había engañado explotado y enfermado. Eso no tenía perdón. Ese día llevaba un cuchillo en mi cartera. ¡Iba a matarlo!–bebió un poco de agua que le había brindado el inspector y siguió declarando– Cuando llegué me abrazó y besó. Yo me dejé y entonces observé la pistola encima de la mesa. Le dije que íbamos a ir despacio que mi esposo no salía del trabajo hasta las diez de la noche. Le pregunté por la pistola. Me dijo riéndose que mi marido lo había amenazado y la compró para defenderse. Le pedí me enseñara a manipularla. Después que aprendí como hacerlo le pedí que preparara unos tragos para ir “calienticos” para la cama. En ese momento aproveché y dejé una bala en la recámara y le quité el cargador. Bebimos unos sorbos y le dije que si me dejaba de amar le iba a volar los sesos. Le dije que no tuviera miedo que estaba sin el cargador y le puse la pistola en la sien. Él se reía de mi gracia y yo de mi victoria. Apreté el gatillo y cayó al suelo. Me puse nerviosa y se me ocurrió que apareciera un suicidio. Me bebí lo que quedaba en las copas y me las llevé. Salí rápido por temor a que alguien hubiera oído el disparo. Eso es todo Inspector.
El Inspector Gondín observó con pena como se llevaban esposada a Luisa González. Siempre que resolvía un caso le sucedía lo mismo. Sentía pena por aquellas almas que caían en las llamas del infierno.

Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui










COPO




                                                    Copo



Bernardo se dirigía a Lugo para ver un partido de fútbol cuando a la altura de Meira, observó un pequeño perrito al borde de la carretera. ¡Lo habían abandonado! Lo recogió y se dirigió a su casa en el campo. Allí vivía desde muy joven acompañado de sus padres recién fallecidos. Aquel perrito era ahora, lo único que amaba. Lo alimentó y cuidó con esmero, pero sobre todo le daba mucho cariño. Era tan blanco y peludo que le puso Copo en alusión a los copos de nieves.

Bernardo y Copo se bañaban en el río, cenaban juntos y dormían juntos. El perro era inteligente y sobre todo no le perdía pies ni pisada a su amo.

Un día, estando de cacería, Bernardo cayó en una trampa de lazo y quedó guindando por una pierna. Copo, al ver que su amo no podía desprenderse de la trampa, salió al parecer en busca de ayuda.

Los minutos pasaban y no llegaba ayuda  y Copo no regresaba.  Comenzó a balancear el cuerpo hasta que logró agarrar el tronco del árbol cuya rama lo sostenía y con mucha dificultad logró soltarse. Le dolía el pie terriblemente y apoyándose en la escopeta comenzó a andar por aquellos montes  con la esperanza de encontrar a su querida mascota.

Andando y descansando a ratos, llegó a una casa. Se sentó bajo una encina y recostó la espalda al tronco. Pasado unos  minutos, salió un señor con un sombrero y una chaqueta vieja, una barba espesa y larga y vientre abultado.

–¡Eh, amigo! ¿Estás bien? –dirigiéndose a Bernardo que casi no podía gesticular palabra– ahora te traigo algo de comer. Jeje

Bernardo siguió al hombro que entró en la casa y al poco rato salió con un trozo de carne asada. En realidad tenía mucha hambre y aquella carne sazonada con hierbas le sabía a gloria.

–¡Tú come! Ahora te voy a traer un buen vino.

Cuando el hombre entró a la cabaña, observó un bolsa con muchas moscas volando encima. Se levantó y fue hasta la bolsa que estaba a unos pasos y la abrió. Lo que vió, le dieron deseos de vomitar y le salió del fondo de su garganta, un grito desgarrador que retumbó en todas aquellas montañas.

–¡Noooooooooo!

Bernardo regresó junto a su escopeta y cuando el hombre abrió la puerta recibió una descarga mortal. Con lágrimas en los ojos y el dolor reflejado en su rostro se dirigió al cuerpo del hombre y le volvió a disparar. Regresó a la bolsa llena de piel con pelos blancos.

Lloraba desconsoladamente cuando sintió como unos gemidos provenientes del inerior de la vivienda. En una habitación estaba herido Copo. Huellas delas garras y colmillos de los lobos por todo el cuerpo. El hombre lo había curado, le había dado alimento y le había hecho como una cama con mantas y sacos. Entonces, demasiado tarde,  comprendió todo. El hombre había salvado a Copo de los lobos y había matado uno para comérselo.



Nunca debemos tomar decisiones cuando a ira nos empuja porque podemos cometer errores y el corazón se nos estruja.



Autor: Pedro Celestino Fernandez Arregui