Copo
Bernardo se dirigía a Lugo para ver un
partido de fútbol cuando a la altura de Meira, observó un pequeño perrito al
borde de la carretera. ¡Lo habían abandonado! Lo recogió y se dirigió a su casa
en el campo. Allí vivía desde muy joven acompañado de sus padres recién
fallecidos. Aquel perrito era ahora, lo único que amaba. Lo alimentó y cuidó
con esmero, pero sobre todo le daba mucho cariño. Era tan blanco y peludo que le
puso Copo en alusión a los copos de nieves.
Bernardo y Copo se bañaban en el río,
cenaban juntos y dormían juntos. El perro era inteligente y sobre todo no le
perdía pies ni pisada a su amo.
Un día, estando de cacería, Bernardo cayó
en una trampa de lazo y quedó guindando por una pierna. Copo, al ver que su amo
no podía desprenderse de la trampa, salió al parecer en busca de ayuda.
Los minutos pasaban y no llegaba
ayuda y Copo no regresaba. Comenzó a balancear el cuerpo hasta que logró
agarrar el tronco del árbol cuya rama lo sostenía y con mucha dificultad logró
soltarse. Le dolía el pie terriblemente y apoyándose en la escopeta comenzó a
andar por aquellos montes con la
esperanza de encontrar a su querida mascota.
Andando y descansando a ratos, llegó a una
casa. Se sentó bajo una encina y recostó la espalda al tronco. Pasado unos minutos, salió un señor con un sombrero y una
chaqueta vieja, una barba espesa y larga y vientre abultado.
–¡Eh, amigo! ¿Estás bien? –dirigiéndose a
Bernardo que casi no podía gesticular palabra– ahora te traigo algo de comer.
Jeje
Bernardo siguió al hombro que entró en la
casa y al poco rato salió con un trozo de carne asada. En realidad tenía mucha
hambre y aquella carne sazonada con hierbas le sabía a gloria.
–¡Tú come! Ahora te voy a traer un buen
vino.
Cuando el hombre entró a la cabaña,
observó un bolsa con muchas moscas volando encima. Se levantó y fue hasta la
bolsa que estaba a unos pasos y la abrió. Lo que vió, le dieron deseos de
vomitar y le salió del fondo de su garganta, un grito desgarrador que retumbó
en todas aquellas montañas.
–¡Noooooooooo!
Bernardo regresó junto a su escopeta y
cuando el hombre abrió la puerta recibió una descarga mortal. Con lágrimas en
los ojos y el dolor reflejado en su rostro se dirigió al cuerpo del hombre y le
volvió a disparar. Regresó a la bolsa llena de piel con pelos blancos.
Lloraba desconsoladamente cuando sintió
como unos gemidos provenientes del inerior de la vivienda. En una habitación
estaba herido Copo. Huellas delas garras y colmillos de los lobos por todo el
cuerpo. El hombre lo había curado, le había dado alimento y le había hecho como
una cama con mantas y sacos. Entonces, demasiado tarde, comprendió todo. El hombre había salvado a
Copo de los lobos y había matado uno para comérselo.
Nunca debemos tomar decisiones cuando a
ira nos empuja porque podemos cometer errores y el corazón se nos estruja.
Autor: Pedro Celestino Fernandez Arregui
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