martes, 30 de marzo de 2021

El Lápiz


 

                                     El Lápiz

Gualberto vivía solo con su pequeño hijo. Había criado al niño con mucho amor, pero siempre enseñándole los buenos modales, el respeto, el agradecimiento, la honestidad y la solidaridad.

– Papá, mira que lápiz más interesante –le dijo mostrándole la foto de un lápiz en una revista.

– A ver. Es curioso. La parte de afuera gira y se combina para saber la fecha. Es interesante. Cuando vaya a la capital, lo compraremos.

Raúl, como se llamaba el niño, era cariñoso, amable, le gustaba ayudar, estudioso, ordenado, respetuoso y por eso, el padre lo complacía de acuerdos a sus posibilidades. Eso no quería decir que cuando tenía que ponerle carácter, no lo hiciera.

Llegó el día en que Gualberto tuvo que ir a la Capital y recorrió muchísimas tiendas, almacenes, Supermercados y en todas partes enseñaba la foto del lápiz y nadie lo tenía. Estaba decepcionado porque sabía que Raulito esperaba que se lo llevara y no le gustaba incumplir con sus promesas.

Cuando caminaba rumbo a la Terminal de Autobuses, decidió entrar a una tienda de antigüedades para ver si encontraba algo para llevarle al niño y tal fue su sorpresa que en una vidriera se mostraba el lápiz que tanto había buscado.

Raulito saltaba de alegría cuando el padre le entregó el lápiz. Besó y abrazó a su padre un montón de veces diciéndole que lo quería mucho.

Dos días después, llegó de la escuela y se puso a hacer los deberes como siempre. Gualberto lo miraba y no lo podía creer. Se le acercó.

– ¿Qué le ha pasado a tu lápiz? –le dijo señalando el pedacito de lápiz con el que estaba escribiendo. ¡Estaba roto!- ¿Por qué no me has dicho que se había roto el lápiz? ¿Esa es la confianza que tienes conmigo? ¿Es eso lo que te he enseñado?

– Pero papá, deja que te explique. –le decía entre sollozos.

– Nada de explicaciones. Ve para tu habitación y ya sabes, este fin de semana nom habrá paseos.

Raúl se marchó a su habitación llorando a moco tendido, mientras el padre no entendía el comportamiento de su hijo, sobre todo el no ser sincero con él.

Estaba muy triste, sentado en el portal, pensando en que quizás no había sido un buen padre. ¿En qué había fallado? ¿Acaso es imprescindible la enseñanza de la madre? El trató siempre de ser padre y madre a la vez. Miró al cielo y preguntaba ¿Qué he hecho mal, Miriam? En eso observó un señor que se acercaba a su casa. No lo conocía.

– ¡Buenas tardes! ¿Aquí vive Raúl Sire que estudia en la Pública #5?

– Sí soy su padre. ¿Sucede algo con él?

– Es que mi hijo es compañero de clase de él, incluso se sientan uno al lado del otro

– ¡Entre y siéntese! Tomaremos café.

– No, gracias. Todavía tengo que pasar por la ferretería antes de que cierren. Mi hijo quiso que viniera a darle las gracias por lo que hizo.

– No entiendo.

– Es que ayer asistieron a clases dos niños que se les había quedado el lápiz en la casa y el maestro les advirtió a todos que a partir de ese momento castigaría a todo aquel que viniera faltándole algo para la clase y dio la casualidad que a mi hijo se le había quedado el lápiz. Raulito observó que mi hijo estaba a punto de llorar y entonces partió el lápiz y le dio la mitad con la que podía escribir mientras él, le sacó punta al otro pedazo. Usted tiene un hijo que es una maravilla. Lo felicito a usted y a él. Bueno, me voy que tengo prisa.

Gualberto se dirigió a la habitación de su hijo. Se encontraba llorando con la cabeza entre las piernas y lo levantó, lo abrazó con fuerza y llorando le pidió perdón.

– Perdón, hijo. Fui un imbécil

– No pasa nada, papá. Yo siempre te quiero –dijo mostrando una sonrisa y secándose las lágrimas

 

Pcfa

 

 

 

 

El Señor Invisible


 

                                El Señor Invisible

– ¡Hola!

– Buenos días. ¡Siéntese, por favor! Así que usted se llama Joaquín Cerebro Grande – dijo el doctor después de esbozar una sonrisa y prosiguió– Es curioso.

– Sí, dice mi madre que su apellido es el # 451 de los apellidos comunes en España. El de mi padre si es menos común. En Foggia (Italia) hay tres individuos, en Takapau (Nueva Zelanda) uno y el mío aquí en Madrid.

– Pues es curiosa la combinación. ¿Qué problema tiene?

– Doctor, mi problema es que a veces me hago invisible.

– A ver. ¿Usted está seguro que se hace invisible?–dijo el doctor mirándolo fijo y tratando de averiguar si estaba bajo los efectos del alcohol o estupefacientes.

– Sí, estoy seguro.

– ¿Cuándo se hace invisible? ¿Cuándo lo desea?

– No, Doctor. Sólo cuando me siento presionado, en peligro o algo así.

– ¿Se desaparece el cuerpo con ropa y todo?

– Sí

– ¿Y cuándo vuelve a “aparecer”?

– En cuanto me siento tranquilo, en calma.

– El caso de usted hay que estudiarlo. Lo voy a citar para la semana que viene. Llamaré a varios especialistas para ver si entre todos podemos resolver su problema. Estará presente un Psiquiatra, claro que no es porque usted esté mal sino, porque saben mucho de esas conductas. También vendrá un neurólogo, un Parapsicólogo y un especialista en mística. Además, como es un caso extraordinario, invitaremos a Iker Jiménez del programa Cuarto Milenio.

– Doctor, ¿Usted cree que la semana que viene no vuelva a ponerme invisible? Es que me preocupa, sobre todo con mi novia. Usted sabe, uno de sea acostarse con su novia y no he querido hacerlo por miedo a que me vuelva invisible al hacer el amor. ¿Usted entiende?

– Sí, claro me imagino que su novia se quedará en blanco. Aquí tiene la citación y el costo. La chica que está afuera, anotará su nombre en el libro de registro, le cobrará y le hará un factura. Le voy a cobrar solo doscientos euros. La semana que viene pagará el resto que será unos mil euros, pero no se preocupe. Lo puede pagar en cómodos plazos.

– No importa, Doctor. Me han visto distintos especialistas de hospitales y no me han detectado nada y hasta han querido ingresarme en un psiquiátrico. Un amigo me recomendó que viniera a verlo porque dice que los médicos y clínicas privadas son mejores.

– Nos vemos la semana que viene.

Una vez el paciente se marchó, el Doctor sintió hasta fatiga. Se secó el sudor y salió.

– Elisa si cuando llegue el próximo paciente no he llegado, por favor, entreténgalo que voy a tomarme un café porque este paciente que acaba de salir me ha dejado loco.

– Doctor, por aquí no ha pasado nadie en toda la mañana.

– ¡Mierda!

 

Pcfa

 

 

 

Cayo Semillero


 

                                      Cayo Semillero  

Mientras en Europa morían millones de persona por la peste bubónica y se generalizaban las sublevaciones y protestas por la hambruna, al otro lado del Atlántico, se desarrollaban guerras entre pueblos, conquistas e invasiones.

En una pequeña isla al sur de Cuba, cerca del nacimiento de un río que luego fuera bautizado por los colonizadores españoles como Río Las Casas, se encontraba un asentamiento de pacíficos aborígenes. En esa aldea vivía Guanabí, una indígena de una belleza extraordinaria, inteligencia y fortaleza física a la que todos admiraban. Esa extraordinaria mujer no conocía, el miedo, la derrota, el odio, el egoísmo ni el cansancio. Ayudaba a todos y lo mismo se iba a cazar, pescar o labrar la tierra que jugar con los niños y cuidar a los ancianos.

A Guanabí le gustaba ir hasta las costa a buscar hicacos, lo mismo negros que blancos y llenaba una gran canasta tejida con hojas de palma, para después repartirla entre todos los niños de la comunidad. Cierto día que iba a buscar hicacos se encontró con un hombre. El hombre era alto, fuerte, solamente vestía una especie de funda para sus órganos genitales, como lo usan hoy en día algunas tribus de sudámerica, Su cabello largo, su atlético cuerpo y su rostro adornados por varios tatuajes. Un caracol como pendiente colgaba del lóbulo de su oreja izquierda. Su mano derecha sostenía un palo puntiagudo en forma de lanza y en su mano izquierda una especie de hacha fabricada con una concha gigantesca y un mango de madera. Se quedaron un momento mirándose hasta que el hombre le hizo señas para que regresara y se perdió en la maleza. No obstante, Guanabí siguió. Quería saber porque el hombre le había dicho que regresara, entonces vio un grupo de hombres sentado y comiendo junto a las márgenes del río. Regresó y puso en alerta a su pueblo y el cacique decidió que todos fueran para un lugar mas lejos, pero la joven se quedó. Poco después, apareció de nuevo el hombre. Sonrieron y se acercaron. Por medio de señas comenzaron a comunicarse. Ese día el hombre estuvo con ella varias veces. Al día siguiente, el hombre no vino. Entonces ella fue hasta el lugar donde había visto a los forasteros y los vio marcharse en sus canoas. No sabe por qué sintió tristeza y cuando se volteó para regresar, se encontró frente a aquel individuo. Sonrieron e inexplicablemente se vieron impulsados a abrazarse, acción que no era costumbre entre ellos. Avisó a los suyos que los extranjeros se habían marchado y quería estar con ese nuevo amigo. El Consejo dijo que no podía ser y ella dijo que contra ellos, estaría con él y que sería el padre de sus hijos. Fue expulsada de la tribu. Entró a su choza, recogió un poco de semillas y se fue cogido de la mano de aquel hombre.

Cada uno aprendió el idioma del otro. Juntos comenzaron a labrar la tierra y sembrar, cazaban, pescaban y comenzaron a tener hijos. Ella fue a su aldea a ofréceles frutas y vegetales de sus cosechas y al principio se lo rechazaron, luego lo aceptaron y por último intercambiaban productos. Los hijos fueron creciendo y se casaron con jóvenes de la aldea y así se formó otra aldea regida por Guanabí y Pocotol.

Muchos años después, cuando la isla comenzó a poblarse con los colonizadores españoles, descubrieron que en se lugar había muchas semillas y lo nombraron Cayo Semillero. Lo que no sabían, era que una valiente mujer fue capaz de luchar por lo que quería y por el amor, rechazando a todo aquello que se opusiera a la felicidad.

 

Pcfa

 

 

 

 

 

Guanabí y Pocotol

El Amor que no Murió


 

                                 El Amor que no Murió

 

He pasado por tu casa. Estaba con todas las luces apagadas y el perro de siempre, no me ladró. Me recosté a la pared del bar de la esquina y comenzaron a volar los pensamientos, como vuelan las gaviotas en la playa.

Aquella mañana, como esta noche, paseaba por esta calle cuando me llegó el aroma de las flores y siguiendo a una mariposa, llegué hasta tu jardín. Tenías una rosa en tus manos, sin arrancarla, como debe ser y la contemplabas con esa mirada de novia o de madre que en definitiva son miradas de amor. No quería romper esa escena tan hermosa donde no se sabe cuál es la rosa y cuál es la mujer, sin embargo, me miraste. Fue en ese instante que supimos que nuestros corazones iban a unirse un día. Sonrió la inocencia y sonrío el caballero que te observaba. Seguí mi camino sin saber que casi toda la vida iba a seguir caminando, una veces con llagas en los pies, otras veces tropezando, pero siempre en el camino, cubierto de polvo o de lodo, bajo la lluvia o el Sol.

Recuerdo cuando nos casamos a escondidas, sin curas ni notario, solo con la bendición de un Dios. Nos buscaron, como los perros sabuesos detrás de la liebre, hasta que un día encerraron mi paloma y la llevaron al palomar. Quedé destrozado, como la golondrina que no pudo con la tormenta y cayó. Comencé a llorar. No tanto por mí, como por ti. Yo al menos estaba libre, pero tú estabas prisionera.

Halcones prohibían mi entrada al pueblo pero no pudieron prohibir nuestro amor. Siempre intercambiamos cartas por distintos medios, sin saber que en cada misiva se fortalecía el amor, pero se nos iba la vida. El tiempo pasaba y nos hicimos viejos y así volvimos a retomar nuestro amor. Pobre de aquellos que piensan que el amor verdadero se puede eliminar como se elimina una basura o algo indeseable. El amor puede ser tan fuerte como la coraza de un tanque de guerra.

Luego sonreí, llegué hasta el jardín abandonado donde te conocí y una luz misteriosa me señaló una rosa, esta rosa que te he traído, mi amor.

 

 

Pcfa