El Lápiz
Gualberto
vivía solo con su pequeño hijo. Había criado al niño con mucho amor, pero
siempre enseñándole los buenos modales, el respeto, el agradecimiento, la
honestidad y la solidaridad.
– Papá,
mira que lápiz más interesante –le dijo mostrándole la foto de un lápiz en una
revista.
– A
ver. Es curioso. La parte de afuera gira y se combina para saber la fecha. Es
interesante. Cuando vaya a la capital, lo compraremos.
Raúl,
como se llamaba el niño, era cariñoso, amable, le gustaba ayudar, estudioso,
ordenado, respetuoso y por eso, el padre lo complacía de acuerdos a sus
posibilidades. Eso no quería decir que cuando tenía que ponerle carácter, no lo
hiciera.
Llegó
el día en que Gualberto tuvo que ir a la Capital y recorrió muchísimas tiendas,
almacenes, Supermercados y en todas partes enseñaba la foto del lápiz y nadie
lo tenía. Estaba decepcionado porque sabía que Raulito esperaba que se lo
llevara y no le gustaba incumplir con sus promesas.
Cuando
caminaba rumbo a la Terminal de Autobuses, decidió entrar a una tienda de
antigüedades para ver si encontraba algo para llevarle al niño y tal fue su
sorpresa que en una vidriera se mostraba el lápiz que tanto había buscado.
Raulito
saltaba de alegría cuando el padre le entregó el lápiz. Besó y abrazó a su
padre un montón de veces diciéndole que lo quería mucho.
Dos
días después, llegó de la escuela y se puso a hacer los deberes como siempre.
Gualberto lo miraba y no lo podía creer. Se le acercó.
– ¿Qué
le ha pasado a tu lápiz? –le dijo señalando el pedacito de lápiz con el que
estaba escribiendo. ¡Estaba roto!- ¿Por qué no me has dicho que se había roto
el lápiz? ¿Esa es la confianza que tienes conmigo? ¿Es eso lo que te he
enseñado?
– Pero
papá, deja que te explique. –le decía entre sollozos.
– Nada
de explicaciones. Ve para tu habitación y ya sabes, este fin de semana nom
habrá paseos.
Raúl
se marchó a su habitación llorando a moco tendido, mientras el padre no
entendía el comportamiento de su hijo, sobre todo el no ser sincero con él.
Estaba
muy triste, sentado en el portal, pensando en que quizás no había sido un buen
padre. ¿En qué había fallado? ¿Acaso es imprescindible la enseñanza de la
madre? El trató siempre de ser padre y madre a la vez. Miró al cielo y preguntaba
¿Qué he hecho mal, Miriam? En eso observó un señor que se acercaba a su casa.
No lo conocía.
– ¡Buenas
tardes! ¿Aquí vive Raúl Sire que estudia en la Pública #5?
– Sí
soy su padre. ¿Sucede algo con él?
– Es
que mi hijo es compañero de clase de él, incluso se sientan uno al lado del
otro
– ¡Entre
y siéntese! Tomaremos café.
– No,
gracias. Todavía tengo que pasar por la ferretería antes de que cierren. Mi
hijo quiso que viniera a darle las gracias por lo que hizo.
– No
entiendo.
– Es
que ayer asistieron a clases dos niños que se les había quedado el lápiz en la
casa y el maestro les advirtió a todos que a partir de ese momento castigaría a
todo aquel que viniera faltándole algo para la clase y dio la casualidad que a
mi hijo se le había quedado el lápiz. Raulito observó que mi hijo estaba a
punto de llorar y entonces partió el lápiz y le dio la mitad con la que podía
escribir mientras él, le sacó punta al otro pedazo. Usted tiene un hijo que es
una maravilla. Lo felicito a usted y a él. Bueno, me voy que tengo prisa.
Gualberto
se dirigió a la habitación de su hijo. Se encontraba llorando con la cabeza
entre las piernas y lo levantó, lo abrazó con fuerza y llorando le pidió perdón.
– Perdón,
hijo. Fui un imbécil
– No
pasa nada, papá. Yo siempre te quiero –dijo mostrando una sonrisa y secándose
las lágrimas
Pcfa