martes, 30 de marzo de 2021

Cayo Semillero


 

                                      Cayo Semillero  

Mientras en Europa morían millones de persona por la peste bubónica y se generalizaban las sublevaciones y protestas por la hambruna, al otro lado del Atlántico, se desarrollaban guerras entre pueblos, conquistas e invasiones.

En una pequeña isla al sur de Cuba, cerca del nacimiento de un río que luego fuera bautizado por los colonizadores españoles como Río Las Casas, se encontraba un asentamiento de pacíficos aborígenes. En esa aldea vivía Guanabí, una indígena de una belleza extraordinaria, inteligencia y fortaleza física a la que todos admiraban. Esa extraordinaria mujer no conocía, el miedo, la derrota, el odio, el egoísmo ni el cansancio. Ayudaba a todos y lo mismo se iba a cazar, pescar o labrar la tierra que jugar con los niños y cuidar a los ancianos.

A Guanabí le gustaba ir hasta las costa a buscar hicacos, lo mismo negros que blancos y llenaba una gran canasta tejida con hojas de palma, para después repartirla entre todos los niños de la comunidad. Cierto día que iba a buscar hicacos se encontró con un hombre. El hombre era alto, fuerte, solamente vestía una especie de funda para sus órganos genitales, como lo usan hoy en día algunas tribus de sudámerica, Su cabello largo, su atlético cuerpo y su rostro adornados por varios tatuajes. Un caracol como pendiente colgaba del lóbulo de su oreja izquierda. Su mano derecha sostenía un palo puntiagudo en forma de lanza y en su mano izquierda una especie de hacha fabricada con una concha gigantesca y un mango de madera. Se quedaron un momento mirándose hasta que el hombre le hizo señas para que regresara y se perdió en la maleza. No obstante, Guanabí siguió. Quería saber porque el hombre le había dicho que regresara, entonces vio un grupo de hombres sentado y comiendo junto a las márgenes del río. Regresó y puso en alerta a su pueblo y el cacique decidió que todos fueran para un lugar mas lejos, pero la joven se quedó. Poco después, apareció de nuevo el hombre. Sonrieron y se acercaron. Por medio de señas comenzaron a comunicarse. Ese día el hombre estuvo con ella varias veces. Al día siguiente, el hombre no vino. Entonces ella fue hasta el lugar donde había visto a los forasteros y los vio marcharse en sus canoas. No sabe por qué sintió tristeza y cuando se volteó para regresar, se encontró frente a aquel individuo. Sonrieron e inexplicablemente se vieron impulsados a abrazarse, acción que no era costumbre entre ellos. Avisó a los suyos que los extranjeros se habían marchado y quería estar con ese nuevo amigo. El Consejo dijo que no podía ser y ella dijo que contra ellos, estaría con él y que sería el padre de sus hijos. Fue expulsada de la tribu. Entró a su choza, recogió un poco de semillas y se fue cogido de la mano de aquel hombre.

Cada uno aprendió el idioma del otro. Juntos comenzaron a labrar la tierra y sembrar, cazaban, pescaban y comenzaron a tener hijos. Ella fue a su aldea a ofréceles frutas y vegetales de sus cosechas y al principio se lo rechazaron, luego lo aceptaron y por último intercambiaban productos. Los hijos fueron creciendo y se casaron con jóvenes de la aldea y así se formó otra aldea regida por Guanabí y Pocotol.

Muchos años después, cuando la isla comenzó a poblarse con los colonizadores españoles, descubrieron que en se lugar había muchas semillas y lo nombraron Cayo Semillero. Lo que no sabían, era que una valiente mujer fue capaz de luchar por lo que quería y por el amor, rechazando a todo aquello que se opusiera a la felicidad.

 

Pcfa

 

 

 

 

 

Guanabí y Pocotol

1 comentario:

  1. Que bonito primo, aqui estamos sl tanto de tus historias. Un abrazo

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