Memorias de un Difunto
Aquel
señor era la verdadera imagen de la bondad, amabilidad, cortesía y en fin, una
persona que “cae bien”. Muchas veces
coincidimos en el Bar El Ratón y comentábamos sobre el deporte nacional, la situación política en el
País y las noticias más relevantes
llegadas del extranjero. Pero uno
de los temas obligados en nuestras conversaciones era las colecciones de pieles. Digo tema
obligado, porque siempre me llevaba la conversación a ese tema y yo
prácticamente escuchaba pensando en los
pobres animalitos que sufrían el acoso de cazadores sin escrúpulos.
Cierto día me dijo
que ahora se iba a dedicar a coleccionar otras cosas porque las pieles eran una
vergüenza. Aquellas palabras me llenaron de satisfacción y hasta le mostré mi
alegría por tal decisión.
Después de varios
meses sin ir por el Ratón, llegó Arturo (así se llamaba el señor) y se sentó en mi mesa. Se veía alegre.
Después de los temas rutinarios me confesó que
una vez había coleccionado violines, otras veces tambores pero nunca
había coleccionado órganos u organillos y me invitó a ver la incipiente
colección.
Esa noche no
tenía ningún plan. Ni siquiera había deportes, así que fui a la dirección de mi
amigo. Me impresionó su vivienda no por lo grande ni bonita, sino, por lo
extraña. Las ventanas semejaban aspilleras de fortificaciones y la puerta
principal ancha como para entrar un camión. Ni siquiera una pequeña lámpara en
el jardín por lo que cualquiera la confundiría con un castillo abandonado del siglo XIII.
Me abrió la puerta
con una agradable sonrisa y me invitó a pasar al salón, tan normal como el de
un apartamento cualquiera. Me sirvió una copa de vino y no sé cómo pero comenzamos a hablar sobre África, sus costumbres, sus
dialectos. Se veía que había estudiado mucho sobre ese continente o quizás lo
había recorrido.
Me sentí un poco
mareado después de la tercera copa y así se lo manifesté. Me dijo que no me
preocupara pues no me brindaría más vino y me invitó a seguirlo para que viera
su nueva colección.
Me extrañó
que esa recopilación de instrumentos
musicales estuviera en el sótano pero todo en esa casa era raro. Empezó por enseñarme unos frascos pequeños,
como los de pinturas de uñas, que contenía algo difícil de identificar. Según me iba mostrando los frascos, me decía:
riñón de rana, pulmón de tortuga, etc. Después me fue mostrando otros envases de cristal de tamaño mediano. Esto es
el corazón de un perro, este los
testículos de un conejo y así llegamos a
dónde se encontraban, alineados en un estanque, unas garrafas que
también me fue describiendo. Esta es la colección más importante: los órganos
humanos. El mareo y los deseos de vomitar, el impacto de lo que estaban viendo
mis ojos, me sentían desfallecer, mientras el hombre seguía con sus muestras.
Este es un pene humano con sus testículos, un corazón, pulmones, hígado…Lo
comprendí todo.
Según me iba del
mundo, oía cada vez más lejos, hasta apagarse por completo, las macabras
carcajadas de mi diabólico amigo.