sábado, 30 de noviembre de 2019

El Hombre del Violin




                                        El Hombre del Violín


Puso el violín con cuidado encima de una butaca. Se sentó en el sofá y se quitó los zapatos. Le dolían los pies, el estómago, el brazo izquierdo, el cuello y la vida. Recorrió la vista por todo el apartamento como tratando de descubrir algo nuevo donde llevaba dos años viviendo. Sacó de sus bolsillos dos euros y varias monedas de a céntimo. Sonrió,

pensando en sus amigos y en su familia. ¡Si supieran! Quién iba a decir que el violinista de una popular orquesta en su tierra donde no ganaba mucho, pero lo suficiente para vivir holgadamente se encontraba en una situación tan difícil. Las actuaciones de la orquesta siempre eran en teatros ante un público con barrigas y bolsillos llenos. Había una barrera invisible entre ese público y él. Siempre había deseado actuar en los lugares donde estuviera cerca del pueblo, de la gente de los barrios pobres, pero nunca se imaginó como lo haría y por qué.

Un día abandonó la orquesta, su pueblo y lo único que supieron de su decisión es que partía hacia un lugar lejano.  

Había llegado a un país desconocido, sólo y sin dinero. Desde el primer día, tomó su violín y se fue para el Metro. ¡Tocaba como nunca! Entonces se dio cuenta que existe un mundo de prisas y nerviosismo. Un mundo donde las obligaciones y necesidades hacen personas a semejanzas de las hormigas. También descubrió que existen marginados que reclaman “su espacio” en lugares públicos. Son los artistas callejeros y los sin techos que rechazan al “nuevo”, obligándolos a marcharse o actuar en los lugares menos propicios para ganar unas cuantas monedas.

Arrastró la butaca junto a la ventana, tomó el violín y comenzó a deslizar el arco por sus cuerdas. Por su mente comenzaron a correr pasajes de su niñez en el campo, de su juventud como estudiante y como músico. Todo cambió desde aquel día que se encontró con un misterioso señor. Nunca imaginó un futuro tan distinto al soñado.

Al día siguiente se fue a la orilla del mar, sacó su violín y comenzó a interpretar aquella melodía que había compuesto. Una pareja de jóvenes enamorados se besaban y creaban una escena amorosa con música de fondo. Todo parecía que el sonido emanado del instrumento musical le sacaba las lágrimas. Sacó un pañuelo de papel del bolsillo y se secó las lágrimas. Había tocado el instrumento con el alma, que es como salen las cosas buenas, las cosas hermosas y en la soledad de aquella costa, la melodía volaba con el viento, saltaba en la arena y se deslizaba por la superficie mar. Las gaviotas volaban sobre su cabeza, interpretando bellas coreografías dignas de las mejores compañías de ballet del Mundo.

Una noche se dirigió al Metro como era su costumbre. Al llegar al sitio donde acostumbraba tocar el violín, se encontró con dos chicos que hacían deplorables actos de magia. Apenas se situó a su lado, se abalanzaron sobre él y lo amenazaron que se fuera inmediatamente. No quería discutir con ellos y se fue a un lugar donde no pasaba ningún pasajero y tampoco nadie lo escuchaba. Guardó su violín y salió de la Estación. Se dirigió a un restaurant y le planteó a un dependiente que lo dejara tocar el violín a los clientes. No quería nada más que un bocadillo. El dependiente se lo comunicó al dueño y éste aceptó. Su interpretación fue halagada por todos los comensales que le aplaudieron largo rato. Tomó el sándwich que le preparó el dependiente y se marchó. ¡Sería el bocadillo mas rico que se comería!

Al día siguiente, varios clientes del restaurant pidieron la presencia del violinista. El dueño pidió a los empleados que lo buscaran y lo trajeran. ¡Era imposible hallarlo en una ciudad tan grande!



Días después...



–¡Bien amigo! –Le dijo un oficial estrechándole la mano y dándole unas palmaditas en la espalda –Todo salió perfecto y el Alto Mando lo ha condecorado con la Medalla Héroe de la República. Gracias a sus informaciones, pudimos capturar a ese canalla y llevarlo para nuestro País donde será juzgado por sus crímenes.

–No entiendo por qué no se notificó a este Gobierno para su captura y extradición.

–Ese criminal tiene mucho dinero y es amigo del Presidente de este País quién lo protegía porque se benefició de gran parte del dinero procedente de la droga.

–¿Y si el Presidente hace la denuncia ante los órganos internacionales?

     –No lo hará porque se descubrirá su conexión. Nos habías dado toda la información sobre sus movimientos y los lugares frecuentados desde que lo localizaste. Esperábamos el momento adecuado para actuar y lo supimos cuando nos dejaste la nota en el pañuelo de papel. Enseguida nos dimos a la tarea de preparar un plan para capturarlo. Los “magos” te dejaron en el bolsillo las indicaciones para contactar con el agente del Restaurant. Él te dejó las instrucciones en el bocadillo para que pudieras regresar. Ese fue el mejor que te has comido. ¡Dos años, agente! Te alquilamos ese apartamento, porque sabíamos que desde allí podrías divisar los lugares mas importante de la ciudad. El muy canalla trataba de no llamar la atención y por eso cogía el metro y tenía un modesto apartamento frente a tu edificio. ¡Qué casualidad! Eso te facilitó el seguimiento. Teníamos varios agentes pero ninguno en el Metro y ya ves, ahí fue donde lo descubriste. ¡Valió la pena, amigo!

–¿Y ahora?

–Ahora vas a tocar el violín en otro país.







Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui






miércoles, 27 de noviembre de 2019

Miradas Imposibles




                                        Miradas Imposibles


Llegó a New York al mediodía. Tomó el taxi hasta Elmon y se bajó frente a una pizzería, cerca de Guido´s Dell. No deseaba llegar a casa de su tía y sentarse a la mesa. Siempre que venía a ver la tía llegaba a esa pizzería, sin embargo, no le gustaba tanto las ìzzas como el “Shrim Pasta Dish” un plato de tallarines con camarones cubiertos con una salsa exquisita. Se sentó en una mesa cerca de la puerta, frente a la ventana de cristal que daba a la calle. Hizo el pedido y se quedó mirando la calle vacía, tan vacía como no la había visto en otras ocasiones. Pasó una chica y luego se paró frente a ella un joven vestido con traje, pantalón y corbata azul. Un sombrero de paño de alas cortas dejaba ver muy poco de sus cabellos negros. El joven sacó del bolsillo de su camisa blanca una caja de cigarro. Sacó uno y se lo puso en los labios. Se palpó los bolsillos como buscando un mechero o una caja de cerilla. Al final, volvió el cigarro a su caja y después de mirarla unos segundos, se marchó. Todo el tiempo que permaneció en el local no se le quitaba de la mente aquel joven. Ella lo había visto irresistiblemente bello con sus labios pidiendo un beso, su piel, pero sobre todos aquellos ojos negros y su seductora mirada. Pensó que era una tonta, porque era probable que no la mirara a ella. Sí, hay ocasiones que miramos pero no vemos. Es cuando tenemos la mente ocupada y entonces no recibe lo que los ojos transmiten.

Hacía dos días que había visto aquel joven desconocido y todavía lo tenía en la mente. ¿Por qué? Se preguntaba. Ahora iba con su tía al Central Park de Manhattan. Sonreía pensando que era una de los treinta y siete de millones y medio de visitantes al año. Le gustaba sobre todo pasear por el Victorian Gardens y disfrutar de sus hermosas flores.

La tía le sugirió descansar después de haber andado cerca de dos horas por varios lugares del parque. Se dirigieron a un área verde y desplegaron un pequeño mantel sobre el que situaron bocadillos, refrescos, papas fritas y otros aperitivos que habían traído de la casa. De pronto reconoció al chico que había visto en la pizzería. Pasaba cerca de ellas, apuesto e impecable como cuando lo vio la primera vez. Se detuvo un momento y dirigió la mirada hacia ella. Luego continuó caminando hasta perderse detrás de unos árboles. Todo ese tiempo ella lo siguió con la vista.

–¿Qué miras? –le preguntó su acompañante.

–Nada, es que me pareció ver a un conocido – contestó ella. No le quiso decir que había visto aquel joven interesante que la había hipnotizado con su mirada.

Una noche antes de regresar a su casa, comenzaron a recordar su niñez.

–Espera voy atraer  el álbum de fotos.

A los pocos segundos se sentaron junto a la mesa del comedor  y la tía comenzó a pasar las hojas.

–Recuerdo tía, este momento. ¡Qué joven era! Tú me habías ido a buscar al Cole para llevarme a la feria del pueblo.

–Aquí estás sobrina con aquel chico que te gustaba tanto.

–Sí, me tiraste la foto sin yo saberlo. Ja ja ja

–Esta foto es con Liz, la vecina. Buena mujer. Te la hubiera presentado pero se ha ido de vacaciones para Canadá. Ésta otra foto es en el cumpleaños de ella.

–¡Espera tía! Conozco a este chico. ¿Sabes una cosa? Creo que le gusto porque lo he visto dos veces y me mira con una insistencia que me derrite. ¿Recuerdas en el Central Park que me preguntaste qué miraba? Pues era ese chico y no quise decirte nada porque me daba vergüenza.  

–¡Qué casualidad! ¿Recuerdas cuando viniste con tu difunta madre y nos hizo una foto en tu pizzería preferida? Él vio la foto y me dijo que eras muy hermosa que cuando vinieras la próxima vez te presentara.

–¡ Pues vamos!¡No perdamos tiempo! ¡Estoy loca por conocerlo!

–¡Es imposible!

–¿Está casado? ¿Tiene pareja? ¡Me lo imaginaba! Últimamente cuando me gusta un hombre o está casado o es gay

–Es el hijo de Liz. No te lo puedo presentar porque murió en las Torres Gemelas.





Autor: Pedro Celestino Fernandez Arregui