sábado, 7 de septiembre de 2019

El Monstruo




                                                  El Monstruo



La luz de los rayos iluminaba a intervalo la pequeña habitación. La sombra de las ramas de un árbol cercano, danzaban en la pared como figuras misteriosas mientras, él dormía plácidamente ajeno a lo que le rodeaba.

A escasos metros de la vivienda, una figura se acercaba sigilosamente a la cerca del jardín. La lluvia al caer opacaba el leve ruido de las pisadas misteriosas y el croar de las ranas se escuchaba como un canto de advertencia.

Una vez en el jardín, se dirigió a la puerta principal con la esperanza de que estuviera abierta. No había nada abierto y el frío de la lluvia nocturna entumecía sus huesos. Dentro de la casa alguien tenía pesadillas y se revolcaba en la cama. No podía imaginar la terrible tempestad que estaba ocurriendo ni sentir la presencia de aquel ser que inútilmente trataba de entrar a su hogar.

Se despertó sobresaltado y jadeando. Se levantó y se dirigió a la cocina a tomar agua. Había tenido pesadillas horribles. Soñaba que un monstruo quería devorarlo y cerró todas las puertas de la casa, pero aquello era muy fuerte y vomitando fuego trataba de derribar la puerta. Entonces sintió algo como un gemido unido al ruido del viento y los rayos. Sintió miedo. ¿Y si el sueño se hacía realidad y había un monstruo afuera? En sus siete años de existencia nunca había tenido tanto miedo. De pronto le pareció ver una sombra de una figura terrible desplazarse por la pared de la cocina. Llamaría a sus padres para  decirle que tenía miedo. Lo regañarían porque les iba a interrumpir el placer de ver la obra de teatro que se exhibía esa noche. Otro gemido, esta vez como un lamento, le había llegado a sus oídos. Volvió a su cuarto y se cubrió con la sábana. Cada vez que caía un rayo, saltaba como impulsado por un resorte. En su mente veía al monstruo de las pesadillas lanzando fuego con ruidos espantosos.

De pronto sintió ruido en la puerta. Su corazón latía desordenadamente. Después de unos minutos, sintió pasos que se acercaban. Había dejado en la sábana una pequeña abertura en la que se podía ver uno de sus ojos muy abiertos. La puerta se abrió y logró ver la figura de un hombre. ¡Su padre! Se levantó de un salto y corrió a abrazarse a su padre llorando.

        ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?

        Tenía miedo –dijo entre sollozos.

        ¡Vamos, que no se diga!  Tú eres un hombre. ¡Miedo debe haber sentido Miki! ¡Pobrecito! Parece que se quedó afuera y lo ha cogido esta tormenta. Estaba temblando de frío frente a la puerta. Le dimos leche calientica y lo abrigamos bien.

Fue corriendo hasta donde estaba el perrito y lo abrazó. ¡Por culpa de su miedo el animalito había pasado frío!



El miedo es ese monstruo que nos puede destruir o destruir a los demás. Todos, en algún momento recibimos su ataque, pero depende de nuestras respuesta para poder vencerlo.



Pedro Celestino Fernández Arregui


miércoles, 4 de septiembre de 2019

La Rosa




                                                   La Rosa



–¡Por favor! ¿Me das aquella rosa?

Tomé la rosa y me dirigí al banco donde estaba sentada. ¡Era tan hermosa! Estoy seguro que no me va a rechazar esta preciosa rosa. Una rosa para otra rosa.

Mientras me dirijo hacia ella, pienso en las veces que necesitamos de alguien con un detalle para nosotros. Un sonrisa, un saludo, una flor, cualquier cosa puede significar mucho en una persona, aunque sea un momento feliz.

Llevo detrás  de mi espalda, la flor. Deseo sorprenderla. Observo miradas pícaras y sonrisitas disimuladas en aquellos que están sentados en otros bancos.

Mientras ella, ajena a todo, tiene su mirada puesta en el infinito, allí donde no se ve nada pero se observa todo. Sus manos entrelazadas encima de sus muslos, su cabello descuidado, su vestido sucio y su sonrisa olvidada.

Me detengo frente a ella. Por primera vez su mirada se clava en la mía.

–¡Quiero ofrecerle un regalo!

–¡A mí! ¿Por qué? ¿Nos conocemos?

–Sí, la conozco. Solo quiero que a cambio de mi regalo me deje besar su frente.

Frunció el ceño. Sabía que en ese momento pasaban por su mente miles de cosas.

–Usted es una mujer como otra que ha caminado por calles y caminos, que ha amado y sufrido decepciones.  Has vivido momento felices, se ha divertido, pero también ha llorado. Ha llegado sola, al último tramo de su vida. Para usted, esta flor.

De la admiración pasó a sonreír y mientras miraba la rosa le di un beso en su frente arrugada.

Le di la espalda ante las miradas incrédulas de los presentes en el lugar y desde lejos pude ver como disfrutaba de su rosa.

Pedro Celestino Fernández Arregui