El
Monstruo
La luz de los rayos iluminaba a intervalo
la pequeña habitación. La sombra de las ramas de un árbol cercano, danzaban en
la pared como figuras misteriosas mientras, él dormía plácidamente ajeno a lo
que le rodeaba.
A escasos metros de la vivienda, una
figura se acercaba sigilosamente a la cerca del jardín. La lluvia al caer
opacaba el leve ruido de las pisadas misteriosas y el croar de las ranas se
escuchaba como un canto de advertencia.
Una vez en el jardín, se dirigió a la
puerta principal con la esperanza de que estuviera abierta. No había nada
abierto y el frío de la lluvia nocturna entumecía sus huesos. Dentro de la casa
alguien tenía pesadillas y se revolcaba en la cama. No podía imaginar la
terrible tempestad que estaba ocurriendo ni sentir la presencia de aquel ser
que inútilmente trataba de entrar a su hogar.
Se despertó sobresaltado y jadeando. Se
levantó y se dirigió a la cocina a tomar agua. Había tenido pesadillas
horribles. Soñaba que un monstruo quería devorarlo y cerró todas las puertas de
la casa, pero aquello era muy fuerte y vomitando fuego trataba de derribar la
puerta. Entonces sintió algo como un gemido unido al ruido del viento y los
rayos. Sintió miedo. ¿Y si el sueño se hacía realidad y había un monstruo
afuera? En sus siete años de existencia nunca había tenido tanto miedo. De
pronto le pareció ver una sombra de una figura terrible desplazarse por la
pared de la cocina. Llamaría a sus padres para
decirle que tenía miedo. Lo regañarían porque les iba a interrumpir el
placer de ver la obra de teatro que se exhibía esa noche. Otro gemido, esta vez
como un lamento, le había llegado a sus oídos. Volvió a su cuarto y se cubrió
con la sábana. Cada vez que caía un rayo, saltaba como impulsado por un
resorte. En su mente veía al monstruo de las pesadillas lanzando fuego con
ruidos espantosos.
De pronto sintió ruido en la puerta. Su
corazón latía desordenadamente. Después de unos minutos, sintió pasos que se
acercaban. Había dejado en la sábana una pequeña abertura en la que se podía
ver uno de sus ojos muy abiertos. La puerta se abrió y logró ver la figura de
un hombre. ¡Su padre! Se levantó de un salto y corrió a abrazarse a su padre
llorando.
–
¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?
–
Tenía miedo –dijo entre sollozos.
–
¡Vamos, que no se diga! Tú eres un hombre. ¡Miedo debe haber sentido
Miki! ¡Pobrecito! Parece que se quedó afuera y lo ha cogido esta tormenta.
Estaba temblando de frío frente a la puerta. Le dimos leche calientica y lo
abrigamos bien.
Fue corriendo hasta donde estaba el
perrito y lo abrazó. ¡Por culpa de su miedo el animalito había pasado frío!
El miedo es ese monstruo que nos puede
destruir o destruir a los demás. Todos, en algún momento recibimos su ataque,
pero depende de nuestras respuesta para poder vencerlo.
Pedro Celestino Fernández Arregui
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