La Rosa
–¡Por favor! ¿Me das aquella rosa?
Tomé
la rosa y me dirigí al banco donde estaba sentada. ¡Era tan hermosa! Estoy
seguro que no me va a rechazar esta preciosa rosa. Una rosa para otra rosa.
Mientras me dirijo hacia ella, pienso en
las veces que necesitamos de alguien con un detalle para nosotros. Un sonrisa,
un saludo, una flor, cualquier cosa puede significar mucho en una persona,
aunque sea un momento feliz.
Llevo detrás de mi espalda, la flor. Deseo sorprenderla.
Observo miradas pícaras y sonrisitas disimuladas en aquellos que están sentados
en otros bancos.
Mientras ella, ajena a todo, tiene su
mirada puesta en el infinito, allí donde no se ve nada pero se observa todo.
Sus manos entrelazadas encima de sus muslos, su cabello descuidado, su vestido
sucio y su sonrisa olvidada.
Me detengo frente a ella. Por primera vez
su mirada se clava en la mía.
–¡Quiero ofrecerle un regalo!
–¡A mí! ¿Por qué? ¿Nos conocemos?
–Sí, la conozco. Solo quiero que a cambio
de mi regalo me deje besar su frente.
Frunció el ceño. Sabía que en ese momento
pasaban por su mente miles de cosas.
–Usted es una mujer como otra que ha
caminado por calles y caminos, que ha amado y sufrido decepciones. Has vivido momento felices, se ha divertido,
pero también ha llorado. Ha llegado sola, al último tramo de su vida. Para
usted, esta flor.
De la admiración pasó a sonreír y mientras
miraba la rosa le di un beso en su frente arrugada.
Le di la espalda ante las miradas
incrédulas de los presentes en el lugar y desde lejos pude ver como disfrutaba
de su rosa.
Pedro Celestino Fernández Arregui
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