jueves, 29 de febrero de 2024


 

                           LA FAMILIA WALHEIN

                             (Una historia paranormal)

Rudolf llegó a la vieja estación de ferrocarril, si es que se le pudiera llamara estación, donde un señor cerraba la ventanilla por donde supuestamente atendía a los viajeros. Debía caminar un kilómetro hasta llegar al pueblo. El reloj marcaba las nueve de la noche mientras se escuchaba el pitido de la locomotora de vapor despidiéndose del lugar.

El pueblo, a pesar del escaso alumbrado público, se percibía como un caserío con una sola calle. A la entrada observó una vivienda en mal estado. Era de madera, techo de tejas, la puerta entreabierta y en la ventana una niña miraba hacia la calle. No le pudo ver el rostro porque la tenue luz, al parecer proveniente de un farol, le llegaba del interior. ¿Quién podía vivir en semejante casa?

Llegó al hostal. Le atendió una hermosa joven rubia de ojos azules y una linda sonrisa. La encantadora chica le entregó las llaves y le dijo que por la mañana se registrara.  La habitación era impecable. Todo muy limpio y perfumado.

Por la mañana acudió a la recepción para registrarse y lo atendió un señor de edad avanzada, vientre abultado, abundante pelo canoso y usaba unos pequeños lentes en la punta de su nariz.

—Buenos días—saludó.

—Buenos días. ¿Quién le entregó las llaves?

—La chica que estaba anoche aquí.

—Aquí no había nadie. Yo había ido al baño un momento y probablemente fue cuando usted llegó. No lo que no me explico cómo obtuvo la llave cuando está guardada en un cajón y hace muchos años que no se alquila.

Mientras el hombre hablaba, Rudolf llenó el impreso y apenas escuchaba lo que el recepcionista le decía. Era normal en él. Decían que era una persona muy “tranquila” y no se inmutaba por nada.

—¿Quién vive en la casa de madera que está a la entrada del pueblo?

—Hace muchos años no vive nadie. Ahí vivió la familia Walhein. El señor sostuvo una pelea en el bar y lo mataron. Menisa, le decían Meni, era su esposa. Trabajaba aquí. Era hermosa, rubia, ojos azules y muy simpática. Cuando le tocaba el turno de noche se quedaba en esa habitación dónde usted durmió. Cuando se enteró de la muerte de su marido se volvió loca y corrió por toda la calle hacia las afueras del pueblo. Luego se encontró su cadáver flotando en el lago. Tenían una niña, pero nadie sabía que era de ella hasta que pasado el tiempo, varios vecinos entraron a la casa y hallaron el cuerpo de la niña.

Aunque no era propicio tomar en serio esas historias, lo conmovió. Se dirigió al bar a desayunar. Un joven detrás del mostrador le atendió y le sirvió el desayuno. El único cliente del bar se le acercó.

—¿Puedo sentarme?

—Sí, no hay problema

—¿Está de paseo?

—No, vine a ver una parcela que están vendiendo por aquí.

—¿Y usted lleva tiempo viviendo aquí?

—Sí, vivo en la casa de madera que está a la entrada del pueblo.

—¡Ah! Usted debe ser el esposo de Meni.

—Sí, el mismo. Lo siento pero tengo que ir para la casa que le niña está sola.

Rudolf no sólo había conocido la historia de un lamentable suceso ocurrido en ese pueblo sino, que había conocido a los protagonistas de la historia. Terminó de desayunar, pasó por el hostal a recoger sus cosas y se dirigió a la estación a esperar la salida del próximo tren.

El SEIS


 

                                            EL SEIS

El partido de fútbol había finalizado y lo jugadores habían ido a las cafeterías, a sus casas y otros a los baños.

Los que fueron al baño comentaban algunas jugadas mientras otros se aseaban. De pronto, todo tembló bruscamente lazándolos al piso o contra las paredes. El suelo parecía se hubiera precipitado desde una gran altura. El silencio y una densa oscuridad acompañaban a los jóvenes. Pasado unos segundos se escuchó una voz.

—¿Chicos como estáis? Antes que todo no prendéis mecheros, cerillas u otras cosas que producen chispas. No sabemos si hay algún tipo de gas explosivo. Nos identificaremos por números. Hora los nombres no sirven para nada. Alguien que diga “hola”.

Se escuchó a uno que dijo lo que le habían pedido.

—Tú eres el uno. ¿Tienes alguna herida o dolor?

—No, nada.

—Uno que diga soy el dos.

    Soy el dos. Siento un dolor terrible en la pierna derecha. Puede que esté fracturada.

    ¡No la muevas!  Ver el siguiente.

    Sería el tres. No tengo nada. Un pequeño dolor en un hombro, pero sin importancia.

    El cuatro. ¿Cómo estás?

    Estoy bien. Quizás estuve sangrando porque siento algo pegajoso en la cabeza, pero no siento nada.

    El cinco.

    Estoy bien.

      Bueno pues yo soy el seis. Cada vez que hablemos diremos primero nuestro número. Tenemos cosas buenas y cosas malas. Lo bueno es que las tazas de los inodoros tienen agua en sus tanques y que si tenemos que hacer alguna necesidad fisiológica, tenemos donde hacerla (se escucharon algunas sonrisa). Sí eso tiene gracia. Estando en una guerra que no viene al caso decir donde fue, teníamos que infiltrarnos en territorio enemigo y buscar un objetivo que íbamos a destruir. El día nos sorprendió antes de llegar al lugar y por suerte encontramos en la ladera de una pequeña montaña el lugar ideal. Era como un portal en la roca y delante una cortina de enredaderas. Lo malo es que estábamos a menos de cien metros de un campamento enemigo. Desde allí podíamos observar todos sus movimientos. Todo bien hasta que uno del equipo tuvo fuertes dolores de barriga. No tuvo mas remedio que defecar a nuestros pies, ya que el espacio era muy reducido. Unos se enfadaron, otros se burlaron y algunos se resignaron. Esa situación, aquí no la vamos a tener. Entre las cosas malas hay muchísima que pueden acabar con nuestras vidas. La falta de oxígeno, derrumbe, explosiones, etc. Hay una cosa que no se puede perder en la vida y es la fe. Todos tenemos que tener fe en que saldremos de aquí vivos. Extiendan las manos por las paredes cercanas tratando de localizar alguna tubería de hierro.

      El cinco. He encontrado una tubería.

      Muy bien. Ahora trata de quitar la tapa de una cisterna y procura romperla contra el piso. Una vez que lo logre toma un pedazo que sea ideal para golpear el tubo de hierro. ¿Alguien sabe el código Morse? No importa. Número 5. Golpea el tubo con tres toque pequeños, luego tres toques largos y vuelve a dar los tres toques cortos. ¿Entendiste? Los demás a  imaginarnos como nos recibirán nuestros familiares.

Sobre los escombros dos hombres de una de las brigadas de salvamento

 

      Bueno, mañana será el último día de búsqueda. Manolo vigila que nadie entre a esta área. Nos vemos mañana.

Manolo recorría el área asignada buscando algún vestigio de vida entre la ruinas. Al pasar por un lugar, escuchó unos golpecitos muy tenues. Después no los escuchó mas.

       Cuando llegó su jefe por la mañana le contó lo que había escuchado.

—Puede ser cualquier cosa, Manolo. En este silencio, de noche, hasta una gota de agua puede producir ruido. A ver ¿Dónde escuchaste el ruido?

    Aquí, jefe.

Le dijo Manolo una vez llegado al lugar. Observó una tubería. Tomó el pequeño martillo que llevaba consigo y golpeó varias veces la tubería. Se incorporó y se había distanciado del lugar apenas unos pasos, cuando escuchó los golpes. ¡No había dudas! Había alguien vivo allá abajo.

 

       Los jóvenes atrapados quedaron cegados cuando un rayo de luz penetró en el lugar. No se podían levantar de lo débil que estaban, pero sonrieron cuando la luz iluminó sus rostros.

       Una vez afuera, los periodistas preguntaban.

—¿Cómo pudieron mantener esa fe y la esperanza en ser rescatados?

    Todo fue gracias al número seis. Él nos daba esperanza, nos contaba cosas y nos ayudaba en concentrarnos en sobrevivir.

    Pero, como el número seis si ustedes solo eran cinco.

 

Pcfa

Imagen de Angelo Giordano en Pixabay