La Finca Misteriosa
Joaquín
Pérez salió esa mañana, como todos los días, a “guataquear” las pequeñas
plantaciones de tubérculos y legumbres. “Cheo” García lo había visto encorvado
sobre los surcos de yuca y hasta se saludaron. Fue la última persona que lo
vio.
A
Joaquín le decían el “Mudo”, no porque no hablara, sino porque no le gustaba
conversar. Siempre estaba callado aunque era sociable y bondadoso. No
presentaba ninguna enfermedad mental, no tomaba medicamentos y sólo bebía café
por lo que el Agente Charles había descartado que la desaparición hubiera sido involuntaria.
No tenía motivos para desaparecer y tampoco tenía
enemigos. Al menos eso fue lo que dedujo el investigador en sus entrevistas a
familiares, amigos y vecinos.
Toda
la finca y zonas aledañas fueron rastreadas por cerca de doscientas personas y
no encontraron ninguna pista. Anastasia, su esposa, lloraba desconsoladamente
todo el tiempo y los dos hijos, uno de ellos con cierto retraso mental,
ayudaban en la búsqueda.
Charles
era de esos detectives que tienen un olfato especial para detectar cuando algo
no está bien. Había alcanzado fama en la capital de provincia y estaba a punto
de ser trasladado al Grupo Especial Nacional de Criminología. Mientras seguían
buscando a Joaquín, decidió entrevistar de nuevo a los familiares y entrevistar
a todos los vecinos.
–
¿Señora, a qué hora acostumbraba a
regresar su esposo?
–
A eso de las once de la mañana. Nosotros,
almorzamos muy temprano. Porque nos levantamos de madrugada y apenas despunta
el Sol, los hombres salen a trabajar. A partir de las doce el Sol calienta las
espaldas y provocan sofoco.
–
¿Qué hizo cuando vio que era tarde y
Joaquín no regresaba?
–
Le dije a Pepe, mi hijo mayor, que fuera a
ver por qué su padre no había regresado.
–
¿Recuerda la hora?
–
Era la una o un poquito más porque el
reloj, ese que está en la sala, había dado la campanada de la una.
–
¿Ustedes tienen dinero guardado?
–
Sí, pero no en el Banco. Mi marido lo
tenía guardado porque dice que no iba a molestarse cada vez que lo necesitara,
en ir al pueblo. Además, no confiaba.
–
¿Usted sabe dónde lo tenía guardado?
–
Eso no lo sabía nadie.
Se
dirigió al Grupo de Búsqueda y Rescate, situado en un bohío cerca de la casa
desde donde coordinaban las operaciones y preguntó por José y pidió que lo
buscaran y lo trajeran para interrogarlo.
–
¿Tienes idea de cuál ha sido el motivo de
la desaparición de tu padre?
–
No tengo idea. Es algo extraño.
–
¿Sabes dónde tu padre guardaba el dinero?
–
No, nunca nos dijo. Era muy desconfiado.
–
¿Pero con ustedes también?
–
¡Con todos!
–
¿Qué hiciste en toda la mañana?
–
Ordeñé las vacas con mi padre y luego fui
al pueblo. Tenía que comprar grampas y clavos para reparar las cercas.
–
¿A que hora fuiste para el pueblo?
–
A eso de las nueve.
–
Eso es todo. Gracias.
Comprobaría la coartada
de José y ahora le haría algunas preguntas Lolo, su otro hermano.
–
¿Cómo estás?
–
Estoy muy triste. Papá no está y yo lo
quería mucho. A veces me reñía y yo me enfadaba, peo lo quería.
–
A ver, Lolo ¿Te dicen Lolo, no es así?
–
Sí, no sé por qué. A mi hermano le dicen
Pepe y se llama José y a mi me dicen Lolo y me llamo Anacleto.
–
¿Recuerdas que hiciste ayer por la mañana?
–
Sí, sí. Me fui a jugar al río. Me gusta
tirar cosas y luego tirarle piedras.
–
¿Después de terminar de jugar en el río
que hiciste?
–
Fui a dónde estaba papá y se enfadó
conmigo. Me dijo que llegaba tarde a trabajar. Entonces me enfadé y le tiré una
piedra. Cayó al suelo y pensé que era para asustarme. Pero estaba desmayado.
Seguro era el calor. Había mucho sol.
–
¿Qué hiciste entonces?
–
Lo
arrastré y lo tire al pozo. He oído que cuando la gente se desmaya es bueno
echarle agua, pero como en ese pozo no había cubo para sacar agua, lo tiré.
–
¿Por qué no se lo dijiste a nadie?
–
Tenía miedo que me regañaran.
–
¿Me enseñas el pozo?
Poco
después, un buzo bajaba, bien equipado hasta el fondo del pozo sin encontrar
nada. El inspector decidió traer un tractor con turbina, para extraer toda el
agua del pozo. ¡No había nada!
Al
no poder encontrase el cuerpo de Joaquín y no poder lograr verificar las
palabras de Lolo, el juez decidió enviar a Lolo a un centro de atención mental
y cerrar el caso.
Pocos
meses después, Anastasia fallecía sin ningún motivo. El médico dijo que había
sufrido un infarto.
José
se quedó solo en la finca. Bebía mucho y decía que todas las noches veía
fantasmas y que salía una luz por el lugar donde trabajó por última vez su
padre. Se mostraba muy nervioso y algunos vecinos le recomendaron que vendiera
la finca y se fuera a vivir para el pueblo, pero él decía que no podía vender
la finca porque allí debía estar el cuerpo de su padre.
Al
cabo de un tiempo, una plaga atacó s los cultivos de la finca y todos lo
sembrado se secaron. También comenzaron a enfermarse los cerdos y las vacas.
Los
campesinos de los alrededores comenzaron a tejer una leyenda sobre el lugar,
diciendo que estaba embrujada y que seres malignos querían hacerle la vida
imposible a José. No se atrevía nadie a pasar por el lugar. ¡Tenían miedo!
Todo
esto llegó a los oídos del inspector Charles quien decidió volver al lugar.
Conversó con José, anduvo por todo los lugares tomando muestras de plantas y
agua, acompañado siempre por el propietario del terreno.
Tres
meses después de la visita, José desapareció. Nadie sabía nada de él y a pesar
de que la policía inspeccionara la casa y la finca, no encontraron huellas que
pudiera revelar su presencia.
El
Inspector Charles tenía en sus manos los resultados de las muestras que había
llevado a laboratorio, había logrado obtener una orden de exhumación del
cadáver de Anastasia para que fuera examinado por los forenses y una vez
obtenidos los resultados, sabía cuál era el misterio de la finca de Joaquín
Pérez.
José
Pérez fue arrestado en su propio domicilio en un lujoso apartamento de la
capital y llevado ante el inspector Charles.
–Sabía
que la codicia y la maldad humana puede surgir en cualquier lugar en cualquiera de las capas de una sociedad,
pero hay personas así que disfrutan de una vida placentera hasta el final de
sus días. Oros, no tienen tanta suerte y mueren violentamente o en una cárcel.
¿No crees, José Pérez?
–No
sé porque me dice eso, Inspector. Todo lo que he hecho es normal. Al perder a
mis padres, me enfermé de los nervios y veía fantasmas, luces y escuchaba
voces. ¡No lo podía resistir! Bebía la mayor parte del tiempo para no sufrir
hasta que decidí irme bien lejos, para la Capital. Allí pude montar un negocio
y me va bien. Eso es todo.
–¿Con
qué dinero abrió el negocio? ¿Con el de tu padre?
–No,
yo tenía mis propios ahorros.
–Te voy a decir todo lo que pasó. Tu padre
desconfiaba de todos, pero más de ti que de nadie. Por eso lo mataste y lo
enterraste, en un rincón de la finca bien disimulado, donde nadie pudiera
encontrar su cuerpo. Luego obligaste a tu hermano que contara aquella historia
inculpándose. Eliminado tu padre y hermano, sólo se interponía en tu búsqueda,
tu madre. Entonces pasaste a tu segundo plan. Eliminar a tu madre. Tu madre
tenía artritis y necesitaba constantemente calmantes. Comenzaste a cuidar a tu
madre como nunca, dándole los alimentos con dosis excesiva de Ibuprofeno. Claro
al poco tiempo se le detuvo el corazón. El Ibuprofeno, en grandes cantidades
como le suministraste a Anastasia,
produce acumulación de plaquetas, coágulos sanguíneos, estrechamiento arterial,
aumento en la retención de líquido y sube la presión sanguínea por lo que es
vinculante a un paro cardíaco. Sin nadie que te estorbara llegaste a encontrar
el dinero y te marchaste a disfrutar de los ahorros de tu padre.
–¡Eso no es cierto!
–Tenemos
los resultados de las pruebas del laboratorio. Supimos de las dolencia de tu
madre, la cantidad de cajas de Ibuprofeno que comprabas, encontramos el cadáver
de tu padre – mintió a propósito- y pudimos comprobar que tú mismo quemaste los
sembrados fumigándolo con productos muy abrasivos y propagaste la historia de
las luces, voces y apariciones.
José
Pérez bajó la cabeza. Luego mas tarde confesó ante el juez haber arrojado el
cadáver de su padre en un viejo escusado, donde se sumergió entre los excrementos.
Fue
condenado a cadena perpetua.
Autor:
Pedro Celestino Fernandez Arregui