martes, 17 de marzo de 2020

La Finca Misteriosa





                                 La Finca Misteriosa



Joaquín Pérez salió esa mañana, como todos los días, a “guataquear” las pequeñas plantaciones de tubérculos y legumbres. “Cheo” García lo había visto encorvado sobre los surcos de yuca y hasta se saludaron. Fue la última persona que lo vio.

A Joaquín le decían el “Mudo”, no porque no hablara, sino porque no le gustaba conversar. Siempre estaba callado aunque era sociable y bondadoso. No presentaba ninguna enfermedad mental, no tomaba medicamentos y sólo bebía café por lo que el Agente Charles había descartado que la desaparición hubiera sido involuntaria.  No  tenía motivos para desaparecer y tampoco tenía enemigos. Al menos eso fue lo que dedujo el investigador en sus entrevistas a familiares, amigos y vecinos.

Toda la finca y zonas aledañas fueron rastreadas por cerca de doscientas personas y no encontraron ninguna pista. Anastasia, su esposa, lloraba desconsoladamente todo el tiempo y los dos hijos, uno de ellos con cierto retraso mental, ayudaban en la búsqueda.

Charles era de esos detectives que tienen un olfato especial para detectar cuando algo no está bien. Había alcanzado fama en la capital de provincia y estaba a punto de ser trasladado al Grupo Especial Nacional de Criminología. Mientras seguían buscando a Joaquín, decidió entrevistar de nuevo a los familiares y entrevistar a todos los vecinos.

        ¿Señora, a qué hora acostumbraba a regresar su esposo?

        A eso de las once de la mañana. Nosotros, almorzamos muy temprano. Porque nos levantamos de madrugada y apenas despunta el Sol, los hombres salen a trabajar. A partir de las doce el Sol calienta las espaldas y provocan sofoco.

        ¿Qué hizo cuando vio que era tarde y Joaquín no regresaba?

        Le dije a Pepe, mi hijo mayor, que fuera a ver por qué su padre no había regresado.

        ¿Recuerda la hora?

        Era la una o un poquito más porque el reloj, ese que está en la sala, había dado la campanada de la una.

        ¿Ustedes tienen dinero guardado?

        Sí, pero no en el Banco. Mi marido lo tenía guardado porque dice que no iba a molestarse cada vez que lo necesitara, en ir al pueblo. Además, no confiaba.

        ¿Usted sabe dónde lo tenía guardado?

        Eso no lo sabía nadie.

Se dirigió al Grupo de Búsqueda y Rescate, situado en un bohío cerca de la casa desde donde coordinaban las operaciones y preguntó por José y pidió que lo buscaran y lo trajeran para interrogarlo.

        ¿Tienes idea de cuál ha sido el motivo de la desaparición de tu padre?

        No tengo idea. Es algo extraño.

        ¿Sabes dónde tu padre guardaba el dinero?

        No, nunca nos dijo. Era muy desconfiado.

        ¿Pero con ustedes también?

        ¡Con todos!

        ¿Qué hiciste en toda la mañana?

        Ordeñé las vacas con mi padre y luego fui al pueblo. Tenía que comprar grampas y clavos para reparar las cercas.

        ¿A que hora fuiste para el pueblo?

        A eso de las nueve.

        Eso es todo. Gracias.

Comprobaría la coartada de José y ahora le haría algunas preguntas Lolo, su otro hermano.

        ¿Cómo estás?

        Estoy muy triste. Papá no está y yo lo quería mucho. A veces me reñía y yo me enfadaba, peo lo quería.

        A ver, Lolo ¿Te dicen Lolo, no es así?

        Sí, no sé por qué. A mi hermano le dicen Pepe y se llama José y a mi me dicen Lolo y me llamo Anacleto.

        ¿Recuerdas que hiciste ayer por la mañana?

        Sí, sí. Me fui a jugar al río. Me gusta tirar cosas y luego tirarle piedras.

        ¿Después de terminar de jugar en el río que hiciste?

        Fui a dónde estaba papá y se enfadó conmigo. Me dijo que llegaba tarde a trabajar. Entonces me enfadé y le tiré una piedra. Cayó al suelo y pensé que era para asustarme. Pero estaba desmayado. Seguro era el calor. Había mucho sol.

        ¿Qué hiciste entonces?

         Lo arrastré y lo tire al pozo. He oído que cuando la gente se desmaya es bueno echarle agua, pero como en ese pozo no había cubo para sacar agua, lo tiré.

        ¿Por qué no se lo dijiste a nadie?

        Tenía miedo que me regañaran.

        ¿Me enseñas el pozo?



Poco después, un buzo bajaba, bien equipado hasta el fondo del pozo sin encontrar nada. El inspector decidió traer un tractor con turbina, para extraer toda el agua del pozo. ¡No había nada!

Al no poder encontrase el cuerpo de Joaquín y no poder lograr verificar las palabras de Lolo, el juez decidió enviar a Lolo a un centro de atención mental y cerrar el caso.

Pocos meses después, Anastasia fallecía sin ningún motivo. El médico dijo que había sufrido un infarto.

José se quedó solo en la finca. Bebía mucho y decía que todas las noches veía fantasmas y que salía una luz por el lugar donde trabajó por última vez su padre. Se mostraba muy nervioso y algunos vecinos le recomendaron que vendiera la finca y se fuera a vivir para el pueblo, pero él decía que no podía vender la finca porque allí debía estar el cuerpo de su padre.

Al cabo de un tiempo, una plaga atacó s los cultivos de la finca y todos lo sembrado se secaron. También comenzaron a enfermarse los cerdos y las vacas.

Los campesinos de los alrededores comenzaron a tejer una leyenda sobre el lugar, diciendo que estaba embrujada y que seres malignos querían hacerle la vida imposible a José. No se atrevía nadie a pasar por el lugar. ¡Tenían miedo!



Todo esto llegó a los oídos del inspector Charles quien decidió volver al lugar. Conversó con José, anduvo por todo los lugares tomando muestras de plantas y agua, acompañado siempre por el propietario del terreno.

Tres meses después de la visita, José desapareció. Nadie sabía nada de él y a pesar de que la policía inspeccionara la casa y la finca, no encontraron huellas que pudiera revelar su presencia.

El Inspector Charles tenía en sus manos los resultados de las muestras que había llevado a laboratorio, había logrado obtener una orden de exhumación del cadáver de Anastasia para que fuera examinado por los forenses y una vez obtenidos los resultados, sabía cuál era el misterio de la finca de Joaquín Pérez.

José Pérez fue arrestado en su propio domicilio en un lujoso apartamento de la capital y llevado ante el inspector Charles.

–Sabía que la codicia y la maldad humana puede surgir en cualquier lugar  en cualquiera de las capas de una sociedad, pero hay personas así que disfrutan de una vida placentera hasta el final de sus días. Oros, no tienen tanta suerte y mueren violentamente o en una cárcel. ¿No crees, José Pérez?

–No sé porque me dice eso, Inspector. Todo lo que he hecho es normal. Al perder a mis padres, me enfermé de los nervios y veía fantasmas, luces y escuchaba voces. ¡No lo podía resistir! Bebía la mayor parte del tiempo para no sufrir hasta que decidí irme bien lejos, para la Capital. Allí pude montar un negocio y me va bien. Eso es todo.

–¿Con qué dinero abrió el negocio? ¿Con el de tu padre?

–No, yo tenía mis propios ahorros.

–Te voy a decir todo lo que pasó. Tu padre desconfiaba de todos, pero más de ti que de nadie. Por eso lo mataste y lo enterraste, en un rincón de la finca bien disimulado, donde nadie pudiera encontrar su cuerpo. Luego obligaste a tu hermano que contara aquella historia inculpándose. Eliminado tu padre y hermano, sólo se interponía en tu búsqueda, tu madre. Entonces pasaste a tu segundo plan. Eliminar a tu madre. Tu madre tenía artritis y necesitaba constantemente calmantes. Comenzaste a cuidar a tu madre como nunca, dándole los alimentos con dosis excesiva de Ibuprofeno. Claro al poco tiempo se le detuvo el corazón. El Ibuprofeno, en grandes cantidades como le suministraste a  Anastasia, produce acumulación de plaquetas, coágulos sanguíneos, estrechamiento arterial, aumento en la retención de líquido y sube la presión sanguínea por lo que es vinculante a un paro cardíaco. Sin nadie que te estorbara llegaste a encontrar el dinero y te marchaste a disfrutar de los ahorros de tu padre.

–¡Eso no es cierto!

–Tenemos los resultados de las pruebas del laboratorio. Supimos de las dolencia de tu madre, la cantidad de cajas de Ibuprofeno que comprabas, encontramos el cadáver de tu padre – mintió a propósito- y pudimos comprobar que tú mismo quemaste los sembrados fumigándolo con productos muy abrasivos y propagaste la historia de las luces, voces y apariciones.

José Pérez bajó la cabeza. Luego mas tarde confesó ante el juez haber arrojado el cadáver de su padre en un viejo escusado, donde se sumergió entre los excrementos.

Fue condenado a cadena perpetua.



Autor: Pedro Celestino Fernandez Arregui
















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