lunes, 3 de febrero de 2020

Apuntes de un Soldado Desaparecido



                          Apuntes de un Soldado Desaparecido



Cuando el miedo te estrangula, la reacción de supervivencia te puede llevar a realizar proezas. La vida nos lleva a situaciones difíciles donde podemos ser cobarde o valiente, depende de cómo esa situación ha influido en nuestro cerebro. La muerte nos buscará sin importarle si hemos llevado una vida útil, sin embargo nuestras vidas se sentirán satisfecha si hemos logrado dejar aunque sea pequeñas huellas.



Mis apuntes:

“El día de ayer fue horrible. Tenía miedo. No sabía lo que iba hacer. El sonido de las explosiones y los silbidos de las granadas al caer, hacían zumbar mis oídos. Disparaba a lo loco porque el humo de los vehículos ardiendo y de las mismas explosiones no me dejaba ver. Tenía miedo verme sorprendido por el enemigo. ¿Por qué tenemos que matarnos unos a otros? ¿Por qué existe la guerra? Lo lindo que sería llevarnos bien, sin importar ideologías, religiones, nacionalidades, o rango sociales. Sentí gritos de dolor, escuché que habían matado a alguien y eso me puso a punto de llorar. Luego corrí. Corrí sin saber para dónde y a través de un humo menos intenso, pude observar soldados con sus fusiles listos para disparar. Junto a mí había una estrecha zanja con agua y casi cubierta de hierbas. Me escondí ahí. Sentía como cruzaban por encima de mí. El tiempo transcurría y yo sin moverme dentro del agua de aquel estrecho canal. Los disparos habían cesado y solo se escuchaba algunas voces y ruidos de vehículos. Mi piel estaba arrugada de tener tanto tiempo el cuerpo sumergido en el sucio líquido. Estuve así hasta que llegó la noche. Al salir sentí un intenso frío por todo el cuerpo y me dolían los huesos. Con mucho cuidado caminé hacia una montaña cercana. A unos cincuenta metros me encontré un soldado muerto. En su espada, una mochila. Se la quité  y gracias a una capa que tenía en su interior, pude calentarme un poco, acostado entre las piedras de las montañas. Acurrucado y temblando comenzaron a pasar por mi mente, mi niñez en el campo con mis padres, quizás por llevar impregnada en mi nariz, el agua podrida del canal salvador. Ese mal olor me recordaba el estiércol de los cerdos mezclados con el barro y así, lentamente me quedé dormido”

“Anoche llegué a un pueblo pequeño con sus casas de barro y techo de pajas Esperé a que se durmieran para acercarme. Tomé un pantalón y una camisa de una tendedera. Me faltaba un par de zapatos. Me sorprendió que casi todas las casas estaban con las puertas abiertas y me recordó a mi pueblo. Cuando era niño las casas no cerraban sus puertas y los vecinos entraban y salían de cualquier casa como si fuera suya. Logré tomar un par de deportivos y después de alejarme bastante del pueblo, casi amaneciendo, me cambié de ropa y enterré el armamento con sus proyectiles y la bayoneta. Nadie podía sospechar que era un militar. Para los míos, soy un desertor y para los otros, soy su enemigo. Sé que mi decisión fue incorrecta. ¿Acaso hay algo correcto en una guerra? ¿Es normal que te conviertas en un robot? ¿Es normal que tus buenos sentimientos hacia el prójimo lo pisotees sin piedad?”

“He visto un letrero que al parecer decía el nombre del pueblo. Lugo me encontré con un río caudaloso de aguas rápidas. Esperé a que fuera de día para intentar cruzarlo. Según mis cálculos he caminado cerca de doscientos kilómetros en dirección Este, hacia la frontera con el Congo o Zambia. He anotado en la libreta la decimoquinta raya y creo que he promediado unos catorce o quince kilómetros por día. En algunos días pude andar más que otros debido a las condiciones del terreno o la presencia de personas. Sobre los animales salvajes puedo decir que no he visto ninguno peligroso. Las serpientes son preocupantes. En estos días he encontrado alimentos, sobre todo yuca, maíz tierno, mangos y piñas. Como arma, llevo un azadón que he tomado de una siembra de papas. He tenido que quitarme las botas y lanzarlas a un arroyo, porque me han producido ampollas y sangramientos en los pies. ¡Es lo único que me quedaba del uniforme militar! Ahora ando despacio por falta de costumbre, porque nunca  había caminado por la tierra con los pies descalzos”

“Por primera vez me he encontrado con un elefante. Después de observar el río, no  quedó otra opción que cruzarlo a nado con el azadón atado a la espalda con un bejuco y con la boca sosteniendo el sobre plástico con la libreta. Pensé que no llegaba porque fui arrastrado por la corriente y las fuerzas se me agotaban. Por suerte pude asirme a una larga rama y aunque exhausto, pude llegar a la orilla. Me incorporé rápidamente porque escuché un chapaleteo y pensé que pudiera ser un cocodrilo. Unos metros adelante, un pequeño elefante, trataba infructuosamente, salir del agua en un remanso. Las ramas de un árbol caído, lo había atrapado. ¡No podía dejarlo morir! Comencé a cortar las ramas con el azadón a riesgo de ser escuchado y visto por alguien. Me costó mucho trabajo porque era muy difícil cortar las ramas con esa herramienta casi sin filo. Después de mucho tiempo y con las manos sangrando, logré liberarlo. El rescate no había terminado. El bebé no podía subir la pequeña escarpa resbaladiza en ese lugar. Con el azadón hice en el barro una especie de escalera para que no resbalara y lo empujé por detrás con las pocas fuerzas que me quedaban. Me quedé helado cuando venía corriendo hacia mí un enorme elefante, probablemente, su madre. No tenía fuerzas para correr y me puse en cuclillas, mirando al suelo,  esperando lo peor. Logré ver las enormes patas del paquidermo junto a mí. Temblaba de miedo e hice tremendo esfuerzo para no moverme. Fueron unos segundos aplastantes que te incitan a gritar. Sentí ruido de ramas rompiéndose y entonces observé como madre e hija se perdían de vista.”

“Hoy he llegado a un lugar que se llama Malanje. No sé si será una provincia. No tengo mapas y desconozco este país. Después de andar varios kilómetros me encontré con un letrero agujereado por proyectiles que decía: “PROHIBIDO ENTRAR SIN PERMISO” Y abajo: “Reserva Natural de Kangandala”. Entonces recordé que un nativo nos había dicho que en Malanje había un Parque Natural que se llamaba así y que era la reserva donde habitaba la Palanca Negra Gigante una especie de cabra gigante con dos cuernos curvos hacia atrás y de casi un metro de largo, según nos dijo el nativo. Antes de caer la noche, con varias ramas improvisé una especie de cabaña, sin embargo, el hambre no me dejaba dormir y para colmo sentí animales corriendo de un lado para otro y ojos brillantes que me observaban. Pensé que podían ser hienas o Leopardos. Quizás era solo un animal que se movía constantemente. Así me llegó el resplandor de un nuevo día.”

“Ayer fue un día peligroso. Fui visto por soldados. Me dieron el alto y comencé a correr. Seguí corriendo mientras sentía disparos y voces, hasta encontrarme con una aldea. Sin pensarlo me introduje en la primera cabaña que encontré. Estaba vacía y tomé una esterilla tejida de paja, me tiré al suelo recostado a la pared y me cubrí con ella. Sentí muchas pisadas y personas hablando en voz alta, en un dialecto nativo, pero no pude saber si habían observado el interior de la vivienda. Estas viviendas son de una sola pieza, rectangular o circular, piso de tierra y algunos recipientes de barros. Ésa, donde me escondí, era circular. Pasado unos minutos escuché a un hombre y una mujer hablando cerca de mí. Debido al polvo junto a mi nariz me vino un estornudo e inmediatamente fui despojado de la esterilla y ante mí había un hombre con un machete en la mano. Le hice entender, con gestos y algunas palabras, mi estado de prófugo y el vacío de mi estómago. Me trajeron en una vasija de barro, un poco de funche. Ese puré hecho de yuca podrida y con algunos insectos, nada agradable para mí. Sin embargo me supo a gloria, como si fuera un funche preparado en la ciudad, muy diferente al que me comí. Después me conminaron a irme. Al salir de la aldea, pasando la última cabaña, dos uniformados se me abalanzaron y ataron mis muñecas con una fina cuerda. Estaban vestidos de soldados enemigos, los que llevan boinas rojas y según nos ha informado el Mando Superior, son los sanguinarios de la U.N.I.T.A. cuyo Jefe es el temido Sabimbi. Me hicieron sentarme en el suelo y uno de ellos se sentó de frente a mí, mientras el otro desapareció por un camino peatonal. Pensé que iría a informar que tenían un prisionero. Mi indeseado acompañante comenzó a hojear la hoja donde he escrito mis vivencias cuando de pronto comenzaron a escucharse disparos cercanos. El soldado tiró la libreta al piso y salió corriendo por el mismo camino por donde se fue su compañero. Me levanté, tomé como pude la bolsa plástica y la libreta y salí corriendo sin rumbo determinado pero tratando de que el ruido de los disparos se fueran apagando. Oscurecía cuando diviso un auto en un terraplén. Le faltaban los cuatros neumáticos y el capot levantado. Dudé si acercarme a él porque pudiera ser que estuviera minado. Había escuchado en la Unidad Militar, la posibilidad que así fuera pues había sucedido antes. La mejor oportunidad para cortar mis amarres estaba en el auto. ¡Tenía que arriesgarme! Cogí una piedra y la lancé con fuerza hacia el vehículo. Por si acaso, para cortar mis ataduras tenía que hacerlo sin que el auto se moviera. Por suerte había cristales rotos en el suelo. Tomé un pedazo y retorné al monte donde pude, situando el cristal entre mis muslos y con mucho esfuerzo, cortar la cuerda. Guardé el cristal en un bolsillo. El azadón, mi arma y compañera querida, había quedado en la aldea. Dormí poco. Al menor ruido me despertaba pensando que pudiera ser el enemigo”

“He caminado 46 días. De acuerdo a los contratiempos que he tenido he caminado unos 600 kilómetros, pero me he desviado al Sur. Ayer, por primera vez, he podido tener un mapa del País en mis manos. Estaba en un libro cerca de una escuela, entre las hierbas. Arranqué la página con el mapa y ya tengo algo confiable para alcanzar la frontera. Estoy cerca de Luso, la capital de Moxico. Sé que por ahí pasa la línea de  ferrocarril que llega al Congo. Ayer, en un descanso, me dediqué a sacarme nigüas del pie con el cristal. Me pude dar cuenta que cualquier animal tiene sus patas más lindas que mis pobres pies. No se puede saber su color, cicatrices por todas partes, uñas de Perezoso. Tampoco mi aspecto no es agradable, barba un poco larga con un color difícil de identificar, el cabello me ha crecido y sin peinar, es como la cresta de la ninfa, ese loro curioso y juguetón,  cuando quiere presumir y mi rostro ha sido un mural donde las inclemencias del tiempo han estado trabajando.”

“Tengo fiebre desde anoche. ¿Cómo estarán mis padres? ¡Como deseo llegar a mi barrio!No sé lo que puedo hacer. He caminado en paralela a la línea férrea. La debilidad y el hambre,  hizo muy lento el andar. He comido maní y yuca cruda bajo la protesta airada de un campesino que me amenazaba con un azadón y gritaba palabras, al parecer, ofensivas. ¡Cincuenta días! Falta poco para llegar a Texeira de Sousa, el último pueblo del ferrocarril, junto a la frontera.”

“Llevo dos días sin poder andar. Me he arrastrado, pero es imposible seguir. Escalofríos recorren mi cuerpo y estoy muy caliente. Necesito un médico urgente porque debo tener malaria o paludismo. El pueblo de Texeira debe estar cerca.  No puedo seguir escribiendo. ”

En el 2015 en los alrededores de una aldea cerca de Luau (Antes Texeira de Sousa) en Angola, unos niños jugaban alegremente a esconderse. Uno de ellos se ocultó en cuclillas detrás de una termita, cuando escuchó el llamado de su madre para que regresara a su casa a comer. Los demás niños regresaban a la aldea y él se había quedado rezagado, por lo que comenzó a correr para alcanzarlos, cuando tropezó con algo. Había tropezado con un hueso, pero al observarlo se dio cuenta que era un esqueleto humano.

La policía encontró junto al esqueleto una bolsa plástica conteniendo una libreta y una chapilla de metal unida a un cordón plástico. Todo fue cuidadosamente guardado hasta el arribo de varios profesionales de la Capital, entre ellos, un forense, un paleontólogo, un experto en criminalística y dos laboratoristas. Todo fue empaquetado y llevado al laboratorio central de la policía. Una vez analizado todos los elementos y comprobado de quien eran los restos así como lo encontrado en el bolsa plástica, fue enviado a su país de origen. La libreta consistía en algo parecido a un diario.

Se trataba de apuntes de un soldado dado por desaparecido durante la guerra de 1975.





Relato corto de Pedro Celestino Fernández Arregui