viernes, 12 de julio de 2019

Los Prisioneros


        
   


   Cuento basado en una leyenda de Mallorquina                           

                                 
                                        Los Prisioneros

En un calabozo de Madina Mayurca se encontraban diez y seis hombres de distintas edades y de distintas profesiones. Habían cometido el delito de estar contra el dominio extranjero sobre su isla.
–¿Crees que Jaume I nos liberará? –preguntó un señor de barba y cabello blanco.
–¡Estoy seguro! –contestó un joven semidesnudo recostado a la pared.
–Quiera Dios que así sea. Quiero casarme con mi novia. Teníamos todo preparado. –manifestó otro joven abrazado a los barrotes de la puerta y observando el oscuro pasillo.
De pronto se escucharon disparos de cañón y soldados corriendo por el pasillo. Los prisioneros se pusieron todos de pie y se acercaron a la ventana para poder escuchar pues era imposible mirar por ella debido a la altura donde estaba situada.
En pocos minutos un grupo de soldados abrieron la puerta y les ordenó salir de uno en uno. Según salían, se ataban con cadenas en los brazos y en los pies. Todos los prisioneros esperaban lo peor. Fueron sacados y colgados de la Muralla que protegía la ciudad. Las intenciones podían ser que fueran asesinados por los propios atacantes o que se apiadaran de ellos y desistieran de atacar la Ciudad.
–¡No llores! –le decía un prisionero colgado a su derecha
–No lloro por mí. Lloro por Juana. ¡Estaba tan ilusionada con nuestra boda!
–Tengo dos niños de dos y cuatro años. ¡Como sufrirán al saber que su padre no regresará jamás!
–¡Recemos! Sabemos que nuestra suerte está echada. Pidamos a Dios que Jaime I logre liberar la ciudad. Al menos, serán libres os demás.
Las tropas de los atacantes se acercaban con valentía y llenaba de orgullo a aquellos prisioneros que colgaban de la muralla. Otros, con los ojos cerrados, esperaban la muerte. Una muerte horrible a manos de sus propios libertadores.
Después de un tiempo sufriendo esa tortura vieron como sus opresores izaban la bandera blanca y se rendían.
En cuestión de minutos fueron liberados los prisioneros. Todos agradecieron a Dios estar vivos. ¡Ninguno había sido alcanzado por los disparos!
El encuentro con sus familiares y amigos fue conmovedor. El joven estuvo largo rato besando a su novia, el padre abrazado a sus hijos lloraba como un niño. Algunos no tenían a nadie que os recibiera pero llevaban en su rostro la marca de la felicidad.

(Madina Mayurca fue el nombre que tenía Palma de Mallorca cuando estaba ocupada por los musulmanes)

Pedro Celestino Fernández Arregui






El Sumiciu


        
                                             EL SUMICIU

 Hace muchos años fui a visitar un pariente lejano que vivía al sur del Principiado de Asturias, cerca de la provincia de León en la Comunidad autónoma de León-Castilla la Mancha. Habíamos salido de Madrid y pasado por Valdevimbre, al sur de la provincia de León, Asturias. Quería conocer las famosas bodegas que forman innumerables montículos de tierra que recuerdan, en cierto modo, la vivienda de los teletubbies, el programa producido por la BBC y dirigido a los niños, la ciudad de León con sus iglesias y catedrales, principalmente la catedral de León, de estilo gótico, que data del siglo XIII y destaca por sus torres y arbotantes y la basílica románica de San Isidoro, del siglo X, muy conocida por sus frescos y tumbas reales.
De León fuimos hasta Caín donde los senderistas inician la famosa Ruta de Cares, la mas importante de los Picos de Europa. Luego, por carretera llegamos a Cangas de Onis, capital del Reino de Asturias hasta el año 774. Fue en esta ciudad donde el Rey Don Pelayo emprendió acciones contra el norte de España como único foco de resistencia y en el año 722 fue vencedor en la famosa Batalla de Covadonga donde venció a las fuerzas musulmanas.
En este consejo vivía mi primo al que no veía desde que éramos pequeños. Vivía en el campo porque había sido su pasión de toda la vida. Cuidar de los animales, sobre todos las vacas y los cerdos. También le encantaba el frio y era feliz cuando aquellos campos se cubrían de nieve.
Llegamos al mediodía. Nos dimos la mano, los abrazos y entre sidra y sidra comenzamos a recordar nuestra niñez allá en el caribe. Nos enseñó nuestra habitación y luego de acomodar un poco las cosas me invitó a recorrer los verdes prados mientras mi esposa se quedó charlando con la suya. Me brindó manzanas y peras arrancadas de sus respectivos árboles frutales.
Llegamos casi a la hora de cenar y muy cansados, al menos yo que no me bajo del coche ni para recorrer cien metros. Nos duchamos y cuando salimos del dormitorio, la mesa se encontraba lista para cenar. Lo primero, un pastel de cabracho seguido de una fuente con un potaje preparado con  las exquisitas fabadas asturianas. Luego unos exquisitos cachopos. Todo acompañado con buenos embutidos, ensaladas y la buena sidra. Para terminar una exquisita Tarta de la Abuela asturiana.
Esa noche dormimos como si nos hubieran dado somníferos y nos levantamos tarde. Lo primero que hago al vestirme es ponerme el reloj, pero en esta ocasión lo dejé para último pues no lo veía y no lo vi. ¡El reloj había desaparecido! Lo comenté con mi mujer y ésta me dijo que no encontraba sus pendientes que se los había quitado para limpiarlos. Me extrañó enormemente y no podía pensar en el pariente porque su honradez era su distintivo desde siempre.
Cuando nos sentamos a desayunar comenté la desaparición de las prendas. Se rio y movió la cabeza a ambos lados.
–­Esto ye cosa del Sumiciu –me dijo riéndose.
–¿Qué dices? ¿Quién es ése?
–Es como un duende que hace desaparecer las cosas.
–¿Y tú crees en eso? ¿Lo has visto?
–¡Es invisible!
–¡Escucha, primo! Sabes que allá teníamos el Güije y nosotros le teníamos terror pero supimos que era una leyenda.
–Sí, pero nunca se supo que le hiciera nada a los niños, pero este duende si hace desaparecer las cosas y tú mismo as sufrido su mal proceder.
No quise discutir más con él y no hablamos en todo el día del asunto. Nos acostamos tarde, pero yo no tenía sueño. Pasada la media noche escuché un ligero ruido. Puse atención y sentí como que alguien abría la maleta. Con cuidado pude coger el móvil y encender la linterna del mismo. Me quedé tieso. Mi corbata insignia, la que mas me gustaba y usaba, flotaba a unos treinta centímetros del suelo y como si volara salió de la habitación y yo tras ella. Subió la escalera y entró en el desván. Cuando entré no vi la corbata. Encendí la luz y tampoco. No estaba la corbata.
Al día siguiente le dije lo sucedido al primo y éste de nuevo con la misma risa me dijo lo mismo.
–El Sumiciu tiene otro “atributo”. Es capaz de hacer mal a las personas. Por eso te aconsejo dejar esos objetos por perdidos y ni mencionarlo.
Ese mismo día hicimos las maletas y nos fuimos. Allá dejamos a mi primo viviendo en paz con el Sumiciu.

Pedro Celestino Fernández Arregui.



miércoles, 10 de julio de 2019

Los Abuelos










 

                                          LOS ABUELOS
                                   
   Mis abuelos son lindos, sí, muy lindos. No porque me consientan ni me mimen. ¡Es que son lindos!  Yo me siento en las piernas de mi abuela y le paso mi dedo por sus arrugas, que parecen un mapa de carretera, y ella cierra los ojos y sonríe. Mi abuelo me hace cuentos muy lindos pero no de princesas sino de animalitos. ¡A mi me encantan! Es que los animalitos son muy lindos y mi abuelo dice que son inteligentes. Cuando salgo a pasear con él me enseña a conocer los árboles y las flores. El otro día, en el parque,  arranqué una flor y se la enseñé. Me regañó. Dice que las flores no se arrancan porque las estoy matando y creo que es verdad porque siempre se ponen tristes. Me dice que las flores son para contemplarlas y sentir su fragancia. Hay que cuidarlas como el me cuida a mí y también hay que cuidar a los animalitos.
  Disfruto mucho con mis abuelos. Y mi mamá también los quiere mucho. Si mi abuela tose enseguida le dice que hay que ir al médico. Le sirve la comida y hasta le canta canciones.
   Pero en el parque se sienta en un banco, un abuelo que siempre está muy triste. A veces mira al cielo y otras, se tiende en el banco con un bulto  como almohada. Dice mi abuelo que hay muchas personas que cuando llegan a una edad avanzada se vuelven invisibles y otros, crecen tanto que no caben en ningún lugar, como el señor del parque. No sé por qué lo dice porque yo lo veo del mismo tamaño que otros, Pero bueno, cuando mi abuelo lo dice, es verdad.
  Mañana es el cumpleaños de mi abuela y mi mamá le va a comprar una tarta y le va a poner velas con números, porque sino, son tantas que no caben en la tarta.  Le voy a decir a mi abuelo de llevarle un trocito al abuelo del parque. 



Autor: Pedro Celestino Fernandez Arregui